Samuel Beckett |
Poeta, novelista y destacado dramaturgo del teatro del
absurdo. De origen irlandés, en 1969 fue galardonado con el Premio Nobel de
Literatura.
Beckett nació el 13 de
abril de 1906, en Foxrock, cerca de Dublín. Tras asistir a una escuela
protestante de clase media en el norte de Irlanda, ingresó en el Trinity
College de Dublín, donde obtuvo la licenciatura en lenguas romances en 1927 y
el doctorado en 1931.
Entretanto pasó dos años como profesor en París. Al mismo
tiempo continuó estudiando al filósofo francés René Descartes y escribió su
ensayo crítico Proust (1931), que sentaría las bases filosóficas de su vida y
su obra. Fue entonces cuando conoció al novelista y poeta irlandés
James Joyce, del cual fue
traductor y a quien pronto le unió una fuerte amistad.
Entre 1932 y 1937 escribió y viajó sin
descanso y desempeñó diversos trabajos para incrementar los ingresos de la
pensión anual que le ofrecía su padre, cuya muerte en 1933 le supuso un duro
golpe.
En 1937 se estableció definitivamente en París, pero en 1942,
tras adherirse a la Resistencia, tuvo que huir de la Gestapo, la policía
secreta nazi. En el sur de Francia, libre de la ocupación alemana, Beckett escribió
la novela Watt (que no se publicó hasta 1953).
Al final de la guerra regresó a París, donde produjo cuatro
grandes obras: su trilogía Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable
(1953), novelas que el propio autor consideraba su mayor logro, y la obra de
teatro Esperando a Godot (1952), su obra maestra en opinión de la mayoría de
los críticos.
Gran parte de su producción posterior a 1945 fue escrita en
francés. Otras obras importantes, publicadas en inglés, son Final de partida
(1958), La última cinta (1959), Días felices (1961), Acto sin palabras (1964),
No yo (1973), That Time (1976) y Footfall (1976); los relatos Murphy 1938) y Cómo es (1964); y dos colecciones de Poemas (1930 y 1935). Una de sus últimas
obras es Compañía (1980), donde resume su actitud de explorar lo inexplorable.
Murphy, que escribió en inglés, y en cuyas páginas se notan
las influencias de su vida de aquel entonces, la época en que lo escribió:
Dublín, Londres, sus calles, sus tabernas, sus jardines y sus viviendas.
En Murphy no importa
el argumento (gente que busca a Murphy, un hombre que se niega a trabajar y que
posee cierta descoordinación entre su mente y su cuerpo), sino el estilo, la
prosa, deslumbrante de metáforas, de juegos de palabras (el traductor merece
una medalla), de ingenio y, sobre todo, de un humor irlandés que a veces te
empuja a soltar una carcajada.
Porque el narrador, omnisciente, a menudo
apostilla y comenta las acciones o los pensamientos de los personajes, y lo
hace con un sarcasmo envidiable, con un humor irlandés, los juegos de palabras, la
erudición matizada con coñas, el ambiente tabernario con borrachos y
prostitutas, etc. Murphy debe leerse despacio, disfrutando, sólo por el placer
de la literatura, por el placer de recrearse en la prosa de Samuel Beckett.
Un fragmento:
Es una desgracia lamentable, pero hemos llegado al punto de
este relato en que no hay más remedio que intentar una justificación de la
expresión “la mente de Murphy”. Por suerte, no tenemos que ocuparnos de tal
artilugio según era realmente –lo cual sería una extravagancia y una
impertinencia–, sino tan sólo de lo que él mismo se sentía y se figuraba ser.
Después de todo, la mente de Murphy es el fondo de todas las presentes
informaciones. Dedicándole una breve sección en este punto, nos veremos libres
de volver a excusarnos por su existencia.
Se considera en general que su obra maestra es Esperando a
Godot (1953). La pieza se desarrolla en una carretera rural, sin más presencia
que la de un árbol y dos vagabundos, Vladimir y Estragón, que esperan, un día
tras otro, a un tal Godot, con quien al parecer han concertado una cita, sin
que se sepa el motivo. Durante la espera dialogan interminablemente acerca de
múltiples cuestiones, y divagan de una a otra, con deficientes niveles de
comunicación.
En otra de sus piezas, Días felices (1963, escrita en inglés
en 1961), lo impactante es su original puesta en escena: la cincuentona Winnie
se halla enterrada prácticamente hasta el busto en una especie de promontorio.
Habla y habla sin tregua, mientras su marido Willie, siempre cerca pero siempre
ausente, se limita a emitir de vez en cuando, como réplica o asentimiento, un
gruñido. Winnie repite a diario los mismos actos, recuenta las pertenencias de
su bolso, siempre idénticas, y, sobre todo, recuerda las mismas cosas triviales
e intrascendentes, pero que constituyen sus «días felices».
Tanto en sus novelas como en sus obras, Beckett centró su
atención en la angustia indisociable de la condición humana, que en última
instancia redujo al yo solitario o a la nada. Asimismo experimentó con el
lenguaje hasta dejar tan sólo su esqueleto, lo que originó una prosa austera y
disciplinada, sazonada de un humor corrosivo y alegrado con el uso de la jerga
y la chanza.
Su ruptura con las técnicas tradicionales dramáticas y la
nueva estética que proponía le acercaban al rumano E. Ionesco, y suscitó la
etiqueta de «anti-teatro» o «teatro del absurdo«. Se trata de un teatro
estático, sin acción ni trucos escénicos, con decorados desnudos, de carácter
simbólico, personajes esquemáticos y diálogos apenas esbozados. Es la apoteosis
de la soledad y la insignificancia humanas, sin el menor atisbo de esperanza.
Su influencia en dramaturgos posteriores, sobre todo en
aquellos que siguieron sus pasos en la tradición del absurdo, fue tan notable
como el impacto de su prosa.
El teatro de Beckett adquiere tonos existencialistas, en su
exploración de la radical soledad y el desamparo de la existencia humana y en
la drástica reducción del argumento y los personajes a su mínima expresión, lo
cual se refleja así mismo en su prosa, austera y disciplinada, aunque llena de
un humor corrosivo. En el año 1969 fue galardonado con el Premio Nobel de
Literatura.
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