Nicolas Copérnico |
No hay constancia, sin embargo, de que por entonces se
sintiera especialmente interesado por la astronomía; de hecho, tras estudiar
medicina en Padua, Nicolás Copérnico se doctoró en derecho canónico por la
Universidad de Ferrara en 1503. Ese mismo año regresó a su país, donde se le
había concedido entre tanto una canonjía por influencia de su tío, y se
incorporó a la corte episcopal de éste en el castillo de Lidzbark, en calidad
de su consejero de confianza.
Fallecido el obispo en 1512, Copérnico fijó su residencia en
Frauenburg y se dedicó a la administración de los bienes del cabildo durante el
resto de sus días; mantuvo siempre el empleo eclesiástico de canónigo, pero sin
recibir las órdenes sagradas. Se interesó por la teoría económica, ocupándose
en particular de la reforma monetaria, tema sobre el que publicó un tratado en
1528. Practicó asimismo la medicina y cultivó sus intereses humanistas.
Hacia 1507, Copérnico elaboró su primera exposición de un
sistema astronómico heliocéntrico en el cual la Tierra orbitaba en torno al
Sol, en oposición con el tradicional sistema tolemaico, en el que los
movimientos de todos los cuerpos celestes tenían como centro nuestro planeta.
Una serie limitada de copias manuscritas del esquema circuló entre los
estudiosos de la astronomía, y a raíz de ello Copérnico empezó a ser
considerado como un astrónomo notable; con todo, sus investigaciones se basaron
principalmente en el estudio de los textos y de los datos establecidos por sus
predecesores, ya que apenas superan el medio centenar las observaciones de que
se tiene constancia que realizó a lo largo de su vida.
En 1513 Copérnico fue invitado a participar en la reforma del
calendario juliano, y en 1533 sus enseñanzas fueron expuestas al papa Clemente
VII por su secretario; en 1536, el cardenal Schönberg escribió a Copérnico
desde Roma urgiéndole a que hiciera públicos sus descubrimientos. Por entonces
Copérnico había ya completado la redacción de su gran obra, Sobre las
revoluciones de los orbes celestes, un tratado astronómico que defendía la
hipótesis heliocéntrica.
El texto se articulaba de acuerdo con el modelo formal del
Almagesto de Tolomeo, del que conservó la idea tradicional de un universo
finito y esférico, así como el principio de que los movimientos circulares eran
los únicos adecuados a la naturaleza de los cuerpos celestes; pero contenía una
serie de tesis que entraban en contradicción con la antigua concepción del
universo, cuyo centro, para Copérnico, dejaba de ser coincidente con el de la
Tierra, así como tampoco existía, en su sistema, un único centro común a todos
los movimientos celestes.
Consciente de la novedad de sus ideas y temeroso de las
críticas que podían suscitar al hacerse públicas, Copérnico no llegó a dar la
obra a la imprenta. Su publicación se produjo gracias a la intervención de un
astrónomo protestante, Georg Joachim von Lauchen, conocido como Rheticus, quien
visitó a Copérnico de 1539 a 1541 y lo convenció de la necesidad de imprimir el
tratado, de lo cual se ocupó él mismo. La obra apareció pocas semanas antes del
fallecimiento de su autor; iba precedida de un prefacio anónimo, obra del
editor Andreas Osiander, en el que el sistema copernicano se presentaba como
una hipótesis, a título de medida precautoria y en contra de lo que fue el
convencimiento de Copérnico.
La teoría heliocéntrica
El modelo heliocéntrico de Nicolás Copérnico fue una
aportación decisiva a la ciencia del Renacimiento. La concepción geocéntrica
del universo, teorizada por Tolomeo, había imperado durante catorce siglos: el
Almagesto de Tolomeo era un desarrollo detallado y sistemático de los métodos
de la astronomía griega, que establecía un cosmos geocéntrico con la Luna, el
Sol y los planetas fijos en esferas girando alrededor de la Tierra. Con
Copérnico, el Sol se convertía en el centro inmóvil del universo, y la Tierra
quedaba sometida a dos movimientos: el de rotación sobre sí misma y el de
traslación alrededor del Sol. No obstante, el universo copernicano seguía
siendo finito y limitado por la esfera de las estrellas fijas de la astronomía
tradicional.
Si bien le cabe a Copérnico el mérito de iniciar la obra de
destrucción de la astronomía tolemaica, en realidad su objetivo fue muy
limitado y tendía sólo a una simplificación del sistema tradicional, que había
llegado ya a un estado de insoportable complejidad. En la evolución del sistema
tolemaico, el progreso de las observaciones había hecho necesarios unos ochenta
círculos (epiciclos, excéntricos y ecuantes) para explicar el movimiento de
siete planetas errantes, sin aportar, pese a ello, previsiones lo
suficientemente exactas. Dada esta situación, Copérnico intuyó que la hipótesis
heliocéntrica eliminaría muchas dificultades y haría más económico el sistema;
bastaba con sustituir la Tierra por el Sol como centro del universo,
manteniendo intacto el resto del esquema.
No todo era original en la obra de Copérnico. En la
Antigüedad, pitagóricos como Aristarco de Samos habían realizado sobre bases
metafísicas una primera formulación heliocéntrica. A lo largo del siglo XIV,
Nicolás de Oresme (1325-1382), Jean Buridan (muerto en 1366) o Alberto de
Sajonia (1316-1390) plantearon la posibilidad de que la Tierra se moviera. En
cualquier caso, Copérnico elaboró por primera vez un sistema heliocéntrico de
forma coherente, aunque su teoría fue menos el resultado de la observación de
datos empíricos que la formulación de nuevas hipótesis a partir de una
cosmovisión previa que tenía un fundamento metafísico.
Este componente metafísico se manifiesta en al menos tres
aspectos. En primer lugar, Copérnico conectó con la tradición neoplatónica de
raíz pitagórica, tan querida por la escuela de Ficino, al otorgar al Sol una
posición inmóvil en el centro del cosmos. Éste era el lugar que realmente le
correspondía por su naturaleza e importancia como fuente suprema de luz y vida.
En segundo lugar, el movimiento copernicano de planetas se
asentaba sobre un imperativo geométrico. Copérnico seguía pensando que los
planetas, al moverse alrededor del Sol, describían órbitas circulares
uniformes. Este movimiento circular resultaba naturalmente de la esfericidad de
los planetas, pues la forma geométrica más simple y perfecta era en sí misma
causa suficiente para engendrarlo.
Por último, el paradigma metafísico copernicano se basaba en
la íntima convicción de que la verdad ontológica de su sistema expresaba a la
perfección la verdadera armonía del universo. Es notable que Copérnico
justificase su revolucionario heliocentrismo con la necesidad de salvaguardar
la perfección divina (y la belleza) del movimiento de los astros. Por ningún
otro camino, afirmó, "he podido encontrar una simetría tan admirable, una
unión armoniosa entre los cuerpos celestes". En el centro del cosmos, en
el exacto punto medio de las esferas cristalinas (cuya existencia jamás puso en
duda Copérnico), debe encontrarse necesariamente el Sol, porque él es la
lucerna mundi, la fuente de luz que gobierna e ilumina a toda la gran familia
de los astros. Y así como una lámpara debe colocarse en el centro de una
habitación, "en este espléndido templo, el universo, no se podría haber
colocado esa lámpara [el Sol] en un punto mejor ni mas indicado".
La revolución copernicana
Después de Copérnico, el danés Tycho Brahe (1546-1601)
propuso una tercera vía que combinaba los sistemas de Tolomeo y Copérnico: hizo
girar los planetas alrededor del Sol y éste alrededor de la Tierra, con lo que
ésta seguía ocupando el centro del universo. Aunque Brahe no adoptó una
cosmología heliocéntrica, legó sus datos observacionales a Johannes Kepler
(1571-1630), un astrónomo alemán entregado por entero a la creencia de que el
sistema cosmológico copernicano revelaba la simplicidad y armonía del universo.
Kepler, que expuso sus teorías en su libro La nueva
astronomía (1609), concebía la estructura y las relaciones de las órbitas
planetarias en términos de relaciones matemáticas y armonías musicales.
Asimismo, calculó que el movimiento planetario no era circular sino elíptico, y
que su velocidad variaba en relación con su proximidad al Sol.
Paralelamente, las observaciones telescópicas de Galileo
(1564-1642) conducían al descubrimiento de las fases de Venus, que confirmaban
que este planeta giraba alrededor del sol; la defensa del sistema copernicano
llevaría a Galileo ante el Santo Oficio. Y antes de terminar el siglo, Isaac
Newton (1642-1727) publicaba los Principios matemáticos de la filosofía natural
(1687), con su cuarta ley sobre el movimiento, la ley de la gravitación
universal: el heliocentrismo copernicano había llevado a la fundación de la
física clásica, que daba cumplida explicación de los fenómenos terrestres y
celestes.
Pero la importancia de la aportación de Copérnico no se agota
en una contribución más o menos acertada a la ciencia astronómica. La
estructura del cosmos propuesta por Copérnico, al homologar la Tierra con el
resto de los planetas en movimiento alrededor del Sol, chocaba frontalmente con
los postulados escolásticos y filosóficos de la época, que defendían la
tradicional oposición entre un mundo celeste inmutable y un mundo sublunar
sujeto al cambio y al movimiento. De este modo, las tesis de Copérnico fueron
el primer paso en la secularización progresiva de las concepciones
renacentistas, que empezaron a buscar una interpretación natural y racional de
las relaciones entre el universo, la Tierra y el hombre. Se abría la primera
brecha entre ciencia y magia, astronomía y astrología, matemática y mística de
los números.
Las profundas implicaciones del nuevo sistema alcanzaban así
a la metodología científica en su conjunto, y también a la mentalidad y a las
convicciones religiosas y filosóficas de toda una época. Tal y como lo resume
el moderno historiador de la ciencia Thomas Kuhn (La revolución copernicana,
1957), al final de este proceso, los hombres, "convencidos de que su
residencia terrestre no era más que un planeta girando ciegamente alrededor de
una entre miles de millones de estrellas, valoraban su posición en el esquema
cósmico de manera muy diferente a la de sus predecesores, quienes en cambio
consideraban a la Tierra como el único centro focal de la creación
divina". De ahí que, cinco siglos después, la lengua siga reteniendo la
expresión giro copernicano para designar un cambio de magnitudes drásticas en
una situación o modo de pensar.
REFERENCIAS: http://www.biografiasyvidas.com/
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