24 millones
de personas necesitan socorro humanitario con urgencia en Afganistán
Millones de personas en Afganistán padecen miseria y hambre debido a décadas de conflicto, años de sequía, temperaturas gélidas durante el invierno y el colapso de la economía del país, que ha experimentado repetidas crisis humanitarias.
La situación en Afganistán es terrible.
ACNUR y sus socios lanzaron planes de respuesta conjunta para brindar asistencia humanitaria, que es vital. En Afganistán residen 24 millones de personas, y 5,7 millones de afganos – y sus comunidades de acogida – requieren apoyo en cinco países vecinos.
Ha pasado un año desde el retiro de EE. UU. de Afganistán y la retoma del poder por parte de los talibanes. Un año en el que los derechos de las mujeres han sido pisoteados y la economía del país ha quedado devastada tras la suspensión de las ayudas internacionales y el congelamiento de los activos afganos en el extranjero.
Millones de personas sufren de malnutrición y la pobreza obliga a muchos a tomar medidas desesperadas, como vender sus órganos o vender a sus hijas para matrimonios forzados.
Un año del retorno talibán al poder: Afganistán se consume de hambre y falta de libertades.
La división, la pobreza extrema y el ostracismo marcan el primer aniversario del retorno de los islamistas al poder, tras la criticada salida de las potencias internacionales.
Afganistán ha retrocedido 20 años con el retorno de los
talibanes al poder. El 15 de agosto de 2021 se confirmaba la toma de Kabul, la
capital, tras una guerra civil con un final inesperadamente rápido en favor de
los islamistas. Ha pasado un año desde entonces y se han cumplido los peores
presagios: aquellos que decían que venían reformados, que blanqueaban su imagen
con promesas de derechos para las mujeres, amnistías y vídeos virales, se
quitaron pronto la máscara y han sumido al país otra vez en la oscuridad. Con
el añadido de que dos generaciones de afganos habían vivido ya en un sistema
más libre, más garantista, y el dolor de lo amputado aumenta. Occidente huyó
para no volver.
Cuando Estados Unidos y sus aliados -España entre ellos-
comenzaron a retirar sus fuerzas de Afganistán, con un calendario adelantado
públicamente desde la Casa Blanca, los talibanes lanzaronn una ofensiva final
para retomar el control del país que gobernaron ya antes, entre 1996 y 2001. En
agosto del pasado año, aceleraron su campaña al tomar una serie de ciudades en
una arremetida de 10 días por todo el país, que acabó en la capital. El
presidente, Ashraf Ghani, asumía que su fin había llegado y se marchaba a Abu
Dhabi.
“Los talibanes ganaron”, dijo antes de irse, mientras su
ciudadanos corrían hacia el aeropuerto, desesperados, en busca de un avión que
los llevara lejos del terror que tan bien conocían ya. En la retina del mundo,
para vergüenza de las grandes potencias occidentales, estarán las imágenes del
caos en Kabul, de los niños entregados por encima de las alambradas en busca de
un pasaje, de las familias separadas, los llantos de quien no tenía un
pasaporte o un salvoconducto. Varias personas mueren aplastadas al intentar
llegar a la pista o al caerse de los aviones en los que se habían encaramado.
Lo que iban saliendo, sobre todo, eran tropas de los países occidentales aún presentes en el país, legaciones diplomáticas y locales que trabajaron para ellas, personas para las que una nómina de un Gobierno extranjero era a la vez un billete a la vida, si salían, y una condena de muerte, si se quedaban. Resuena el ”¡España, España!” con el que habrían paso a los civiles los soldados españoles.
El 26 de agosto, un atacante suicida se hacía estallar entre
la multitud, dejando más de 100 muertos, incluidos 13 soldados estadounidenses.
La acción es reivindicada por el grupo Estado Islámico capítulo de Afganistán y
Pakistán, rival de los talibanes. Cuatro días después, los talibanes celebran
que los últimos soldados estadounidenses y aliados dejan el país el 30 de
agosto, un adiós precipitado y poco digno tras gastar unos dos billones de
dólares (1,9 billones de euros), unos 300 millones al día.
Su derrota estaba consumada, tras una presencia continuada en
la zona, en la que no se pudo o no interesó instaurar una verdadera democracia:
se sucedieron los Ejecutivos colaboradores con Washington, con una corrupción
nada disimulada, sin que llegase al pueblo toda la inversión y el cambio
prometido. Hubo avances, por ejemplo en lucha antiterrorista, y se mejoró la
vida de muchos afganos, pero a la postre todos se fueron dejando a los
ciudadanos con sus fantasmas recobrados.
Su rostro, a la vista
Aunque los talibanes aseguraron que eran otros, que en dos
décadas lejos del poder se habían modernizado, que habían dejado atrás sus
métodos represivos, sus mensajes, incluso dados en ruedas de prensa con
preguntas, quedaron apenas en papel mojado al poco de su toma real del poder.
La pose fue una estrategia para intentar que la comunidad internacional
reconociera su victoria y la legitimidad de su poder, porque así podría
mantener relaciones diplomáticas y comerciales y, sobre todo, no habría un
bloqueo a la ayuda humanitaria, que si entonces era acuciante hoy es
extremadamente necesaria.
Cuando en septiembre se presentó un nuevo Gobierno interino
ya se vieron sus intenciones: figuras de la línea dura en todos los puestos y
sin mujeres. Los talibanes también reinstalan el Ministerio de la Promoción de
la Virtud y la Prevención del Vicio para imponer su interpretación austera del
islam, la sharia entendida a su limitante manera. Por supuesto, acabaron con el
Ministerio de la Mujer. En grandes ciudades como Kabul y Herat se suceden las
protestas contra el radicalismo oficial. Especialmente llamativas eran las de
las incansables mujeres, las más perseguidas. “No tengas miedo, estamos
unidas”, gritaban.
Aún combaten, aunque no conquistan cambios. El país tiene
otro nombre, el de República Islámica de Afganistán, y patrones olvidados. La
guerra sigue, así lleva desde los años 70 del pasado siglo y la invasión de la
URSS, y ahora los talibanes pelean por mantener el control de zonas donde aún
se concentra una disidencia relativamente fuerte, como el Panjshir. A la
contienda se suman la sequía, la falta de ayudas internacionales, el daño no
reparado en infraestructuras, la persecución, y lo que queda es un país sumido
en su peor crisis, la mayor emergencia humanitaria del mundo, en palabras de
Naciones Unidas.
El Gobierno lo encabeza Mohammad Hasan Akhund, aunque lo
dirige en la sombra el mulá Hibatullah Akhundzada. Se supone que es el cerebro,
el hombre fuerte al que apenas se ha visto dos veces en un año, y que por eso
siempre se especula con si está vivo o no. Juntos han ido amoldando el país a su
modelo de sociedad ideal, o sea, represiva y limitante: se ha ejecutado a
antiguos militares, se han cerrado la mayoría de las escuelas para niñas, se ha
impedido que las mujeres -a las que se obliga de nuevo a llevar el burka-
trabajen más allá de la educación y la sanidad, y ha vuelto la necesidad de un
tutor varón.
Una crisis brutal
Nada más caer Kabul, Washington congeló 7.000 millones de
dólares en reservas afganas en bancos estadounidenses, a los que se suman 2.000
en otros bancos internacionales, igualmente bloqueados, y los donantes
suspendieron o redujeron fuertemente su ayuda al país. Una manera de castigar
al nuevo régimen. Esa presión se ha mantenido en este tiempo, desgastando
tremendamente al talibán, pues los donantes internacionales aportaban el 70% de
los gastos estatales.
Sólo muy recientemente, desde EEUU se ha abierto la puerta a
negociar algunas flexibilizaciones en el bloqueo, en un intento de mejorar la
situación humanitaria. Inicialmente, Noruega invitó a los talibanes a conversar
en Oslo con miembros de la sociedad civil afgana y diplomáticos occidentales y
eso hizo dar algunos pasos. Ahora hay dudas de si se avanzará o no, tras el
asesinato la semana pasada, en Kabul, del líder de Al Qaeda, Ayman Al Zawahiri.
No se sabe si los talibanes reaccionarán buscando venganza contra Washington o,
si como dicen algunas especulaciones, habrían ayudado a su localización.
La situación es desesperada: la Federación Internacional de
Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (IFCR) alerta de que el
hambre “amenaza a millones” de afganos, porque la falta de agua ha provocado
pérdidas en las cosechas, con un 70% de los hogares incapaces de cubrir las
necesidades alimentarias. Las Naciones Unidas dan una cifra más concreta: más
de la mitad de los 40 millones de habitantes del país enfrentan hambre aguda y
un millón de niños podrían morir de hambre en breve tiempo.
Los ciudadanos no pueden satisfacer las necesidades
alimentarias y no alimentarias básicas, “lo que tiene efectos particularmente
devastadores para los hogares encabezados por viudas, ancianos, personas con
discapacidad y niños”, que son muchos, teniendo en cuenta la guerra no ha
acabado del todo.
Por efecto también de la sequía, “tres millones de niños
corren el riesgo de desnutrición y son susceptibles a enfermedades como la
diarrea acuosa aguda y el sarampión debido a la inmunidad debilitada”, dice
Cruz Roja. La escasa prensa independiente o internacional que accede al país
lleva meses mostrando imágenes desoladoras, que recuerdan a la crisis de Yemen.
Hay muy poca producción interna de bienes de primera
necesidad pero es que, además, disminuyen los que llegan desde Ucrania a causa
de la guerra o suben también mucho de precio, por lo que miles de personas se
han visto forzadas a recurrir a la mendicidad en las calles mientras la
economía se desmorona y los índices de pobreza aumentan, agrega el escrito: la
harina sube un 70% y los combustibles, entre un 80 y un 110%.
A ello se suman todos los profesionales que no han podido
escapar del país y que estaban empleados con países extranjeros o en oficios
vetados ahora por los talibanes, que se han quedado sin empleo como para pagar
estos bienes tan escasos. Hay muy poco dinero en efectivo y más del 80% de la
población está endeudada. Algunas personas han de recurrir a medidas
desesperadas como vender a sus hijos o partes de su cuerpo para comprar
alimentos, afirma la ONU.
Más de 24 millones de personas ahora necesitan asistencia
humanitaria en la nación, frente a los 18,4 millones del año pasado, dijo la
oficia del Inspector General Especial de EEUU para la Reconstrucción de
Afganistán en un dossier del mes pasado. “Esta es una de las peores crisis
humanitarias que he visto en Afganistán en más de 30 años como trabajador
humanitario. Es aterrador ver el alcance del hambre y el resurgimiento de la
pobreza que tanto hemos luchado por erradicar”, resumía, dando la razón al
estudio, el secretario general de la Sociedad de la Media Luna Roja Afgana,
Mohammad Nabi Burhan, al difundir su aviso.
La situación se agrava, además en áreas rurales o remotas,
donde los más desfavorecidos se “enfrentan a una indigencia generalizada y
niveles muy altos de desnutrición después de que perdiesen sus cosechas o el
ganado pereciese”.
“La falta de alimentos no debería ser causa de muerte en
Afganistán”, clama Burhan, de Cruz Roja, que pide pese al Gobierno actual un
“esfuerzo internacional” para reanudar las operaciones de asistencia
humanitaria en el país. Desde el pasado 15 de agosto, cuando Kabul cayó, la
comunidad internacional suspendió temporalmente los fondos para la
reconstrucción de Afganistán, que suponían alrededor del 43% de su producto
interior bruto local, según datos del Banco Mundial, lo que agravó la crisis
humanitaria y económica que atravesaba ya al país, cronificada pese a las inyecciones
de ayuda internacional.
El debate es profundo: si se da dinero a los talibanes, se robustece su régimen; si se da dinero a los talibanes, puede ser desviado para otras tareas que no sea, por ejemplo, atender a las mujeres. No hay reconocimiento internacional de su Ejecutivo y los únicos guiños que le llegan son de Rusia, aislada también por la invasión de Ucrania, y algo de China.
Unos 82 millones de dólares es lo mínimo que se pide para
poder “brindar ayuda de emergencia, servicios de salud y asistencia de
recuperación a más de un millón de personas en las provincias afectadas por
múltiples crisis”. La cifra se les ha quedado ridícula esta madrugada, a la luz
de lo que el temblor ha dejado por el camino. Eso, como un parche rápido,
porque lo que la ONU pide para este año son 4.400 millones de dólares, el mayor
llamamiento del mundial para un solo país. No ha llegado ni la mitad.
Por si le faltaba algo a Afganistán en este año, el pasado
junio se produjo un terremoto de seis grados de magnitud que dejó al menos
1.150 muertos y 3.000 heridos, en una zona cercana a la frontera con Pakistán,
rural y pobre.
Los refugiados y los derechos
A los islamistas, la guerra, la sequía o la subida de precios
se suma el desplazamiento forzoso de afganos, por todo lo anterior. Amnistía
Internacional explica que en la actualidad, más de seis millones de personas
afganas han sido expulsadas de sus hogares o de su país por el conflicto, la
violencia y la pobreza. De ellas, 3,5 millones están desplazadas en el interior
del país y 2.6 millones viven en otros países, sobre todo en Pakistán e Irán.
Aunque se esperaba un éxodo aún mayor, sobre todo a Europa, al final escaparon de los talibanes los que tuvieron medios o apoyo de gobiernos extranjeros como España, pero el grueso de la población, por todo lo que acabamos de contar, no tenía posibilidades ni de irse. Las consecuencias de la situación han sido especialmente devastadoras para mujeres, niñas y niños, que representan el 80% de las nuevas personas desplazadas de Afganistán, “pues se enfrentan a mayores riesgos de protección, como separación familiar, estrés psicológico y trauma, explotación y violencia de género”, ahonda Amnistía.
No son refugiados que estén llegando a Europa o a Estados
Unidos y logren pronto una vida mejor y puedan mandar remesas que ayuden a sus
familias, a los que se han quedado, sino que “lamentablemente, muchas personas
refugiadas afganas, por ejemplo en Irán, Pakistán, Uzbekistán, Tayikistán,
Malasia y Turquía, no disfrutan de los derechos que les reconoce el derecho
internacional”, indica el reporte.
“Siguen haciendo frente a brutalidad, violencia, malos tratos
y expulsiones sumarias. Sufren discriminación y tienen dificultades para
acceder a servicios básicos, educación, trabajo, documentos de identidad y de
viaje. En los peores casos, pueden ser objeto de detenciones arbitrarias,
sanciones y deportación forzada”, añade.
Dentro, en tierra talibán, las violaciones de derechos
humanos son sistemáticas. A finales de mayo y tras terminar una visita de 11
días a Afganistán, Richard Bennett, el relator especial de la ONU para el país,
compareció para dar cuenta de un escenario terrible. Dijo que los talibanes “no
han reconocido ni abordado la magnitud de los abusos de las garantías
fundamentales”, muchos de los cuales se cometen por su causa. “Se encuentran
frente a una encrucijada: o la sociedad se vuelve más estable y todos los
afganos disfrutan de la libertad y los derechos humanos, o se torna cada vez
más restrictiva”, denunció.
La ONG Human Right Watch (HRW) ha emitido un comunicado, ante
este mismo aniversario, con idéntica conclusión. Desde que los talibán
capturaron Kabul, han impuesto restricciones severas a los derechos de las
mujeres y las niñas, han reprimido medios de comunicación y han detenido
arbitrariamente, torturado y ejecutado sumariamente a críticos y opositores,
según ha detallado la organización. “Los abusos contra los Derechos Humanos de
los talibán han provocado una condena generalizada y han puesto en peligro los
esfuerzos internacionales para abordar la grave situación humanitaria del
país”, indica. “El pueblo afgano está viviendo una pesadilla de Derechos
Humanos, víctima tanto de la crueldad de los talibán como de la apatía
internacional”, ha expresado la investigadora sobre Afganistán de HRW, Fereshta
Abbasi.
En el caso de las mujeres, es un suma y sigue: “los talibanes
han impuesto políticas que violan los derechos esenciales, que han creado
enormes barreras para la salud y la educación de mujeres y niñas, han
restringido la libertad de movimiento, expresión y asociación, y están privando
a muchas de los ingresos de su trabajo. La crisis humanitaria que se
intensifica rápidamente en Afganistán exacerba estos abusos”, insiste Halima
Kazem-Stojanovic, periodista y profesora en la Universidad estatal de San José
(California) y autora de un estudio, coeditado con Human Rights Watch, que
revela el hundimiento de la mitad de la población, la femenina.
Una gran parte de las niñas afganas presentan signos de
depresión o se muestran frustadas por no poder acudir a la escuela, indica a su
vez Unicef, en su informe de balance de este aniversario. Si el 97% de las familias
luchan por proporcionar suficiente comida a sus hijos e hijas, ellas comen
menos que los niños, indica.
Y el caso concreto de la prensa, Reporteros Sin Fronteras
(RSF) ha elaborado un informe en el que da cuenta de que Afganistán ha perdido
a más de la mitad de sus periodistas en este año. El estudio revela el cierre
de un 39,59% de los medios del país, así como la pérdida del 59,86% de los
periodistas, especialmente de las mujeres, cuya presencia ha desaparecido por
completo en 11 provincias. Tres de cada cuatro profesionales de los medios ha
perdido su empleo y todo en un contexto de una grave crisis económica y de una
severa represión de la libertad de prensa.
Ha sido un año de cosecha negra, en lo político, lo
defensivo, lo humanitario, lo cultural, lo periodístico... pero el foco ya está
en otro lado. Se los mire o no, quedan los afganos.
FUENTE; huffingtonpost.es
EDICIÓN: Erika Rojas Portilla
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