jueves, 23 de julio de 2015

ÓPERA: LA VIOLACIÓN DE LUCRECIA - Benjamin Britten

The Rape of Lucretia, de Benjamin Britten. Director musical: Paul Goodwin. Director de escena: Daniele Abbado. Escenógrafo, figurinista e iluminador: Gianni Carluccio. Intérpretes: Toby Spence, Violet Noorduyn, Mónica Groop, Matthew Rose, Ruth Rosique, Gabriella Sborgi, Andrew Schroeder, David Rubiera. Teatro Real (Madrid), 13 de noviembre de 2007

The Rape of Lucretia fue compuesta entre el invierno y la primavera de 1946, después del gran triunfo de Peter Grimes (1945), y se estrenó en el Festival de Glyndebourne el 12 de julio de 1946.

Se trata de una ópera de cámara pensada para pequeños teatros y medios reducidos. El libreto de Ronald Duncan está basado en la obra homónima de André Obey, inspirada a su vez en el célebre poema de Shakespeare. Es la primera vez que se representa en Madrid y es una producción del Teatro de Reggio Emilia.

¿Existe justicia divina? Esa es una de las interrogantes que plantea el compositor Benjamin Britten en la ópera La violación de Lucrecia . La ópera termina con un cuestionamiento invita a pensar en cuáles son los valores del mundo y qué está pasando.

La ópera que se desarrolla en Roma, aproximadamente en el año 500 a.C. narra una historia leyenda del historiador romano Tito Livio sobre la caída de la monarquía.

Los etruscos dominan Roma y su rey, Tarquino, gobierna al pueblo como un tirano. Él, junto con sus generales, hace una apuesta sobre la pureza de sus mujeres, quedando vencedor Collatinus, esposo de Lucrecia.

Tarquino, obsesionado por la castidad de Lucrecia, viaja a Roma durante la noche y la viola.

Lucrecia, al no soportar el deshonor, se suicida y su muerte es el detonante para una revuelta general contra los etruscos, acabando así con la monarquía y dando paso a la República

Esta ópera nace en un momento de gran pobreza. La Segunda Guerra Mundial ha terminado no hace un año y el compositor siente la necesidad de expresar el horror no sólo del violento conflicto, sino también de los campos de exterminio nazis que se acababan de descubrir.

La urgencia de componer esta partitura le lleva a servirse de pocos medios, pero a pesar de ello compone una obra maestra, que transforma el teatro musical en una protesta que se alza a instancias de la necesidad de amparar a los inocentes de los abusos de la guerra y de la devastación.

Para expresar todo el horror y el dolor que le provoca la situación del momento, Britten escoge una historia de gran dramatismo, en la que Lucrecia, mujer sensible e inocente de Collatinus, es objeto de una violación que la lleva al suicidio como único medio para restaurar su honor.

Es una víctima en la que se desahoga el lado oscuro del hombre, que siempre se ceba en los más débiles. Y concretamente por esto nos parece congruente el final que evoca el sufrimiento de Cristo, la víctima por excelencia.

Además no hay que olvidar que la referencia cristiana no se encuentra sólo en el epílogo, sino que también es frecuente en las palabras de los coros durante toda la ópera. El montaje de Daniele Abbado es una pequeña joya que realza la arquitectura de la obra.

Durante todo el espectáculo el director hace proyectar vídeos que representan a otras víctimas: desde viejos bustos clásicos algo corroídos por el tiempo a la tragedia del Holocausto, a los niños hambrientos y destrozados, a escenas de represión y desolación.

En el escenario se desarrollan en paralelo dos espacios y dos tiempos independientes: el de la acción y el del relato a cargo del coro. Este último, como prescribe el libreto, se ha sintetizado en dos personajes, un tenor y una soprano, que comentan la acción y la sitúan históricamente.

Ambos son atemporales, como su acertado vestuario, y parecen asistir a la acción que tiene lugar en la parte inferior del escenario donde se alternan la casa y el castro romano perfectamente ambientados en su época.

El coro constituye pues el marco del cuadro donde se perpetra la violación, a la que asiste siendo mucho más que un testigo. En efecto el tenor Toby Spence penetra en el alma del personaje, pero no se trata de un diálogo, sino de un comentario sobre la verdad interior de los personajes, mientras la soprano Violet Noorduyn se pregunta sobre la razón del gran sufrimiento del mundo y reflexiona sobre la insanable ambivalencia de la condición humana, realzando con expresiva voz el sufrimiento existencial y la inaudita violencia de los hombres.

Los personajes son muy complejos, como es típico de Britten, y los cantantes, con gran calidad vocal e interpretativa, han sabido representar perfectamente la fatídica doblez del ser humano: Andrew Schroeder es un Tarquinius que, pareciendo enamorado de Lucrecia, destroza su vida porque no se trata de amor sino de despecho y lujuria; David Rubiera es un Junius cínico que propone al amigo venganza cuando, corroído él mismo por la envidia, empujó con su odio al violador.

Mónica Groop con su cálida voz y su convincente actuación hace una Lucrecia poderosa con una dimensión de heroína trá- gica y Matthew Rose es un Collatinus convincente. El maestro Paul Goodwin dirige con gran habilidad a trece instrumentistas de la Orquesta Sinfónica de Madrid, en realidad trece solistas, realzando los complejos aspectos dramáticos de la obra, en especial durante la violación de Lucrecia donde a los clarines que acompañan el sueño de la joven sucede un tumulto orquestal y la música inicia un crescendo de gran fuerza dramática, logrando muchas coloraciones que dan a cada momento un timbre particular.

Perfecta la iluminación y el vestuario congruente con su época. En conjunto un gran espectáculo sobre todo por el excelente trabajo de los dos habilísimos directores, apoyados por un buen reparto de cantantes y de solistas, que fueron largamente ovacionados por el público.

LIBRETO

ACTO I


Escena I 

(Tienda de los generales en un campamento a las afueras de Roma. Puede observarse al coro masculino y femenino, leyendo en sus libros) 

CORO MASCULINO
Roma se encuentra gobernada por el advenedizo etrusco: Tarquino El Soberbio, un rey orgulloso.
Pero habiendo sido vasallo del monarca anterior, ¿cómo logró Tarquino alcanzar el trono? 
Poniendo sus capacidades y toda su voluntad al servicio de sus malvados propósitos. Ocultó su orgullo bajo una aparente humildad y, consiguiendo acuerdos con cada facción, dividió la corte hasta que todos lo buscaron como aliado.

A los que asesinó, los lloraba como amigos. Si el obstáculo era la piedad, usaba la plegaria;  si lo era la codicia, apelaba a la corrupción. Se abrió paso practicando una servil adulación de la que era un verdadero maestro.

Trepando, llegó a casarse con la hija del rey, a la que asesinó poco después.

Luego, desposó a su cuñada, una viuda ambiciosa que envenenó a su primer marido, el heredero. Una vez unidos, entre ambos estrangularon al rey.

Hoy gobierna en Roma mediante el terror. Su hijo, Tarquino Sexto, de quien pronto oiréis hablar, arrastra a la juventud romana a la guerra etrusca y trata a la ciudad como una prostituta.

CORO FEMENINO
Es un axioma entre los reyes, usar la amenaza  exterior para desviar la atención de los problemas internos. Así los romanos salen de Roma para luchar contra los griegos. Los dos ejércitos son incitados por sus respectivos generales. 

(El Coro Femenino cierra sus libros) 

¡Qué lento transcurre el tiempo hacia el presente! A Roma le faltan aún quinientos años 
para el nacimiento y muerte de Cristo,  desde donde el tiempo corre hacia vosotros. 

Pero aquí se producen otras heridas, aunque haya sangre derramada.

COROS FEMENINO Y MASCULINO
Mientras, nosotros, como dos observadores,  permanecemos entre esta audiencia del presente y aquella escena del pasado, veremos las pasiones de aquellos años a través de los ojos que una vez lloraron con las propias lágrimas de Cristo.

(Se alza el telón. Campamento militar fuera de Roma, a un lado la tienda de los generales)

CORO MASCULINO
La sedienta noche se ha bebido el vino de la luz.  Saciado, el sol cae en el horizonte. El aire apoya sus espaldas como un enorme oso. Sólo el sonido de los grillos alivia el peso del silencioso atardecer. Los caballos, al presentir los truenos,  piafan en el establo. Y las ranas, sin para de croar, hacen gala de su reputación. 
Los centuriones maldicen a sus hombres, los hombres maldicen su suerte al mirar las  distantes luces de Roma que,  inclinadas sobre el Tiber, iluminan la noche

(En el interior de la tienda puede verse a Collatinus, Junius y Tarquino, bebiendo) 

COLLATINUS
El buen filósofo llega primero al Cielo. Baco lo hace saltando con su copa. La razón, trepadora, sube más tarde. 

COLLATINUS, JUNIUS, TARQUINO
(siempre dentro de la tienda) ¡Oh, la única copa que vale la pena llenar es ésta!

CORO MASCULINO
Beben, para que el tiempo transcurra presuroso. La vida es sombría cuando el vino no la ilumina. Aunque los oficiales no suelen beber tan pronto.

JUNIUS
El último en alcanzar el cielo es el peor filósofo.
La lógica llega cojeando y Cupido, vuela, y llega el primero.

COLLATINUS, JUNIUS, TARQUINO,
¡La única muchacha que vale la pena es el vino! 
¡El vino! ¡El vino!

CORO MASCULINO
La noche llora con lágrimas de estrellas pero estos hombres ríen...
Para ellos, estar tristes es su desatino; y por eso beben, para ahogar su melancolía.

TARQUINO
Quien se ahoga en los ojos de una mujer y bebe de sus labios, absorbe el cielo en un solo beso,  ¡pero luego muere de sed eterna en el infierno!

COLLATINUS, JUNIUS, TARQUINO
¡El único vino que vale la pena beber es el amor!
¡El amor! ¡El amor!

JUNIUS
El Amor, como el vino, fluye como la sangre...

TARQUINO
Y los maridos son las botellas rotas.

CORO MASCULINO
Anoche, algunos generales fueron a Roma para ver si sus mujeres permanecían en sus casas.

JUNIUS
María fue descubierta en un baile de máscaras.

TARQUINO
A Celia no hubo manera de encontrarla... ¡Flavius aún la está buscando!

JUNIUS
Maximus encontró a su esposa, Donata,  ¡en la cama de un actor siciliano!

TARQUINO
El cinturón de castidad de Sofía fue hallado en el cuello de su cochero... ¡como si fuera un collar!

JUNIUS

Leda, yacía atontada tras una noche de orgía. ¡Aún no puede explicar lo que sucedió!

TARQUINO

Patricia estaba en la cama con un negro.  ¡Le dijo a Junius que le estaba dando masajes!

COLLATINUS

¡Fuisteis unos necios yendo! ¡No debisteis arriesgar el honor de vuestras  esposas por una apuesta de borrachos! Yo os advertí que no fuerais.

TARQUINO
¿De qué te quejas? Encontramos a Lucrecia en tu hogar.

JUNIUS
La única esposa que aprobó el examen.

TARQUINO
Y Collatinus ha ganado la apuesta. ¡Y Junius es un cornudo, un gallo descrestado! ¡Junius es un cornudo!
JUNIUS
(enojado) ¡También tú lo eres, Tarquino,  desde que has convertido a Roma en tu burdel!
Mi esposa es infiel, pero también lo son las tuyas.
Puesto que siendo soltero,  sólo conoces la fidelidad de las prostitutas.

TARQUINO
(levantándose) ¡Te olvidas que soy el Príncipe de Roma!

JUNIUS
¡Pero yo, al menos, soy romano!

TARQUINO
Con un negro metido en mi cama,  ¡prefiero ser etrusco!

(Se agreden mutuamente) 

JUNIUS
¡Vividor!

TARQUINO
¡Usurero!

JUNIUS
¡Libertino!

TARQUINO
¡Eunuco!

JUNIUS
¡Trepador!

TARQUINO
¡Advenedizo!

JUNIUS
¡Disoluto!

TARQUINO
¡Rata!

JUNIUS
¡Borracho imberbe!

TARQUINO
¡Viejo verde!

JUNIUS
¡Patán, licencioso y lujurioso!

TARQUINO
¡Flatulento cerdo pagano!

JUNIUS
¡Cabrón!

TARQUINO
¡Lobo hambriento!

COLLATINUS
(separándolos)
¡Paz! ¡Paz!  Reservad las espadas para los griegos.  ¡Hagamos un brindis, príncipe Tarquino!

TARQUINO
¡Por la casta Lucrecia!
¡Por la adorable Lucrecia!

COLLATINUS, JUNIUS, TARQUINO,
¡Por Lucrecia! 

(Junius sale de la tienda y cierra la cortina tras de sí, exclamando:) 

JUNIUS
¡Lucrecia! ¡Lucrecia! Ya estoy harto de ese nombre. Su virtud es la medida de mi vergüenza. Ahora, todos en Roma se reirán de mí,  o lo que es peor, me tendrán lástima.

CORO MASCULINO
¡Ay, es evidente que nada divierte a tus amigos tanto como tu deshonra! Hablarán de ti y te mirarán con displicencia. Si te enojaras y perdieras la paciencia, dirán que solamente 
quisieron bromear.

JUNIUS
Mañana, toda la ciudad recitará mi nombre y en lugar de llamarse necios unos a otros, se 
llamarán "Junius" Mi fama ante el pueblo  romano pasará a Collatinus, no por las victorias,  sino porque Lucrecia es casta y los romanos,  siendo disolutos, veneran la castidad. ¡Lucrecia!

CORO MASCULINO
Collatinus fue astuto políticamente al elegir una esposa casta.
Collatinus brilla cada día más, gracias a Lucrecia.
Collatinus tiene suerte, es muy afortunado...
¡Dios mío, con qué facilidad los celos anidan en  un corazón pequeño y no cejan hasta destruirlo!

JUNIUS
(con rencor)
¡Lucrecia!...

COLLATINUS 
(Saliendo de la tienda)
¡Cuánta hostilidad, qué injusto es de tu parte  dejar escapar tanta rabia contra ella!
¿Por qué eres tan malvado, por qué tan celoso?
¡El dolor por la infidelidad de Patricia te ciega!

JUNIUS
La herida inferida a mi corazón, Collatinus,  me lleva a la desesperación.
Te pido perdón por mi envidia al ver cuan  orgulloso estás tú de la virtud de Lucrecia.

(aparte) 

¡O de tu buena suerte!

(Collatinus ofrece a Junius su mano) 

COLLATINUS

¡Querido amigo!

JUNIUS

¡Collatinus!

(se abrazan) 

COLLATINUS
Los que aman, liberan cadenas. 
Los que aman, destruyen su propia soledad. 
El alegre amor de los que aman vence al tiempo,
que es el engaño de la muerte. 
Los que aman, vencen la venganza de la muerte.
Su amor es todo desesperación.

(Tarquino sale de la tienda) 

TARQUINO
¡La única muchacha que vale la pena es el vino! 
¡El vino! ¡El vino!
Y Junius es un...

COLLATINUS
(deteniéndolo)
¡Basta, Tarquino!

TARQUINO

¡Un cornudo, un cornudo, un cornudo!

JUNIUS

¡Por todos los dioses, basta ya!

COLLATINUS

Mancillas tu dignidad  riñendo como un campesino.

JUNIUS

Está ebrio.

COLLATINUS
¡Basta ya, Junius! Dejemos las peleas para aquellos que no tienen nada que hacer.

JUNIUS
Estoy dispuesto a olvidar. 
Dame la mano, Tarquino.

COLLATINUS
Si os habéis reconciliado, Roma está segura.
¡Buenas noches!

(Collatinus marcha hacia su tienda) 

TARQUINO

¡Buenas noches!

JUNIUS

¡Buenas noches!

TARQUINO

¡Ahí va un hombre feliz!

JUNIUS
¡Allí va un hombre afortunado!

TARQUINO

Su felicidad vale más que mi corona etrusca.

JUNIUS

¡Pero él está sometido a tu corona!

TARQUINO

Y yo estoy sometido a Lucrecia.

JUNIUS

¿Por qué los nubios perturban su gran montaña? 
¿Por qué violan la roca y la reducen a polvo?
¿Acaso sus manos son incapaces de encontrar el objeto de su oculta lujuria?
¿Qué es lo que sus manos buscan?

TARQUINO

¿Qué empuja a los romanos más allá del Tíber?
¿Por qué desafían los egipcios al feroz tiburón,  despertándolo de su sueño, al buscar en el lecho marino la perla que le ofrecerán a su reina?
¿Qué es lo que sus ojos buscan?

TARQUINO JUNIUS,

Si los hombres fueran sinceros, todos admitirían que su vida ha sido una larga búsqueda. 
Un peregrinar hacia un par de ojos en los que brilla el reflejo de una perfección que es la breve ilusión del amor. 

JUNIUS

Parece que estamos de acuerdo.

TARQUINO
¡Pero no somos de la misma opinión!

JUNIUS
¿Qué quieres decir?

TARQUINO
Yo soy honesto y admito que mi principio es la mujer, es la mujer la meta que estoy buscando.

JUNIUS
¿Y bien?...

TARQUINO
Pero como la ambición es tu principio, el poder es el objetivo que tú estás buscando.

JUNIUS
¡Eso no es verdad!... Pero no discutamos.
Ambos somos desdichados:  Yo, con mi esposa estéril e infiel; y tú...

TARQUINO
Con mi inútil rebaño de prostitutas lánguidas. ¡Oh, estoy cansado de mujeres fáciles!
Es una rutina sin dificultades ni mérito alguno.

JUNIUS
Pero Collatinus tiene a Lucrecia...

TARQUINO
Pero Lucrecia es virtuosa.

JUNIUS
La virtud en las mujeres es por falta de ocasión.

TARQUINO
Lucrecia es tan casta como hermosa.

JUNIUS
Las mujeres son castas cuando nadie las tienta.
Lucrecia es hermosa pero no es casta.
Las mujeres por naturaleza, son unas rameras. 

TARQUINO
¡No, Lucrecia no!

JUNIUS
¿Qué?...
¿Estás celoso de su honor?
Los hombres defienden el honor de una mujer cuando quieren atentar contra él.

TARQUINO
Demostraré que Lucrecia es casta.

JUNIUS
¡No, no te atreverás! No te atreverás...
Buenas noches, Tarquino. 

(Junius se marcha a su tienda; Tarquino camina de un lado al otro) 

CORO MASCULINO
Tarquino no se atreve, cuando no desea; 
pero yo soy el Príncipe de Roma 
y los ojos de Lucrecia mi reino.
Roma no está lejos...
¡Oh, vete a dormir, Tarquino!...
Las luces de Roma te están llamando...
La ciudad duerme... Collatinus duerme.
¡Lucrecia! ¡Lucrecia!

TARQUINO
¡Mi caballo! ¡Mi caballo!

(Mientras cae el telón Tarquino sale decididamente) 

Interludio 

CORO MASCULINO
El impaciente Tarquino no espera que su sirviente despierte, ni que el mozo de cuadra ensille su corcel.

Él mismo toma su caballo por las riendas y,  forzando el bocado  entre los blancos dientes del animal,  lo saca del establo. 

Cabalga sin montura ni estribos  sobre la recta grupa del semental y,  espoleándolo con talones y rodillas,  hace chasquear el látigo  lanzando al animal a un loco galope.

El príncipe y el corcel árabe  se complementan como si fueran 
un mismo ser,  más veloz que el viento.

¡Oíd como los cascos golpean el suelo! 
Músculos y tendones tensos,  alta la cola, cabeza atrás,  todo al límite del esfuerzo, sin pausa. 

Veis cómo el caballo  aprieta el freno entre los dientes,  no hay rienda que pueda frenarlo, sin embargo el príncipe sigue fustigándolo. 

¿Quién es el que cabalga? ¿Quién el cabalgado? 
¿Es Tarquino el que monta al semental? 
¿O es el corcel el que cabalga a Tarquino? 

La sangre de ambos corre impetuosa y ardiente  por un deseo que anhela satisfacción. 
La saeta vuela derecha y rápida, como la lujuria. 

Por aquí no pueden vadear.
¡Regresa, Tarquino! 
¡No desafíes al Tíber tratando de nadar en él! 

El semental se encabrita y alza los cascos hacia las estrellas. 
¡El príncipe desea y por lo tanto se arriesga! 
Semental y caballero, con los ijares palpitantes,  perturban el sueño de las frías aguas.
¡Tarquino no conoce el miedo! 
¡Ha atravesado el río! 
¡Viene hacia acá! 
¡Lucrecia!

Escena II 

(Un cuarto en la casa de Lucrecia en Roma,  esa misma noche. Lucrecia está cosiendo, 
mientras Blanca y Lucía trabajan con la rueca  y el huso) 

CORO FEMENINO
¡La rueca deshilvana los sueños que el deseo ha hilado!
Girando y girando retuerce continuamente las fibras de sus corazones.

LUCRECIA
Finalmente todo se une en una sola palabra:
¡Collatinus! ¡Collatinus! 
Cuando nos vemos obligados a separarnos  vivimos cada uno en el corazón del otro. 

CORO FEMENINO
El zumbido de la rueca recuerda a la anciana Blanca su perdida juventud. 
Hilando e hilando,  va cardando la lana del tiempo.

BLANCA
¡Al igual que se esquila una oveja vieja,  así desaparece de mí la belleza! 
Aunque nunca he sido madre,  Lucrecia es mi hija  en sueños. 

CORO FEMENINO
La rueca, que no se detiene jamás,  describe el delirio de las mujeres. 
Buscan,  siguiendo el hilo de sus sueños,  sin encontrar nada.

LUCÍA
Hasta que alguien la ame por pasión o lástima.
Mientras tanto,  la casta Lucrecia da vida a su Lucía,  que vive como si fuera su sombra y eco.

CORO FEMENINO
La pequeña rueca gira. 
El tiempo hila un hilo frágil. 
Girando y girando, hilan sin fin, sin fin.

LUCRECIA, BLANCA, LUCÍA,
Cuando hayamos finalizado el tejido,  y nuestros corazones estén rotosla muerte será nuestro último amante,  entre cuyos brazos yaceremos  con los corazones destrozados.

(Lucrecia, con un gesto, hace detener el trabajo) 

LUCRECIA
¡Escuchad! He oído un golpe en la puerta.
Alguien está en la verja. Lucía, ve y mira;  quizás sea un mensajero. ¡Corre, Lucía!

(Lucía corre a la puerta) 

BLANCA
Ven y siéntate de nuevo mi niña; él está  demasiado lejos y es tarde para un mensajero. 
Además, hoy has recibido dos cartas  del señor Collatinus.

LUCRECIA
¡Oh, si él volviera casa! El tiempo de la separación es tiempo arrojado a la tumba. 
La guerra se ganará o perderá, pero lo verdaderamente importante es que se acabe.

BLANCA
Mi niña, tener esperanza es tentar a la desilusión.

LUCRECIA
Pero ¿de verdad que no has oído nada?

(a Lucía que regresa) 

¿Quién era?

LUCÍA
No había nadie, señora.

LUCRECIA
Estoy segura de que oí algo.

BLANCA
Era a tu corazón, al que oíste.

LUCRECIA
Sí, corre tras él con paso firme,  como un niño perdido, incansable.

BLANCA
Es mejor desear a no tener nada que desear. 
Tenga paciencia, señora.

LUCRECIA
¡Los hombres son crueles al enseñarnos a amar! 
Hacen que pasemos del sueño de la juventud al de la pasión; luego se van dejándonos anhelantes. 
¡Los hombres son crueles al enseñarnos a amar! 

BLANCA
La señora está cansada, es ya muy tarde.

LUCÍA
¿Puedo guardar el telar, señora?

LUCRECIA
Sí, y doblad la tela.

(Lucía y Blanca empiezan a plegar la tela) 

LUCÍA, BLANCA,
¡Ah!

CORO FEMENINO
El Tiempo corre entre las manos de las mujeres.  Ellas todo lo ordenan. Sus dedos arreglan cada  día infinitos detalles, aquí y acullá. En la boda,  preparan la fiesta. Ante el nacimiento o la muerte,  sus manos doblan ropa inmaculada. 

No importa  qué agite sus corazones, sus manos tienen que  mpreparar ropa blanca. Sus débiles dedos son los  fuertes vehículos del amor y sobre sus quehaceres  se fundamenta el hogar. El hogar es lo que el  hombre deja al partir . ¿Qué es el hogar sino  la mujer? El Tiempo lleva a los hombres, pero  camina sobre los cansados pies de las mujeres.

LUCRECIA
Qué noche tan serena. La calle está silenciosa.

BLANCA
Así es. Casi puedo oír mi propio pensamiento.

LUCRECIA
¿Y en qué estás pensando?

BLANCA
Que deben ser hombres los andan por ahí.

(El Coro Masculino se remueve inquieto) 

Y que la señora debe estar cansada, que debe acostarse y dejar este lienzo a Lucía y a mí.

LUCRECIA
¡Oh, no estoy muy cansada! Es preferible tener  algo que hacer a yacer despierta y preocupada.
Pero encendamos las velas y acostémonos.

(encienden los velas y se disponen a acostarse) 

CORO FEMENINO
El sueño camina  con pasos furtivos por la ciudad,  haciendo que las hoscas sombras nocturnas cubran las alas de la luz.

CORO MASCULINO
En el silencio de la noche retumban los cascos  sobre la dura piedra del camino de Roma.

CORO FEMENINO
La corriente del río  fluye sin descanso  llevando a lomos de sus olas pétalos de estrellas.

CORO MASCULINO
Los perros, detrás, ladran.
Gallos dormidos se despiertan y cacarean.
Rameras borrachas, de regreso a sus casas, se vuelven para maldecir al Príncipe de Roma.

CORO FEMENINO
La ciudad, envuelta en sueños, teje en el telar de la noche una cortina de raso con la que recubre sus ajadas murallas.

CORO MASCULINO
¡Ya ha traspasado los muros de la ciudad!
El sudor, transforma al corcel zaino en blanco, mientras que la sangre brota de sus jarretes. 
El Príncipe desmonta; y ahora él... 

(Se oye un fuerte golpe en la puerta. En la escena siguiente los personajes representan con mimos  las acciones que describen los coros) 

CORO FEMENINO
Ninguna de las mujeres se mueve. 
Es demasiado tarde para un mensajero  y el golpe, demasiado fuerte para un amigo.

(El fuerte golpe se repite) 

Lucía corre a la puerta, esperando que sea Apolo quien la viene a buscar. La fría mano 
de la ansiedad agarrota la garganta de Lucrecia, que palidece con un miedo atroz.

TARQUINO
(desde afuera)
¡Abrid, en nombre del Príncipe de Roma!

CORO FEMENINO
Lucía abre apresuradamente la puerta.

CORO MASCULINO
Tarquino entra en la casa de Lucrecia.

CORO FEMENINO
Las mujeres se inclinan ante él. 
Es el Príncipe de Roma.

CORO MASCULINO
El Príncipe besa la mano de Lucrecia.
Sus ojos salvajes recorren sus pechos y allí se detienen más tiempo de lo necesario.

CORO FEMENINO
Lucrecia pregunta qué noticias hay de Collatinus  ¿Goza de salud? ¿El ejército avanza? ¿Qué trae a su alteza aquí, de noche y con tanta prisa?

CORO MASCULINO
Tarquino se ríe de sus temores  y pide un poco de vino.

CORO FEMENINO
Con alivio, ella le sirve vino.

CORO MASCULINO
Él exige la debida hospitalidad a Lucrecia. 
Él le informa que su caballo está cojo.

BLANCA
(aparte)
¿Qué trae al Príncipe Tarquino hasta aquí,  a esta hora de la noche?

LUCÍA
(aparte)
¿Cómo osa pedirle hospitalidad a Lucrecia?

BLANCA
(aparte)
¿Oh, dónde está el señor Collatinus?
Él debería estar aquí para recibir a Tarquino.
Su llegada nos pone en un serio compromiso.

CORO FEMENINO
El palacio etrusco está cerca, al otro lado de la ciudad, pero la etiqueta impone lo que la razón querría rechazar; por tanto Lucrecia conduce 
al Príncipe Tarquino a su habitación...

LUCRECIA
Buenas noches, alteza.

CORO FEMENINO
Luego Blanca, con esa ruda cortesía que caracteriza a un sirviente, se inclina y dice:

BLANCA
Buenas noches, Alteza.

CORO FEMENINO
Lucía, inclina su cabeza  aún más profundamente que las demás y dice tímidamente al Príncipe:

LUCÍA
Buenas noches, alteza.

CORO MASCULINO
Y Tarquino, con genuina gracia etrusca,  se inclina sobre la mano de Lucrecia y  alzándola lentamente la lleva a sus labios...

TARQUINO
Buenas noches, Lucrecia.

CORO MASCULINO Y FEMENINO
Y entonces todos, con la debida formalidad, se desean un último:

LUCRECIA, LUCÍA, BLANCA,
Buenas noches, alteza,

TARQUINO
Buenas noches, Lucrecia.

(El telón cae despacio mientras los personajes salen de escena. Los Coros abren sus libros y retoman la lectura)

ACTO II

Escena I

(En la alcoba de Lucrecia. Al levantarse el telón el escenario presenta a los Coros leyendo) 

CORO FEMENINO
La prosperidad de los etruscos se debió a la riqueza de su tierra, la virilidad de sus hombres  y la fertilidad de sus mujeres...

Cuando los príncipes etruscos conquistaron Roma la reedificaron en piedra convirtiéndola en una gran ciudad.

Los arquitectos etruscos veían como  los orgullosos romanos  trabajaban sin descanso en las canteras.

Luego, los vencedores embellecieron sus palacios con fina plata y ricos tapices, enseñando a la nobleza romana a tejerlos a la sombra de un sótano etrusco.

Todo su arte está ligado a esta paradoja:
La pasión por crear y una lujuria letal.
Detrás del cuello de un cisne, pintaban un zorro; y un falo de madera se erguía sobre sus tumbas.

CORO MASCULINO
Y Tarquino el Soberbio gobernó Roma como  un sol implacable y tórrido; y toda la ciudad...

(Ante sonidos procedentes del exterior, que representan tumultos en las calles de Roma, 
los Coros se muestran agitados) 

COLLATINUS
(fuera de escena)
Nos hemos convertido en esclavos de los etruscos y toda la ciudad es un bazar para ellos.
¡Muerte a los etruscos!

LUCÍA, BLANCA, JUNIUS,
(fuera de escena)
¡Muerte a los etruscos!

LUCÍA
(fuera de escena)
Reclutan a nuestros hijos y seducen a nuestras hijas con desfiles y juegos griegos.
¡Roma para los romanos!

BLANCA, JUNIUS, COLLATINUS
(fuera de escena) 
¡Roma para los romanos!

JUNIUS
(fuera de escena) 
Dios sabe que siempre ha sido peligroso expresar  la propia opinión en Roma, pero sin embargo cualquier prostituta es recibida por el emperador. 
¡Muerte a los etruscos!

LUCÍA, BLANCA, COLLATINUS
(fuera de escena) 
¡Muerte a los etruscos! 

BLANCA
(fuera de escena)
Hoy en día, o eres amigo de un funcionario,  o de lo contrario te roban y te maltratan.
¡Muera Tarquino!

LUCÍA, JUNIUS, COLLATINUS
(fuera de escena)
¡Muera Tarquino! 

LUCÍA, BLANCA, JUNIUS, COLLATINUS
(fuera de escena)
Por ahora, la loba permanece dormida,  pero cada romano vigila a un enemigo. 
¡Cuando la loba aúlle en la noche,  sus gargantas conocerán nuestros puñales!
¡Muerte a los etruscos! 
¡Roma para los romanos!

CORO MASCULINO
Y Tarquino el Soberbio gobernó Roma  como un sol implacable y tórrido.
Y toda la ciudad masticaba amargamente  el descontento, odiando a los aristocráticos extranjeros con sus orgías,  sus augurios y sus ideas disolutas. 
Tras cada puerta cerrada se murmuraba  y cada piedra que se arrojaba  era la voz de toda Roma.

(El Coro Masculino cierra el libro) 

Todos los tiranos caen, aunque la tiranía persista. Aunque la muchedumbre se disperse, su número  no disminuye. La violencia es el miedo que todos  llevamos dentro, la tragedia es la dimensión del hombre y la esperanza su breve visión de Dios. 
¡Ay, Cristo, cura nuestra ceguera, que nosotros confundimos con visión y muéstranos tu día,  pues la nuestra es una noche interminable!

CORO MASCULINO Y FEMENINO
Somos como dos observadores que están entre este público presente y aquellas escenas pasadas.
Vemos aquellas pasiones humanas con ojos que una vez lloraron con lágrimas de Cristo.

(sube el telón, mostrando a Lucrecia dormida en su cama. A su lado se consume una vela) 

CORO FEMENINO
Ella duerme como una rosa en la noche.
Resplandece como un lirio sobre el agua del lago.
Los párpados cubren sus ojos, que sueñan intentando rastrillar la superficie y explorando lo más profundo en busca de tesoros sumergidos en el profundo sueño. Así, duerme Lucrecia.

(Tarquino se aproxima furtivamente al lecho de Lucrecia) 

CORO MASCULINO
Cuando Tarquino lo desee,  Tarquino lo alcanzará.
Las sombras de la noche conspiran para cegar su conciencia y azuzar al deseo.
Pantera ágil y pantera viril,  el Príncipe atraviesa el vestíbulo silencioso.
Con toda presteza cruza la oscura galería, donde un busto de Collatinus  lo mira con ojos ciegos e impotentes.
Ahora pasa frente a la puerta de Blanca.
¡Despiértate vieja! ¡Advierte a tu señora!
¡Mira cómo la lujuria se escabulle!
Está inmóvil, como un centinela;  luego, se mueve sigiloso.
Lástima que el pecado tenga tanta elegancia, que se mueva como la virtud. ¡Atrás Tarquino!

(Tarquino llega a la cabecera de la cama) 

CORO FEMENINO
Así duerme Lucrecia.

TARQUINO
Este frágil recipiente luminoso parece una crisálida contenida dentro de su capullo de seda.
Cuán afortunada es esta lucecita que conoce su desnudez 
y cuando se extingue, la envuelve con su oscuridad  yaciendo junto a ella toda la noche.
Una belleza así nunca es casta. 
Si no se la disfruta... ¡es un desperdicio!
¡Despierta, Lucrecia!

CORO FEMENINO
¡No! Duerme y vuela con tu señor Collatinus más veloz que el caballo de Tarquino.
¡Duerme, Lucrecia! ¡Duerme, Lucrecia!

TARQUINO
Cómo rubíes rojos de sangre engarzados en ébano, sus labios alumbran el oscuro lago de la noche. 
Despertar a Lucrecia con un beso calmaría a Tarquino por un instante. 

(Besa a Lucrecia) 

CORO FEMENINO
Sus labios reciben el beso de Tarquino mientras ella sueña con Collatinus.
Envuelta aún en el deseo atrae hacia sí a Tarquino y al besarlo de nuevo se desvela y...

(Lucrecia se despierta) 

TARQUINO
¡Lucrecia!

LUCRECIA
¿Qué quieres?

TARQUINO
¡A ti!

LUCRECIA
¿Qué quieres de mí?

¡Yo!
TARQUINO
 ¿Qué temes?

LUCRECIA
¡A ti!
En el bosque de mis sueños tú has sido siempre el tigre.

TARQUINO
Concédeme tus labios y deja que mis ojos vean el fondo de tu ser en tus ojos.

LUCRECIA
¡No!

TARQUINO
Concédeme tus labios y deja que me sumerja en mi primer sepulcro, tus muslos.

LUCRECIA
¡No! ¡Nunca!
TARQUINO
Concédeme tus labios y deja que descanse en el olvido de tus pechos.

LUCRECIA
¡No!

TARQUINO
¡Dámelos!

LUCRECIA
¡No! ¡Lo qué tú pides jamás te será concedido!

TARQUINO
¿Cederás?

LUCRECIA
¿Cómo podría concederte algo, Tarquino,  si yo se lo he dado todo a Collatinus al que pertenezco totalmente? 
Collatinus es todo para mí;  y sin él, me siento sola y perdida.

TARQUINO
Pero el reflejo de tus ojos se intensifica con el deseo, y las cerezas de tus labios 
están húmedas de ansiedad.
¿Puedes negar lo que tu sangre te suplica en silencio?

LUCRECIA
Sí, lo niego.

TARQUINO
A través de los ojos de la primavera tu sangre joven suspira y niega el rechazo de las frágiles mentiras de tus labios.

LUCRECIA
¡No, mientes!

TARQUINO
¿Puedes negar lo que tu sangre desea?

LUCRECIA
¡Sí, lo niego!

TARQUINO
¡Lucrecia!

LUCRECIA
¡Lo niego!

TARQUINO
¿Puedes negarlo?

LUCRECIA
¡Lo niego!

TARQUINO
¡Tu sangre lo desea!

LUCRECIA
¡Mentira, mentira!

TARQUINO
¡Lucrecia!

(Ella se vuelve dándole la espalda) 

LUCRECIA
¡Oh, mi adorado Collatinus,  tú me has amado tanto!
Has afinado mi cuerpo  como un casto laúd de plata y así has mantenido mi sangre como la propia pureza de tu amor.
¡Por piedad, por favor, vete!

TARQUINO
¡Una belleza como tú no puede ser casta a menos que todos los hombres sean ciegos!
¡Demasiado tarde, Lucrecia, demasiado tarde!

Es más fácil detener al Tíber,  que calmar mi ardiente sangre 
que corre impetuosa  hacia el océano de tus ojos  y anhela encontrar la paz entre tus piernas.

LUCRECIA
¿Es éste el Príncipe de Roma?

TARQUINO
¡Yo soy tu Príncipe!

LUCRECIA
¡Eres un esclavo de la pasión y no un Príncipe!

TARQUINO
¡Entonces libérame!

LUCRECIA
¿Qué paz puede hallar la pasión?

(Él la toma en sus brazos) 

TARQUINO
¡Lucrecia! ¡Lucrecia!

LUCRECIA
¡Aunque esté entre tus brazos, jamás seré suya!

(Se esfuerza en vano por separarse) 

CORO FEMENINO Y MASCULINO
¡Vete, Tarquino!

CORO MASCULINO
Vete, Tarquino,  antes que el gélido fruto de sus senos te queme las manos  y consuma tu corazón con ese fuego que sólo se apaga con un deseo mayor.
¡Vete, Tarquino! ¡Vete!

CORO FEMENINO
(acercándose a la cama)
Vete Tarquino,  antes de que tu proximidad  tiente a Lucrecia a rendirse ante la fuerza de tu virilidad.

TARQUINO
¡La belleza lo es todo en la vida!
Pues posee la paz de la muerte.

LUCRECIA
Si la belleza lleva a esto,  la belleza es un pecado.

TARQUINO
Aunque mi sangre es muda,  ella habla.
Aunque mi sangre es ciega, encuentra.

LUCRECIA
Yo soy de él, 
y no tuya.

TARQUINO
La belleza, cuando es tan pura, es cruel.
Por las lágrimas de tus ojos, lloro.
Por el fuego de tus labios, ardo.
Por la paz de tus pechos, lucho.

LUCRECIA
¡El Amor es indivisible, indivisible!

CORO FEMENINO Y MASCULINO
¡Vete, Tarquino!
Mientras que la pasión aún sea orgullosa, antes de que tu lujuria sea consumada y 
condenada con el peso de la vergüenza.
Si no te arrepientes, el tiempo no podrá borrar tu nombre  de este momento.

TARQUINO
Yo empuño el cuchillo, pero sangro.
Aunque he vencido, estoy perdido.
Devuélveme mi alma.
En el sueño de tus venas, está mi reposo.

LUCRECIA
¡No!

TARQUINO
¡Hazme renacer del dolor 
de tus entrañas!
Aunque debiera dar,  yo tomo.

LUCRECIA
¡Por el amor de Dios, Tarquino!
¡Vete!

(Tarquino arranca las sábanas de la cama y amenaza a Lucrecia con su espada) 

TARQUINO
Lanzado como un dardo.

LUCRECIA
al corazón de la mujer.

CORO MASCULINO
el hombre camina hacia su Dios,

CORO FEMENINO
y luego cae en su infierno solitario.

(Tarquino sube a la cama) 

TODOS
Ved cómo el centauro desenfrenado sube al cielo y usa el sol con todas sus semillas de estrellas. 
Ahora, el gran río subterráneo fluye a través de Lucrecia, y Tarquino está sumergido el él.

(Tarquino apaga la vela con su espada. El telón cae rápidamente) 

Interludio 

CORO FEMENINO Y MASCULINO
En esta escena podréis ver la virtud asaltada por el pecado 
y el triunfo de la fuerza. 
Todos esto es fuente de infinito dolor  y pesar para Él.
Nada impuro sobrevive,  toda pasión perece,  la virtud tiene un sólo deseo: permitir que su sangre  regrese a las heridas de Cristo.
¡Oh, tú que eres desconocida para el mundo,
María, Madre de Dios,  ayúdanos a sobrellevar este pecado  que es nuestra naturaleza 
y al mismo tiempo su Cruz!
¡Oh, tú que eres desconocida para el mundo, María castísima y pura, 
ayúdanos a encontrar el amor  en su Espíritu  que desde Él fluye hacia nosotros!

Escena II 

(Casa de Lucrecia en Roma, a la mañana  siguiente. Sube el telón mostrando el vestíbulo 
de la casa de Lucrecia inundado por el sol matutino. Entran Lucía y Blanca) 

LUCÍA, BLANCA,
¡Oh! ¡Qué día tan encantador!

LUCÍA
Mira como el sol, con su energía, levanta de la cama a la holgazana aurora  y abre las ventanas sobre el mundo.

LUCÍA, BLANCA,
¡Oh! ¡Qué mañana tan encantadora!

BLANCA
Y qué ligera se levanta la niebla de los árboles y flota sobre el Tíber pintándolo de plata.
Va a hacer calor, un calor insoportable,  y por la tarde habrá temporal.

LUCÍA, BLANCA,
¡Oh! ¡Qué día tan encantador!

LUCÍA
Escucha como las alondras cantan su canción, dejándola caer sobre la ciudad como una cascada. 
¡Oh! ¡Hace tanto que esperaba un día como éste!

BLANCA
¡Pero, mira!
Aquí viene nuestro generoso jardinero  con su tesoro floral.

(van a la ventana y recogen cestos llenos de flores) 

LUCÍA
¡Oh, qué flores tan espléndidas!

BLANCA
Es como si los dioses hubieran arrojado las estrellas a nuestros pies.

LUCÍA
Las arreglaré para nuestro príncipe Tarquino.

(acomodan las flores) 

BLANCA
¡Oh, Lucía, por favor, ayúdame a llenar mi jarrón  de risueños narcisos!
Y a ligar en sus tallos, jazmines blancos  y rosas carmín.
Luego, lo adornaré con hojas  de hiedra y parra.
Así mi pequeño jarrón  contendrá toda la exuberancia del sol,  regada por la lluvia.

LUCÍA
¡Oh, Blanca! 
Permíteme poner estos  capullos de rosas escarlatas,  aún sin abrir,  que sueñan que cuando se abran, lo harán jugando con  el lascivo viento y con la lluvia,  hasta que se rompan y sean olvidados.
Así mi hermoso jarrón  contendrá toda la prodigalidad del sol  que es la rosa.

BLANCA
¿Cuál es la edad de la lavanda?

LUCÍA
La rosa ¿es joven o vieja?

LUCÍA, BLANCA,
Ahora, la madre tierra ofrece su pecho a los labios de la primavera.

LUCÍA
¿Dónde pondremos estas violetas,  estas lilas y estas mimosas?
¿Y qué haremos con toda esta madreselva?
Con sus manitas juntas, igual que los niños,  ha suplicado a Dios  para que le concediera  el divino perfume del cielo.

BLANCA
Dejaremos las orquídeas para que Lucrecia  las arregle; son las flores favoritas de Collatinus.

LUCÍA
Blanca, ¿cuánto tiempo se quedará el Príncipe?

BLANCA
Creo que él ya se ha ido. 
Oí un galope poco antes de que amaneciera.

LUCÍA
Quizá no fuera Tarquino.

BLANCA
Sólo él galoparía por un camino empedrado.

LUCÍA
Parece que la señora Lucrecia  aún está durmiendo en esta preciosa mañana. 
¿Debo despertarla?

BLANCA
No, no la molestes.
No es normal que ella duerma tan bien. 
Siempre está muy preocupada por Collatinus.

LUCÍA
A menudo me pregunto,  si el amor de Lucrecia  es la flor de su belleza,  o si su belleza es la flor de su amor.
Porque en ella, ambos, amor y belleza,  se transforman en gracia.

BLANCA
¡Silencio! 
Ahí viene.

(Entra Lucrecia) 

LUCÍA, BLANCA,
Buenos días, señora.

BLANCA
¿Espero que haya tenido felices sueños?

LUCRECIA
¡Oh, si sólo hubiera sido un sueño,  despertar no sería una pesadilla!

BLANCA
¿Durmió bien?

LUCRECIA
Tan profundamente como un muerto.

LUCÍA
Mire que día tan encantador,  y vea qué maravillosas son todas estas flores.

LUCRECIA
Sí, es verdad, es un día encantador.
Y qué maravillosas son todas estas flores.
Las habéis dispuesto muy hermosamente.

BLANCA
Pero hemos dejado las flores favoritas del señor para que usted las arregle.

LUCRECIA
Muy amable de vuestra parte.
¿Dónde están?

BLANCA
Aquí, señora. Las orquídeas más perfectas
que se hayan visto jamás.

LUCRECIA
(toma las flores y de repente pierde el control  de sí misma)
¡Son horribles!
¡Llevaroslas!

BLANCA
¡Pero, señora, son flores encantadoras! 
Son las orquídeas que usted misma ha cultivado.

LUCRECIA
¡Llevaroslas, os digo!
¡Oh, son flores monstruosas! ¡Oh, hora funesta!
¡Lucía, ve y envía un mensajero a mi señor Collatinus!
¿A qué estás esperando, muchacha? ¡Ve!

LUCÍA
¿Qué mensaje, señora,  debo transmitir al mensajero para el señor Collatinus?

(Lucrecia toma una orquídea) 

LUCRECIA
Dale esta orquídea.
Que le digan que encuentro su pureza adecuada;  y que sus pétalos contienen placer y dolor de mujer,  y toda la vergüenza de Lucrecia.
Que le den esta orquídea y que le digan que una ramera romana la envió.
Y que galope para venir a verla.
Que venga directamente a casa. 
¡Ve!... ¡No, espera!
Dile al mensajero que tome mi amor.
Sí, dale mi amor al mensajero,  dale mi amor al escudero, 
y al cochero también.
¡Y de prisa, de prisa, pues todos los hombres aman a la casta Lucrecia!

(Lucía sale) 

BLANCA
¿Debo tirar el resto de las flores, señora?
No, yo las acomodaré.

BLANCA
Aquí está el jarrón.

(Lucrecia hace una corona con las orquídeas) 

LUCRECIA
Las flores nos regalan cada año  la misma perfección;  incluso en su raíz y en sus hojas  mantienen la perfección de sus detalles.
Sólo las flores son castas  porque su belleza es muy breve;  los años son su amor 
y tiempo su ladrón.
Las mujeres le dan a cada hombre  la misma defección;  incluso su amor es corrompido  por la vanidad o la lisonja.
Solamente las flores son castas.
Que su pureza revele mi dolor, esconda mi vergüenza  y sea mi corona.

BLANCA
Mi niña, ¡has hecho una corona!

LUCRECIA
Tú me enseñaste de niña  a entrelazar flores silvestres.
¿Recuerdas que fue ayer,  o hace un siglo?
¿Lo recuerdas?

(Lucrecia sale corriendo) 

BLANCA
¡Sí, lo recuerdo!
Recuerdo cuando tus cabellos  caían como una cascada, de noche,  sobre tus blancos hombros.
Y cuando tus pechos de marfil  comenzaban a perfilarse en tu cuerpo ebúrneo.
Y recuerdo cómo corrías  en el jardín de sus ojos  para ir al encuentro de Collatinus.
Sí, lo recuerdo, lo recuerdo...

(Entra Lucía) 

LUCÍA
Tenías razón. Era Tarquino el que galopaba.

BLANCA
¿Qué le dijiste al mensajero?

LUCÍA
Que el señor Collatinus debe venir de inmediato.

BLANCA
Él no debe venir. 
Las palabras pueden hacer más mal que bien.
Sólo el tiempo puede curar.
¿El mensajero se ha ido?

LUCÍA
No, todavía no. 

BLANCA
¡Entonces ve y deténlo!
¡Rápido, haz lo que te digo!

LUCÍA
Pero Lucrecia dijo...

BLANCA
¡Haz lo que te digo, rápido! ¡Date prisa!

(Lucía sale) 

A veces una buena sirvienta 
debe olvidarse de cumplir una orden y por lealtad desobedecer.
A veces una sirvienta sabe mucho más que su señora, cuando ella es esclava  del dolor de su corazón.

(Entra Lucía) 

¿Lo detuviste?

LUCÍA
No, ya es demasiado tarde.

BLANCA
¿Demasiado tarde?

LUCÍA
El señor Collatinus está aquí.

BLANCA
¿Collatinus? ¿Solo?

LUCÍA
No, Junius vino con él.

BLANCA
¿Oh dioses, por qué tuvo que venir ahora?

(Entran Collatinus y Junius) 

COLLATINUS

¿Dónde está Lucrecia?
Dime, ¿dónde está la señora Lucrecia?

BLANCA

Ella está bien.

COLLATINUS

¡Un mensajero me dijo que viniera!

BLANCA
Ningún mensajero salió de aquí.

COLLATINUS
Estás mintiendo.

JUNIUS
¿Dónde está Lucrecia?

BLANCA
Dormida. Tuvo una mala noche.

COLLATINUS
¿Por qué no vino nadie a recibirnos a la entrada?

JUNIUS
Quizás teman que Tarquino  hubiese regresado.

COLLATINUS
¿Tarquino ha estado aquí?
¡Contesta!

BLANCA
¡Oh, no me pregunte, mi señor!

COLLATINUS
¿Tarquino aquí?

JUNIUS
Anoche le oí salir galopando del campamento  y esperé su regreso, temiendo sus celos hacia ti. 
Él regresó al alba con su caballo lastimado, por eso fui a avisarte.

COLLATINUS
Demasiado tarde, Junius, demasiado tarde...

(Lucrecia se acerca despacio a Collatinus. 
Lleva un vestido de luto color púrpura) 

¡Lucrecia! ¡Lucrecia! 
¡Ay, no deberemos separarnos jamás,  puesto que nos pertenecemos el uno al otro y entre nosotros hay un solo corazón!

LUCRECIA 
Amarse como nos hemos amado  era como ser siempre una mitad.
Amarse como nos hemos amado era morir cada día de ansiedad.

LUCRECIA, COLLATINUS 
Amarse como nos hemos amado era como vivir al borde de la tragedia.

LUCRECIA 
Ya no existe un mar tan profundo donde pueda ahogar mi vergüenza.
Ya no existe tierra suficiente donde pueda ocultar mi vergüenza.
Ya no existe un sol tan intenso que pueda hacer desaparecer mi sombra. 
Ya no existe una noche tan oscura  que pueda esconder mi sombra. 
Corazón querido, mírame a los ojos, 
¿no ves mi sombra?

COLLATINUS 
En tus ojos veo solamente  la imagen de la eternidad  y una lágrima sin sombra. 

LUCRECIA
 
Pues entonces mírame y escucha mi relato que dejará petrificados tus dulces ojos,  torturará tu corazón  y te hará crujir los huesos de dolor  por la profundidad de la pena. 

Anoche Tarquino me violóy me robó la paz desgarrandola tela de nuestro amor. 
Lo que nosotros tejimos, 
Tarquino lo ha destrozado. 
Lo que te he dicho no lo podremos olvidar.
¡Ay, mi amor!
Nuestro amor fue demasiado precioso para que la vida lo tolerara o el destino impidiera que lo mancillasen. 
A mí me queda la vergüenza, a ti el dolor.

COLLATINUS
Si el espíritu no ha cedido,  no hay motivo para avergonzarse.
La lujuria es de quien viola, en eso está la vergüenza.
Lo que Tarquino ha tomado puede olvidarse;  lo que Lucrecia ha dado puede ser perdonado.

(Collatinus se arrodilla ante Lucrecia) 

LUCRECIA
Incluso el amor más grande es demasiado frágil como para soportar el peso de las sombras.

(Ella se apuñala) 

Ahora ya seré para siempre casta,  sólo la muerte podrá violarme.
¡Mira cómo mi sangre desbocada lava por completo mi vergüenza!

(muere) 

COLLATINUS
(arrodillándose junto al cuerpo de Lucrecia)
Esta mano muerta deja caer  todo lo que mi corazón sostenía  cuando estaba lleno,  cuando jugaba como una pródiga fuente,  con el amor abundante y prolífico.
Así de breve es la belleza.
¿Esto es todo? ¡Es todo! 

(Junius se dirige a la ventana y se dirige a la muchedumbre) 

JUNIUS
¡Romanos, alzaros!
¡Mirad lo que los etruscos han hecho!
Aquí yace la casta Lucrecia, muerta y violada por Tarquino.
Que su cuerpo sea llevado  por toda nuestra ciudad.
Destruido por la belleza su trono caerá. 
¡Yo gobernaré!

LUCÍA, BLANCA,
(sobre del cuerpo de Lucrecia)
Vivió con demasiada gracia para pertenecer a nuestra grosera humanidad.
Por siempre nuestra vergüenza  será lavada por su pureza. 
Ahora, poned la corona sobre su cabeza  y dejad que los centinelas de los muertos  cuiden la tumba donde nuestra Lucrecia yace. 
Así de breve es la belleza. 
¿Por qué fue concebida? ¡Ya ha terminado!

CORO FEMENINO
La belleza es el casco de una potranca indómita que desde un vallado de avellanos, coceando, salta en dirección al sol
y desaparece...
Así de breve es la belleza.
¿Por qué fue concebida? ¡Ya ha terminado!

CORO MASCULINO
No tienen necesidad de una vida para vivir; 
no tienen necesidad de unos labios para amar; 
no tienen necesidad una muerte para morir, 
en su amor todo se disuelve;
en su amor todo se resuelve.
¿Qué otra cosa queda sino el amor?
El amor lo es todo. ¡Lo es todo!

TODOS
¡Cómo es posible que ella,  siendo tan pura, deba morir!
¿Cómo es posible que nosotros,  que nos lamentamos por ella, debamos vivir?
Así de breve es la belleza.
¿Es esto todo? ¡Todo es esto! ¡Todo es esto!

(Collatinus, Junius, Blanca y Lucía se arrodillan en torno al cuerpo de Lucrecia, 
permaneciendo así hasta el final de la ópera) 

Epílogo 

CORO FEMENINO
¿Es esto todo? 
¿Todo este sufrimiento y dolor ha sido en vano?
¿En este mundo sólo envejece el pecado?
¿Podremos aspirar a otra cosa que no sea 
el océano de nuestras propias lágrimas?
¿Sólo podremos conseguir desiertos cada vez más yermos de años olvidados?
¿Para esto he visto con mis ojos inmortales,  derramarse su cálida sangre sobre el Monte  y secarse sobre aquella Cruz?
¿Todo queda reducido a eso?
¿Estamos perdidos?
Contéstanos o permite que muramos  en nuestra desolación. 
¿Es todo? ¿Es esto todo?

CORO MASCULINO
¡No es todo! Aunque nuestra naturaleza sea frágil  y sigamos cayendo, y una gran muchedumbre se agolpe a lo largo del camino interminable,
Él carga con nuestros pecados y mientras asciende, nuestros titubeos lo detienen, pero Él nos lo perdona todo.
Por nosotros Él vivió con humildad.
Él murió para que nosotros vivamos, y nos perdona todas las heridas y cicatrices  que permanentemente le infringimos.
En su Pasión reside nuestra esperanza.
Es Jesucristo, el Salvador. 
¡Él lo es todo! ¡Él lo es todo!

(Las luces se apagan sobre los actores. Sólo los dos Coros permanecen iluminados) 

CORO FEMENINO Y MASCULINO
Desde el comienzo el gran amor fue mancillado por el destino o por el hombre. Ahora, con palabras repetidas y breves notas, intentamos componer una canción a la tragedia humana.

(El telón cae lentamente) 


VER:

"La violación de Lucrecia" de William Shakespeare.

La violación de Lucrecia primer act



La violación de Lucrecia segundo acto




La violación de Lucrecia tercer acto



La violación de Lucrecia Cuarto acto


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