PRIMERA
NOCHE
Schahrazada
dijo:
“He
llegado a saber, ¡oh rey, afortunado! que hubo un mercader entre los
mercaderes, dueño de numerosas riquezas y de negocios comerciales en
todos los países.
Un
día montó a caballo y salió para ciertas comarcas a las cuales le
llamaban sus negocios.
Como
el calor era sofocante, se sentó debajo de un árbol, y echando mano
al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido
tiró a lo lejos los huesos.
Pero
de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo
una espada, llegó hasta el mercader y le dijo: “Levántate para
que yo te mate como has matado a mi hijo.”
El
mercader repuso: “Pero ¿cómo he matado yo a tu hijo?” Y
contestó el efrit: “Al arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi
hijo y lo mataron.”
Entonces
dijo el mercader: “Considera ¡oh gran efrit! que no puedo mentir,
siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y
esposa, y además guardo en mi casa depósitos que me confiaron.
Permiteme
volver para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar en cuanto
lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que volveré en seguida
a tu lado. Y tú entonces harás de mí lo que quieras.
Alah
es fiador de mis palabras.”
El
efrit, teniendo confianza en él, dejó partir al mercader.
Y
el mercader volvió a su tierra, arregló sus asuntos, y dio a cada
cual lo que le correspondía.
Después
contó a su mujer y a sus hijos lo que le había ocurrido, y se
echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los hijos.
Después el mercader hizo testamento y estuvo coa su familia hasta el
fin del año.
Al
llegar este término se resolvió a partir, y tomando su sudario bajo
el brazo, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra
su gusto.
Los
suyos se lamentaban, dando grandes gritos de dolor.
En
cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó al jardín en
cuestión, y el día en que llegó era el primer día del año nuevo.
Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un
jeique se dirigió hacia él, llevando una gacela encadenada.
Saludó
al mercader, le deseó una vida próspera, y le dijo: “¿Por qué
razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los
efrits?”
Entonces
le contó el mercader lo que le había ocurrido con el efrit y la
causa de haberse detenido en aquel sitio. Y el jeique dueño de la
gacela se asombró grandemente, y dijo: “¡Por Alah! ¡oh hermano!
tu fe es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se
escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería
motivo de reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente.
” Después,
sentándose a su lado, prosiguió: “¡Por Alah! ¡oh mi hermano! no
te dejaré hasta que veamos lo que te ocurre con el efrit.” Y allí
se quedó, efectivamente, conversando con él, y hasta pudo ayudarle
cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de
crueles pensamientos.
Seguía
allí el dueño de la gacela, cuando llegó un
segundo
jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se acercó,
les deseó la paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel
lugar frecuentado por los efrits.
Entonces
ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y
apenas se había sentado, cuando un tercer jeique se dirigió hacia
ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz y
les preguntó por qué estaban sentados en aquelsitio. Y los otros le
contaron la historia desde el principio hasta el fin. Pero no es de
ninguna utilidad el repetirla.
A
todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo en el centro
de aquella pradera. Descargó una tormenta, se disipó después el
polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y
brotándole chispas de los ojos.
Se
acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader: “Ven para que yo te
mate como mataste a aquel hijo mío, que era el aliento de mi vida y
el fuego de mi corazón.” Entonces se echó a llorar el mercader, y
los tres jeiques empezaron también a llorar, a. gemir y a suspirar.
Pero
el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos,
y besando la mano del efrit, le dijo: “¡Oh efrit, jefe de los
efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta
gacela y te maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio
de la sangre de este mercader?” Y el éfrit dijo: “Verdaderamente
que sí, venerable jeique. Si me cuentas la historia y yo la
encuentro extraordinaria, te concederé el tercio de esa sangre.”
CUENTO
DEL PRIMER JEIQUE
El
primer jeique dijo:
“Sabe,
¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de mi tío, carne de nu
carne y sangre de mi sangre.
Cuando
esta mujer era todavía muy joven, nos casamos, y vivimos juntos
cerca de treinta años.
Pero
Alah no me concedió tener de ella ningún hijo.
Por
esto tomé una concubina, qué, gracias a Alah, me dio un hijo varón,
más hermoso que la luna
cuando
sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus
miembros eran perfectos. Creció poco a poco; hasta llegar a los
quince años. En aquella época tuve que marchar a una población
lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.
La
hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada desde su infancia
en la brujería y el arte de los encantamientos.
Con
la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su
madre, la esclava, en una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro
ganado.
Después
de bastante tiempo, regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por
mi esclava, y la hija de mi tío me dijo: “Tu esclava ha muerto, y
tu hijo se escapó y no sabemos de él.” Entonces, durante un año
estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y el llanto de
mis ojos.
Llegada
la fiesta anual del día de los Sacrificios, ordené al mayoral que
me reservara una de las mejores vacas, y me trajo la más gorda de
todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela.
Remangado
mi brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al
sacrificio, cuchillo en mano, cuando de pronta la vaca prorrumpió en
lamentos y derramaba lágrimas abundantes.
Entonces
me detuve, y la entregué al mayoral para que la sacrificase; pero al
desollarla no se le encontró ni carne ni grasa, pues sólo tenía
los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de
qué servía ya él arrepentimiento?
Se
la di al mayoral, y le dije: “Tráeme un becerro bien gordo.” Y
me trajo a mi hijo convertido en ternero.
Cuando
el ternero me vio, rompió la cuerda, se me acercó corriendo, y se
revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos! ¡con qué llantos!
Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral: “Tráeme otra
vaca, y deja con vida este ternero.”
En
este punto de su narración, vio Scháhrazada que iba a amanecer, y
se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso.
Entonces
su hermana Doniazada le dijo: “¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y
cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!” Schahrazada
contestó: “Pues nada son comparadas con lo que os podría contar
la noche próxima, si vivo todavía y el rey quiere conservarme.” Y
el rey dijo para sí: “¡Por Alah! No la mataré hasta que haya
oído la continuación de su historia.”
Luego
marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al visir, que
llevaba debajo del brazo un sudario para Schahrazada, a la cual creía
muerta.
Pero
nada le dijo de esto el rey, y siguió administrando justicia,
designando a unos para los empleos, destituyendo a otros, hasta que
acabó el día. Y el visir se fue perplejo, en el colmo del asombro,
al saber que su hija vivía.
Cuando
hubo terminado el diván, el rey Schalhriar volvió a su palacio.
Y
CUANDO LLEGÓ LA SEGUNDA NOCHE
Doniazada
dijo a su hermana Schahrazada:- “¡Oh hermana mía! Te ruego que
acabes la historia del mercader y el efrit “ Y Schahrazada
respondió: “De todo corazón y como debido homenaje, siempre que
el rey me lo permita.” Y el rey ordenó: “Puedes hablar.”
Ella
dijo:
He
llegado a saber, ¡oh rey afortunado, dotado de ideas justas y
rectas! que cuando el mercader vio llorar al ternero, se enterneció
su corazón, y dijo al mayoral: “Deja ese ternero con el ganado.”
Y
a todo esto, el efrit se asombraba prodigiosamente de esta historia
asombrosa. Y el jeique dueño de la gacela prosiguió de este modo:
“¡Oh
señor de los reyes de los efrits! todo esto aconteció. La hija de
mi tío, esta gacela, hallábase allí mirando, y decía: “Debemos
sacrificar ese ternero tan gordo.” Pero yo, por lástima, no podía
decidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara,
obedeciéndome él.
El
segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó el pastor y me
dijo:. “¡Oh amo mío! Voy a enterarte de algo que te alegrará.
Esta buena nueva bien merece una gratificación.” Y yo le contesté:
“Cuenta
con ella.” Y me dijo: “¡Oh mercader ilustre! Mi hija es bruja,
pues aprendió la brujería de una vieja que vivía con nosotros.
Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de
mi hija, y ella, apenas lo vio, cubrióse con el velo la cara,
echándose a llorar, y después a reir. Luego me dijo: “Padre, ¿tan
poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?”
Yo
repuse: “Pero ¿dónde están esos hombres? ¿Y por qué lloras y
ríes así?” Y ella me dijo: “El ternero que traes contigo es
hijo de nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es su
madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con él. Me he reído
al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la
madre del becerro, que fue sacrificada por el padre.” Estas
palabras de mi hija, me sorprendieron mucho, y aguardé con
impaciencia que volviese la mañana para venir a enterarte de todo.”
Cuando
oí, ¡oh poderoso efrit! prosiguió el jeique lo que me decía el
mayoral, salí con él a toda prisa, y sin haber bebido vino creíame
embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que sentía
al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me
deseó la paz y me besó la mano, y luego se me acercó el ternero,
revolcándose a mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral:
“¿Es cierto lo que afirmas de este ternero?” Y ella dijo:
“Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo, la llama de tu corazón.” Y
le supliqué:
“¡Oh
gentil y caritativa joven! si desencantas a mi hijo, te daré cuantos
ganados y fincas tengo al cuidado de tu padre.” Sonrió al oir
estas palabras, y me dijo: “Sólo aceptaré la riqueza con dos
condiciones:
la
primera„ que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me dejarás
encantar y aprisionar a quien yo desee.
De
lo contrario, no respondo de mi eficacia contra las perfidias de tu
mujer.
Cuando
yo oí, ¡oh poderoso efrit! las palabras de la hija del mayoral, le
dije: “Sea, y por añadidura tendrás las riquezas que tu padre me
administra. En cuanto a la hija de mi tío, te permito que dispongas
de su sangre.”
Apenas
escuchó ella mis palabras, cogió una cacerola de cobre, llenándola
de agua y pronunciando sus conjuros mágicos. Después roció con el
líquido al ternero, y le dijo:' “Si Alah te creó ternero, sigue
ternero, sin cambiar de forma; pero si estás encantado recobra tu
figura primera con el permiso de Alah el Altísimo.” E
inmediatamente el ternero empezó a agitarse, y volvió a adquirir la
forma humana.
Entonces,
arrojándome en sus brazos, le besé. Y luego le dije: “¡Por Alah
sobre ti! Cuéntame lo que la hija de mi tío hizo contigo y con tu
madre.” Y me contó cuanto les había ocurrido. Y yo dije entonces:
“¡Ah, hijo mío! Alah, dueño de los destinos; reservaba a alguien
para salvarte y salvar tus derechos.”
Después
de esto, ¡oh buen efrit! casé a mi hijo con la hija del mayoral. Y
ella, merced a su ciencia de
brujería,
encantó a la hija de mi tío, transformándola en esta gacela que tú
ves.
Al
pasar por aquí encontré- me con estas buenas gentes, les pregunté
qué hacían, y por ellas supe lo ocurrido a este mercader, y hube de
sentarme para ver lo que pudiese sobrevenir. Y esta es mi historia.”
Entonces
exclamó el efrit: “Historia realmente muy asombrosa. Por eso te
concedo como gracia el tercio
de
la sangre que pides.”
En
este momento se acercó el segundo jeique, el de los lebreles negros,
y dijo:
CUENTO
DEL SEGUNDO JEIQUE
“Sabe,
¡oh señor de los reyes de los efrits! que éstos dos perros son mis
hermanos mayores y yo soy el tercero.
Al
morir nuestro padre nos dejó en herencia tres mil dinares. Yo, con
mi parte, abrí una tienda y me
puse
a vender y comprar. Uno de mis hermanos, comerciante también, se
dedicó a viajar con las caravanas, y estuvo ausente un año. Cuando
regresó no le quedaba nada de su herencia.
Entonces
le dije: “¡Oh hermano mío! ¿no te había aconsejado que no
viajaras?” Y echándose a llorar, me contestó: “Hermano, Alah,
que es grande y poderoso, lo dispuso así. No pueden serme de
provecho ya tus palabras, puesto que nada tengo ahora.” Le lleve
conmigo a la tienda, lo acompañé luego al hammam y le regalé un
magnífico traje de la mejor clase.
Después
nos sentamos a comer, y le dije: “Hermano, voy a hacer la cuenta de
lo que produce mi tienda en un año, sin tocar al capital, y nos
partiremos las ganancias.” Y, efectivamente, hice la cuenta, y
hallé un beneficio anual de mil dinares: Entonces di gracias a Alah,
que es poderoso y grande, y dividí la ganancia luego entre mi
hermano y yo. Y así vivimos juntos días y días.
Poco
tiempo después quiso viajar también mi segundo hermano. Hicimos
cuanto nos fue posible para que desistiese de su proyecto, pero todo
fue inútil, y al cabo de un año volvió en la misma situación que
el hermano mayor.
Le
di otros mil dinares que tuve de ganancia durante el periodo de su
ausencia, abrió una tienda nueva continuó el ejercicio de su
profesión.
Sin
que les sirviese de escarmiento lo que les había sucedido, de nuevo
mis hermanos desearon marcharse y pretendían que yo les acompañase.
No acepté, y les dije: “¿Qué habéis ganado con viajar, para que
así pueda yo tentarme de imitaros?”
Entonces
empezaron a dirigirme reconvenciones, pero sin ningún fruto, pues no
les hice caso, y seguimos comerciando en nuestras tiendas otro año.
Otra vez volvieron a proponerme el viaje, oponiéndome yo también,
y, así pasaron seis años más. Al fin acabaron por convencerme, y
les dije: “Hermanos, contemos el dinero que tenemos.” Contamos, y
dimos con un total de seis mil dinares.
Entonces
les dije: “Enterremos la mitad para poderla utilizar si nos
ocurriese una desgracia, y tomemos mil dinares cada uno para
comerciar al por menor.” `Y contestaron: “¡Alah, favorezca la
idea!”
Cogí
el dinero y lo dividí en dos partes iguales; enterré tres mil
dinares y los otros tres mil los repartí juiciosamente entre
nosotros tres.
Después
compramos varias mercaderías, fletamos un barco, llevamos a él
todos nuestros efectos, y partimos. Duró un mes entero el viaje, y
llegamos a una ciudad, donde vendimos las mercancías con una
ganancia de diez dinares por dinar. Luego abandonamos la plaza.
Al
llegar a orillas del mar encontramos a una mujer pobremente vestida,
con ropas viejas y raídas. Se me acercó, me besó la mano, y me
dijo: “Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres favorecerme? Yo, en
cambio, sabré agradecer tus bondades.” Y le dije: “Te socorreré,
mas no te creas obligada a la gratitud.” Y ella me respondió:
“Señor, entonces cásate conmigo, llévame a tu país y te
consagraré mi alma.
Favoréceme,
que yo soy de las que saben el valor de un beneficios No te
avergüences de mi humilde condición.” Al decir estas palabras,
sentí piedad hacia ella, pues nada hay que no se haga mediante la
voluntad de Alah, que es grande y poderoso. Me la llevé, la vestí
con ricos trajes, hice tender magníficas alfombras en el barco para
ella y le dispensé una hospitáalaria acogida llena de cordialidad.
Después zarpamos.
Mi
corazón llegó a amarla con un gran amor, y no la abandoné ni de
día ni de noche. Y como de los tres hermanos era yo el único que
podía gozarla, estos hermanos míos, sintieron celos, además de
envidiarme por mis riquezas y por la calidad de mis mercaderías.
Dirigían
ávidas miradas sobre cuanto poseía yo, y se concertaron para
matarme y repartirse mi dinero, porque el Cheitán sin duda les hizo
ver su mala acción con los más bellos colores.
Un
día, cuándo estaba yo durmiendo con mi esposa, llegaron hasta
nosotros y nos cogieron, echándonos al mar. Mi esposa se despertó
en el agua, y de súbito cambió de forma, convirtiéndose en efrita.
Me
tomó sobre sus hombros y me depositó sobre una isla. Después
desapareció durante toda la noche, regresando al amanecer, y me
dijo: “¿No reconoces a tu esposa?” Te he salvado de la muerte
con ayuda del Altísimo.
Porque
has de saber que yo soy una efrita. Y desde el instante en que te vi,
te amó mi corazón, simplemente porque Alah lo ha querido, y yo soy
una creyente de Alah y en su Profeta, al cual Alah bendiga y
persevere.
Cuando
yo me he acercado a ti en la pobre condición en que me hallaba, tú
te aviniste de todos modos a casarte conmigo. Y yo, en justa
gratitud, he impedido que perezcas ahogado. “En cuanto a tus
hermanos, siento el mayor furor contra ellos y es preciso que los
mate.”
Asombrado
de sus palabras, le di las gracias por su acción, y le dije: “No
puedo consentir la perdida de mis hermanos.” Luego le conté todo
lo ocurrido con ellos, desde el principio hasta el fin, y me dijo
entonces:
“Esta
noche volaré hacia la nave que los conduce, y la haré zozobrar para
que sucumban.” Yo repliqué:
“¡Por
Alah sobre tal No hagas eso, recuerda que el Maestro de los
Proverbios dice: “¡Oh tú, compasivo del delincuente! Piensa que
para el criminal es bastante castigo su mismo crimen, y además,
considera que son mis hermanos.”
Pero
ella insistió: :Tengo que matarlos sin remedio.” Y en vano imploré
su indulgencia,
Después
se echó a volar llevándome en sus hombros, y me dejó en la azotea
de mi casa.
Abrí
entonces las puertas y saqué los tres mil dinares del escondrijo.
Luego abrí mi tienda, y después de hacer las visitas necesarias y
los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.
Llegada
la noche, cerré la tienda, y al entrar en mis habitaciones encontré
estos dos lebreles que estaban atados en un rincón. Al verme se
levantaron, rompieron a llorar y se agarraron a mis ropas.
Entonces
acudió mi mujer, y me dijo: “Son tus hermanos. “Y yo le dije:
“¿Quién los ha puesto en esta forma?” Y ella contestó:
“Yo
misma. He rogado a mi hermana, más versada que yo en artes de
encantamiento, que los pusiera en ese estado. Diez años permanecerán
así”.
Por
eso, ¡oh efrit poderoso! me ves aquí, pues voy en basca de mi
cuñada, a la que deseo suplicar los desencante, porque van ya
transcurridos los diez años.
Al
llegar me encontré con este buen hombre, y cuando supe su aventura,
no quise marcharme hasta averiguar lo que sobreviniese entre tú y
él. Y este es mi cuento.”
El
efrit dijo: “Es realmente un cuento asombroso, por lo que te
concedo otro tercio de la sangre destinada a rescatar el crimen.”
Entonces
se adelantó el tercer jeique, dueño de la mula, y dijo al efrit:
“Te contaré una historia más maravillosa que las de estos dos. Y
tú me recompensarás con el resto de la sangre.” El efrit
contestó: “Que así sea.”
Y
el tercer jeique dijo:
CUENTO
DEL TERCER JEIQUE
“¡Oh
sultán, jefe de los efrits! Esta mula que ves aquí era mi esposa.
Una vez salí de viaje y estuve ausente todo un año.
Terminados
mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto de mi mujer,
la encontré con un esclavo negro, estaban conversando, y se besaban,
haciéndose zalamerías. Al verme, ella se levantó, súbitamente y
se abalanzó a mí con una vasija de agua en la mano; murmuró
algunas palabras luego, y me dijo arrojándome el agua: “¡Sal de
tu propia forma y reviste la de un perro!”
Inmediatamente
me convertí en perro, y mi esposa me echó de casa. Anduve vagando,
hasta llegar a una carnicería, donde me puse a roer huesos. Al verme
el carnicero, me cogió y me llevó con él.
Apenas
penetramos en el cuarto de su hija, ésta se cubrió con el velo y
recriminó a su padre: “¿Te parece bien lo que has hecho? Traes a
un hombre y lo entras en mi habitación.” Y repuso el padre:
“¿Pero
dónde está ese hombre?” Ella contestó: “Ese perro es un
hombre, Lo ha encantado una mujer; pero yo soy capaz de
desencantarlo.” Y su padre le dijo: “¡Por Alah sobre ti!
Devuélvele su forma, hija mía.” Ella cogió una vasija con agua,
y después de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: “.¡Sal
de esa forma y recobra la primitiva!” ,
Entonces
volví a mi forma humana, besé la mano de la joven, y le dije:
“Quisiera que encantases a mi mujer como ella me encantó.” Me
dio entonces un frasco con agua, y me dijo: “Si encuentras dormida
a tu mujer, rocíala con esta agua y se convertirá en lo que
quieras.” Efectivamente, la encontré dormida, le eché el agua, y
dije: “¡Sal de esa forma y toma la de una mula!” Y al instante
se transformó en una mula, es la misma que aquí ves, sultán de
reyes de los efrits.”
El
efrit se volvió entonces hacia la mula, y le dijo: “¿Es verdad
todo eso?” Y la mula movió la cabeza como afirmando: “Sí, sí;
todo es verdad.”
Esta
historia consiguió satisfacer al efrit, que, lleno de emoción y de
placer, hizo gracia al anciano del último tercio de la sangre.
En
aquel momento Schahrazada vio aparecer la mañana, y discretamente
dejó de hablar, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su
hermana Doniazada dijo: “¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán
amables y cuán deliciosas son en su frescura tus palabras!” Y
Schahrazada contestó: “Nada es eso comparado con lo que te contaré
la noche próxima, si vivo aún y el rey quiere conservarme.”
Y
el rey se dijo: “¡Por Alah! No la mataré hasta que le haya oído
la continuación de su relato, que es asombroso.”
Entonces
el rey marchó a la sala de justicia.
Entraron
el visir y los oficiales y se llenó el diván de gente.
Y
el rey juzgó, nombró, destituyó, despachó sus asuntos y dio
órdenes hasta el fin del día. Luego se levantó el diván y el rey
volvió a palacio.
Y
CUANDO LLEGÓ LA TERCERA NOCHE
Daniazada
dijo: “Hermana mía, te suplico que termines tu relato.” Y
Schahrazada contestó: “Con toda la generosidad y simpatía de mi
corazón.” Y prosiguió después:
He
llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que, cuando el tercer jeique
contó al efrit el más asombroso de
los
tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y
placentero, dijo: “Concedo el resto de la sangre por que había de
redimirse el crímen, y dejo en libertad al mercader”.
Entonces
el mercader, contentísimo, salió al encuentro de los jeiques y les
dio miles de gracias. Ellos, a su vez, le felicitaron por el indulto.
Y cada cual regresó a su país.
“Pero
-añadió Schahrazada- es más asombrosa la historia del pescador.”
Y
el rey dijo a Schahrazada: “¿Qué historia del pescador es esa?”
Y
Shahrazada dijo:
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