Es un clásico de enorme poder de
sugestión, a través de la figura del hombre solitario que, luego de sobrevivir
a la injusta condena y la miserable prisión, regresa para hacer justicia.
Retrato de época, romántico, crítico y social, por un genio del siglo XIX.
Alejandro Dumas quien mejor materializó esta idea con su obra
inmortal El Conde de Montecristo. Para dar una idea clara de cómo consiguió
convertir esta novela en paradigma de la venganza, es necesario retrotraerse al
contexto en que escribió este autor.
El Conde de Montecristo es, en principio, la historia de una
venganza.
El marino Edmundo Dantés es ascendido a capitán de El Faraón
y está a punto de casarse con Mercedes. Sin embargo, el ingenuo Dantés no es
consciente de cómo su buena fortuna repercute en las vidas de su círculo de
allegados.
Danglars, jefe de cargamento de El Faraón, que envidia su
ascenso, y Fernando, que ama a su prima Mercedes, denuncian falsamente a
Edmundo Dantés de agente bonapartista. Y, aunque el fiscal Villefort está a
punto de liberar a Dantés de los cargos de los que es objeto, la vinculación
del caso en cuestión con su propio padre Noirtier, un partidario bonapartista a
ultranza, le impelen a salvaguardar su carrera enviando en secreto a Edmundo
Dantés al Catillo de If.
Durante su permanencia en prisión, el protagonista entra en
posesión de los conocimientos teóricos y prácticos más avanzados de su tiempo
gracias al abate Faria. Cuando se fuga de prisión, por vía novelesca, se
convierte en uno de los hombres más ricos de la tierra. Su venganza, por tanto,
no será ya sólo la venganza de un hombre agraviado, ni la venganza de ‘un
intelectual agraviado’, sino la del dueño de un capital, de una fuerza de
producción que habrá de invertir o dilapidar de una u otra manera.
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VER: La venganza del conde de Montecristo
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