Símbolo del Sionismo |
Ejemplo: El sionismo defiende la expansión del Estado de Israel hacia las zonas limítrofes.
Su
nombre procede de Sión, la colina sobre la que se erigía el Templo
de Jerusalén y que más tarde se convertiría en el símbolo de la
propia ciudad. El filósofo judío de nacionalidad austriaca Nathan
Birnbaum fue quien aplicó por primera vez el término sionismo a
este movimiento en 1890.
HISTORIA
El sionismo tuvo su origen
como movimiento político organizado en el siglo XIX, pero sus
raíces se remontan al siglo VI a.C., cuando los judíos
fueron deportados de
Palestina e iniciaron la denominada cautividad de Babilonia; sus
profetas les instaron a creer que un día Dios les permitiría
regresar a sus territorios palestinos, la Eretz Israel (Tierra de
Israel).
Con el paso de los siglos, e iniciada ya la diáspora del
pueblo judío, éste asoció la esperanza del regreso con la venida
del Mesías, que habría de ser un salvador enviado por Dios para
liberarles. Algunos judíos, por propia iniciativa, emigraban a
Palestina para unirse a las comunidades judías que seguían viviendo
allí, pero continuaron siendo una pequeña minoría en medio de una
población mayoritariamente árabe.
LA
HASKALÁ Y EL MOVIMIENTO POR LA ASIMILACIÓN
No pudo surgir un sionismo secular hasta
que la vida judía propiamente dicha no estuvo en cierto modo
secularizada. Este proceso se inició en el siglo XVIII con la
Haskalá (Ilustración), movimiento inspirado en la Ilustración
europea e iniciado por el filósofo judío alemán Moses Mendelssohn.
La Haskalá marcó
el comienzo de un movimiento que se separaba del judaísmo
tradicional ortodoxo y creaba la necesidad de un sentimiento nacional
judío que sustituyera a la religión como fuerza unificadora. En un
principio, sin embargo, la tendencia fue de asimilación a la
sociedad europea. En Alemania, el movimiento liberal para la reforma
judía intentó reducir el judaísmo a una denominación religiosa,
dejando a los judíos que adoptaran la cultura alemana.
La obtención
de la igualdad política por parte de los judíos europeos se inició
en Francia en 1791 durante la Revolución Francesa y se extendió a
casi toda Europa en las décadas sucesivas.
LA
APARICIÓN DEL ANTISEMITISMO MODERNO
La emancipación política,
no obstante, resultó ser un falso comienzo. En la segunda mitad del
siglo XIX tanto en Alemania como en el Imperio Austro-Húngaro
surgieron partidos antisemitistas organizados.
En Rusia, donde la
emancipación había sido superficial, el asesinato del zar
Alejandro II en 1881 desencadenó una ola nacionalista que
provocó disturbios antijudíos (pogromos) en todo el país. Para los
judíos rusos los pogromos de 1881 fueron un punto tan decisivo como
lo había sido la Revolución Francesa para los judíos franceses.
Para escapar de la persecución,
muchos judíos rusos emigraron, en especial a Estados Unidos y
Argentina. Un número menor, que creía que los judíos que vivían
en la diáspora estaban destinados eternamente al papel de chivos
expiatorios y pensaba que sólo estarían seguros en una patria
propia, se dirigió hacia Palestina, que por aquel entonces estaba
bajo dominio turco.
Recibieron ayuda económica del filántropo judío
francés barón Edmond de Rothschild, pero muchos no perseveraron en
su empeño, y la importancia de esta primera inmigración judía fue
insignificante.
LOS PROPULSORES DEL SIONISMO
A mediados del siglo XIX,
dos rabinos ortodoxos europeos, Yehudá Alkalai y Tzeví Hirsch
Kalischer, adaptaron la creencia tradicional en el Mesías a las
condiciones modernas, afirmando que eran los propios judíos los que
debían preparar el camino para su llegada.
En 1862 el judío alemán
socialista Moisés Hess, inspirándose en el movimiento nacionalista
italiano, publicó Rom und Jerusalem (Roma y
Jerusalén), libro en el que rechazaba la idea de la asimilación
a la sociedad europea y donde insistía en que la esencia del
problema de los judíos radicaba en la falta de una patria.
LA
FUNDACIÓN DEL MOVIMIENTO SIONISTA.
En 1896 Theodor Herzl,
periodista judío austriaco, publicó un pequeño libro llamado Der
Judenstaat (El Estado judío), en el que analizaba
las causas del antisemitismo, a la vez que sugería su solución: la
creación de un Estado judío. Aunque Herzl fue recibido por el
emperador alemán Guillermo II y por el sultán otomano
Abdülhamit II, no consiguió que éstos apoyaran su causa, como
tampoco logró que los judíos ricos reunieran el dinero necesario
para respaldar su proyecto.
En 1897, Herzl organizó
en Basilea (Suiza) el I Congreso Sionista, al que asistieron
casi 200 delegados. El Congreso formuló el Programa de Basilea, que
se convirtió en la plataforma programática del movimiento sionista,
al determinar que el fin del sionismo era la creación “para el
pueblo judío de un hogar en Palestina garantizado por el derecho
público”.
El Congreso fundó también la Organización Sionista
Mundial (OSM), la cual estaba autorizada a establecer delegaciones en
todos los países que contaran con una población judía
considerable.
Tras no lograr del sultán
turco una carta de derechos, Herzl dirigió sus esfuerzos
diplomáticos hacia Gran Bretaña, pero el ofrecimiento británico de
investigar la posibilidad de una colonización judía en el este de
África —el llamado Plan Uganda— casi provocó una escisión en
el movimiento sionista. Los sionistas rusos acusaron a Herzl de
traicionar el programa sionista. Aunque Herzl se reconcilió con sus
detractores, murió poco después, totalmente desalentado.
Cuando el
VII Congreso Sionista (1905) rechazó el plan del este de
África, Israel Zangwill formó la Organización Territorial Judía,
cuyo fin era buscar cualquier territorio que fuera adecuado para la
colonización judía. Sin embargo, la organización de Zangwill nunca
contó con muchos seguidores y desapareció tras la muerte de éste.
VARIEDADES
DEL SIONISMO
El sionismo ha generado
un gran número de ideas e ideologías diferentes. Los sionistas
culturales, cuyo principal portavoz fue el escritor ruso Ahad Ha-am,
subrayaban la importancia que tenía convertir a Palestina en un
centro para el crecimiento espiritual y cultural del pueblo judío.
Otra variedad del sionismo fue elaborada por A. D. Gordon, quien
escribió y practicó la “religión del trabajo”, concepto
tolstoiano que concebía que la unión del pueblo y de la tierra se
lograba trabajando el suelo.
Los sionistas socialistas
intentaron dar una justificación marxista al sionismo. Los judíos
necesitaban un territorio propio en el que establecer una sociedad
normalmente estratificada y donde pudieran iniciar una lucha de
clases para así acelerar la revolución.
Los experimentos sociales
realizados en materia de agricultura cooperativa desembocaron en la
creación de un fenómeno exclusivamente sionista: el kibutz,
comuna de carácter igualitarista y colectivo que proporcionó la
estructura política, cultural y militar del Yishuv (asentamiento),
antes del establecimiento del Estado de Israel y durante muchos años
después.
Los sionistas religiosos
consideraban que su fin era dirigir la regeneración nacional de los
judíos hacia caminos más tradicionales, pero se ha criticado a
aquellos partidos religiosos que compartían la autoridad política
por comprometer sus creencias a cambio de los atractivos materiales
del poder.
EL
SIONISMO EN EL SIGLO XX
Los dos mayores logros
del sionismo durante este siglo fueron el compromiso del gobierno
británico para establecer una patria judía en Palestina, propósito
recogido en la Declaración Balfour de 1917, y el propio
establecimiento del Estado de Israel en 1948.
Durante la I Guerra Mundial,
los británicos se granjearon la amistad de los sionistas para
asegurarse el control estratégico de Palestina y obtener el apoyo de
los judíos de la diáspora a la causa aliada. La Declaración,
contenida en una carta dirigida por el secretario de Asuntos
Exteriores Arthur James Balfour a un líder sionista británico,
aprobaba el establecimiento en Palestina de una “patria para el
pueblo judío”. Dado que Palestina había pasado del control turco
al británico, esto proporcionaba a los sionistas la carta de
derechos que habían estado buscando.
EL
PERIODO DE ENTREGUERRAS
Chaim
Weizmann
El
dirigente sionista y científico Chaim Weizmann, de origen ruso y
nacionalizado británico en 1910, se trasladó a Palestina en 1934.
Catorce años después encabezó el gobierno provisional israelí y
en 1949 se convirtió en el primer presidente del nuevo Estado de
Israel, cargo que mantuvo hasta su muerte, en 1952.
Después de la I Guerra Mundial el sionismo sufrió dos fuertes reveses. El nuevo régimen soviético impidió que los judíos rusos, que habían sido la fuente tradicional de emigración sionista, abandonaran el país.
Además,
se produjo una disputa entre el líder del sionismo estadounidense,
el juez Louis Brandeis, y el doctor Chaim Weizmann, el hombre que
había logrado la Declaración Balfour. En la disputa entraban en
juego no sólo asuntos personales, sino también un debate ideológico
sobre el futuro del sionismo.
El
‘sionismo sintético’ de Weizmann, que defendía tanto la lucha
política como la colonización, venció a la postura pragmática de
Brandeis, que se concentraba en la colonización sin hacer ninguna
referencia a una futura categoría de nación. Weizmann se erigió en
líder indiscutible, pero esto produjo el abandono de Brandeis y su
grupo, y hasta la II Guerra Mundial los judíos estadounidenses
dirigieron la mayor parte de su labor filantrópica a ayudar a los
judíos europeos antes que a Palestina.
En 1929, Weizmann estableció
la Agencia Judía para Palestina, una organización más amplia que
aprovechaba la ayuda financiera de los judíos que deseaban ayudar a
sus hermanos de Palestina, pero que no comulgaban con los fines
políticos del sionismo.
Durante el periodo del
mandato británico (1920-1948), el Yishuv pasó de
50.000 a 600.000 habitantes. La mayoría de los nuevos inmigrantes
eran refugiados que habían escapado de la persecución
nacionalsocialista alemana que tenía lugar en Europa. En 1935, un
grupo revisionista encabezado por Ze’ev Vladimir Jabotinsky se
separó del movimiento sionista y formó el Nuevo Partido Sionista.
Durante
el final de la década de 1930, Jabotinsky, que abogaba por la
existencia de un Estado judío a ambos lados del río Jordán, se
dedicó a una infructuosa campaña para conseguir la evacuación
masiva de los judíos europeos hacia Palestina.
La coexistencia con la
población árabe de Palestina se fue convirtiendo en un problema
cada vez más difícil de solucionar. Los frecuentes disturbios
ocurridos en la década de 1920 culminaron en una rebelión a gran
escala que se extendió desde 1936 hasta 1939.
El
movimiento sionista adoptó varias posturas, entre las que se
contaban la de Judas León Magnes, presidente de la Universidad
Hebrea de Jerusalén (que defendía la fundación de un Estado
conjunto árabe-judío) y la del futuro primer ministro israelí
David Ben Gurión (que argumentaba que el acuerdo con los árabes
sólo podría producirse partiendo de una posición judía de fuerza,
una vez que el Yishuv se hubiera convertido en
mayoría).
Por
lo que respecta a los sionistas socialistas, se produjo un profundo
conflicto ideológico entre el ideal marxista del internacionalismo,
que obligaría a la cooperación con los trabajadores árabes, y el
fin nacional, dirigido a consolidar una nueva clase obrera judía en
Palestina.
EL
LIBRO BLANCO
En vísperas de la II Guerra
Mundial, el gobierno británico cambió la política que venía
realizando en el tema de Palestina en un intento de apaciguar al
mundo árabe. El Libro Blanco de mayo de 1939 daba por terminado el
compromiso británico con el sionismo y contemplaba el
establecimiento de un Estado palestino en un plazo de diez años. La
mayoría árabe de Palestina quedaba garantizada en una cláusula que
recogía la inmigración de otros 75.000 judíos durante los cinco
años posteriores, después de lo cual serían los propios árabes
los que estipularan cualquier entrada adicional.
El Libro Blanco de 1939
rompió la tradicional alianza británica con el sionismo y provocó
muchas protestas violentas en el Yishuv. En mayo de
1942, los líderes sionistas reunidos en el Hotel Biltmore de Nueva
York exigieron la creación de una Comunidad Democrática Judía, es
decir, un Estado que abarcara toda la parte occidental de Palestina
como parte del nuevo orden mundial surgido después de la guerra.
El
llamado Programa Biltmore marcó un punto de partida radical en la
política sionista. El Holocausto, el asesinato sistemático de
judíos europeos a manos de los nazis, acabó por convencer a los
judíos occidentales de la necesidad de fundar un Estado judío.
En
1944, el Irgún Tzevaí Leumí (Organización Militar Nacional), una
fuerza guerrillera sionista encabezada por el futuro primer ministro
israelí Menajem Beguin, inició una revuelta armada contra la
dominación británica en Palestina. Tanto oficiales como soldados
británicos, además de árabes palestinos, fueron objeto de
atentados terroristas.
EL
ESTADO ISRAEL
En 1947, Gran Bretaña
acudió a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en busca de
asesoramiento. El 29 de noviembre de ese mismo año, la ONU adoptó
un Plan de Partición que proyectaba la división de Palestina en dos
estados, uno árabe y otro judío, con Jerusalén como zona
internacional bajo su jurisdicción. La aprobación de esta
resolución generó las protestas árabes. Se produjeron ataques
contra los asentamientos judíos, que pronto adquirieron las
dimensiones de una auténtica guerra.
Gran Bretaña permaneció al
margen de este conflicto, en tanto que tenía el firme propósito de
abandonar los territorios palestinos antes del 1 de agosto de 1948,
fecha en la que el Plan de Partición establecía el fin de su
mandato. Ante este hecho, los líderes del Yishuv decidieron
llevar a cabo la parte del Plan que tenía como finalidad establecer
un Estado judío.
En la medianoche del 14 de mayo de 1948, el Consejo
Provisional (antiguo Consejo Nacional), en representación del pueblo
judío de Palestina y del movimiento sionista mundial, proclamó en
Tel Aviv el establecimiento del Estado de Israel.
Éste
debía su existencia a un cúmulo único de circunstancias: la
simpatía del mundo occidental por el sufrimiento judío, la
influencia política de los judíos estadounidenses al asegurarse el
apoyo del presidente Harry S. Truman; la pérdida de interés por
parte de Gran Bretaña por continuar su mandato en Palestina y,
quizás principalmente, por la determinación y habilidad
del Yishuv para establecer y aferrarse a su propio
Estado.
La finalidad del sionismo
durante los primeros años posteriores al establecimiento del Estado
de Israel pareció quedar clara: consolidar y defender a Israel y
explicar y justificar su existencia. Sin embargo, las relaciones
entre el nuevo Estado y los sionistas resultaron ser problemáticas.
El primer ministro israelí David Ben Gurión insistía en que
aquellos líderes sionistas que escogieran permanecer en la diáspora
no podrían participar en la toma de decisiones de Israel, aún
cuando Israel pudiera deber su existencia a la influencia de éstos.
Ben Gurión mantenía también que, ahora que existía el Estado
judío, la única finalidad del sionismo debía ser
la aliyá (‘subida’ o ‘establecimiento’ en
Israel) personal.
Nahum Goldmann, jefe de
la OSM desde 1951 hasta 1968, sostenía que el sionismo debía
también alimentar y preservar la vida judía en la diáspora. Los
sionistas estadounidenses, en especial el rabino Mordecai Menajem
Kaplan, fundador del judaísmo reconstruccionista, pidieron una
redefinición del judaísmo y alertaron contra los peligros que
supondría la creación de un cisma entre los judíos de Israel y los
de la diáspora.
En
1968, el Programa Jerusalén (adoptado por el Congreso Sionista
celebrado en Jerusalén ese mismo año) convirtió la aliyá en
condición indispensable para pertenecer a cualquier grupo sionista,
pero en la práctica el nuevo programa sólo supuso pequeños
cambios.
Durante la década de 1970,
muchas de las actividades sionistas se dirigieron hacia los judíos
soviéticos, que finalmente obtuvieron la autorización para emigrar,
aunque de forma restringida. Una vez más surgieron diferencias entre
las agencias de ayuda sionista y judía acerca de si la emigración a
Israel era la única opción que se podía ofrecer a los judíos
soviéticos. A finales de la década de 1980 se produjo una ola de
emigración masiva de los judíos soviéticos a Israel.
Los estados árabes y sus
partidarios tildaron repetidamente al sionismo de ‘instrumento
imperialista’. En 1975, la ONU adoptó una resolución que
equiparaba al sionismo con el racismo.
En
1991, su Asamblea General revocó esta resolución por 111 votos
contra 25. Por su parte, los sionistas han insistido en que su
movimiento nunca ha rechazado la autodeterminación del pueblo árabe
y que el significado fundamental del sionismo ha sido la liberación
nacional del pueblo judío.
En
la actualidad el sionismo se basa en el apoyo inequívoco a dos
principios básicos: la autonomía y seguridad del Estado de Israel y
el derecho de cualquier judío a establecerse allí (la llamada Ley
del Retorno), principios que juntos proporcionan la garantía de una
nacionalidad judía a cualquier judío que la necesite.
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