Volver a ser pobre en Venezuela
La inflación galopante lleva a miles de ciudadanos a recaer en la pobreza. Los programas oficiales de ayuda no dan para más
Con
un déficit presupuestario que se calcula en el 20% del producto
interior bruto (PIB) y unos precios
del petróleo que
amenazan con mantenerse en los próximos meses por debajo de la cota
de los 50 dólares por barril, 2015 se asoma para Venezuela como un
año de perspectivas catastróficas.
Pero
cuando todavía no se hacen presentes los rigores pronosticados para
este annus horribilis de la economía venezolana, el informe que
acaba de publicar la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (Cepal),
que establece con datos de 2013 que la pobreza va en aumento en
Venezuela, supone un revés para el régimen bolivariano.
El
organismo de Naciones Unidas señala a Venezuela como el país con el
peor desempeño en una región caracterizada por el estancamiento del
crecimiento económico y, por consiguiente, de la promoción social.
El
informe asesta (Dirigir una
arma hacia el objeto que
se quiere amenazar u ofender con ella.)
un golpe a la narrativa del régimen bolivariano, que, durante las
administraciones de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, ha legitimado su
acción política mediante la invocación constante de sus éxitos,
presuntos o reales, en el combate contra la exclusión y la pobreza.
De
manera sistemática los portavoces gubernamentales se escudan tras
reconocimientos de organismos técnicos del sistema de Naciones
Unidas, como la Organización
para la Alimentación y Agricultura (FAO) o
la misma Cepal, para dar credibilidad a sus victorias.
El
dictamen de la Cepal sugiere que la redención de los pobres en
Venezuela ha sido superficial y volátil, sujeta a los vaivenes del
ingreso petrolero y a la voluntad del Estado de repartir los
excedentes que eventualmente produce.
Algo
similar detecta el estudio Condiciones de vida de la población
venezolana, cuyos resultados fueron expuestos el pasado jueves en
Caracas. Se trata de un proyecto conjunto de la Universidad
Católica Andrés Bello (UCAB),
privada, y dos contrapartes del Estado, las universidades Central
de Venezuela (UCV) y Simón
Bolívar (USB).
Mediante
una encuesta en hogares, el estudio se propuso evaluar el acceso de
la población venezolana a la vivienda, servicios de salud y
educación, trabajo, programas sociales y alimentación.
Las
proyecciones del estudio —cuyo trabajo de campo se realizó entre
agosto y septiembre de 2014— permiten afirmar que poco más de 3,5
millones de hogares venezolanos (de un total de 7,2 millones de
familias) son pobres, y de ellos, 1,2 millones subsisten en la
pobreza extrema, entendida esta última condición como la de
aquellos grupos familiares cuyos ingresos no alcanzan para garantizar
a cada uno de sus integrantes la ingesta de 2.200 calorías por día,
ni para costear servicios básicos como agua y electricidad.
Las
cifras indican que el nivel de pobreza actual, 48,4% de la población,
es levemente superior a la registrada en 1998, de 45%. Además,
advierte el estudio, del total de pobres, uno de cada tres son
nuevos: su recaída se debe a los efectos de la inflación. De
acuerdo a las cifras oficiales, Venezuela cerró 2014 con un
incremento anual de los precios al consumo del 64%, la tasa más alta
del mundo por segundo año consecutivo.
Casi
la mitad de los beneficiarios de los planes de asistencia social del
Gobierno no los necesitan
Esos
nuevos pobres podrían salir “con relativa facilidad” de su
situación si la economía tuviera un mejor comportamiento, apunta el
sociólogo Luis Pedro España, miembro del Instituto de
Investigaciones Económicas y Sociales de la Ucab y uno de los
principales expertos en el área, durante la presentación de los
resultados del estudio, del que fue responsable. Pero, dadas las
perspectivas para este año, se corre el riesgo cierto de que estos
pobres coyunturales terminen por engrosar las filas de la pobreza
crónica o estructural. “Venezuela entró nuevamente en un ciclo de
aumento de la pobreza, tal y como se vivió en momentos de ajustes
económicos, por ejemplo en 1989 y 1996, o de conmoción social, como
en 1992 y 2002”, asegura España.
Las
llamadas misiones, los programas de asistencia social del Gobierno
que en medio de la crisis podrían servir de atenuante al
empobrecimiento, apenas atienden a 10% de los hogares encuestados.
Y
lo que es peor: el estudio determinó que casi la mitad de los
beneficiarios de esos programas no son pobres. “Esto nos indica que
las misiones ni son masivas ni dan protección social efectiva,
porque no se están concentrando en el sector más vulnerable de la
población”, subrayó España.
Esas
misiones se han mostrado hasta ahora como efectivos medios de control
social —por sus bases de datos—, destinatarias de inversiones
masivas y, en definitiva, poderosos argumentos para ganar elecciones.
Pero ahora, llegada la era de las vacas flacas, solo una
reorganización de su aparato ayudaría a convertirlas en paliativos
reales ante la crisis.
Sin
embargo, no parece que el Gobierno de Maduro, acosado por
dificultades desde diferentes frentes, se anime a asumir el costo
político de esa reestructuración, que supondría despojar de las
prebendas de las misiones a un sector de sus seguidores y, a la vez,
desalentar las expectativas generales de la población de hacerse
receptores de los favores clientelistas. El estudio determinó que
57% de las personas que no son beneficiarias de misiones desean
serlo.
Todo
esto, hace notar España, muestra que durante los últimos 15 años
no ha habido en Venezuela un programa para superar la pobreza de un
modo estructural, sino una campaña de distribución de los
excedentes petroleros con sentido asistencialista: “Se impone
diseñar un auténtico plan de superación de la pobreza basado en el
esfuerzo y la productividad”.
En medio de la escasez que reina en el país, se ha ampliado la red de comercio clandestino, lo que ha generado nuevas "profesiones": venezolanos que cobran por guardar puestos en las largas filas, el comprador de productos y contrabandistas de alimentos, conocidos como "bachaqueros".
por María Paz Salas – Diario La Tercera - 01/02/2015 – Chile
Krisbell
Villarroel, joven caraqueña y madre soltera de dos niñas de cinco y
un año, comienza su día a las dos de la madrugada. Esta es la hora
“ideal” para quedar bien ubicada en algunas de las largas filas
que se forman afuera de los supermercados, farmacias y panaderías en
distintos puntos de la capital venezolana.
En
estos lugares, Krisbell, citada por la agencia France Presse, compra
productos que luego revende a sus clientes, quienes además de la
mercancía, le pagan por el tiempo invertido. No es la única que lo
hace, sino que es parte de los llamados “hace colas” o “coleros”,
que a raíz de la escasez, decidieron convertir en un verdadero
oficio una tarea que se ha vuelto insoportable en los últimos meses
en Venezuela: comprar alimentos básicos.
El "colero", la nueva profesión que emerge en la Venezuela del desabastecimiento total
La
falta de productos en las góndolas genera largas colas en los
comercios; hay gente que vende su lugar en la fila para ahorrarles
tiempo a los compradores
El
trabajo implica levantarse antes del amanecer, soportar largas horas
bajo el sol, esquivar o sobornar a policías, para luego vender el
codiciado puesto en la parte delantera de una enorme fila para entrar
a alguna tienda. La demanda se ha incrementado al calor del frenesí
nacional que ha desatado la escasez sin precedentes de bienes.
"Es
un poco fastidioso, pero no es una mala manera de ganarse la vida",
dijo cuando apenas amanecía Luis, un hombre de 23 años que prefirió
reservar su apellido, mientras esperaba en una fila muy cerca de la
entrada de un supermercado estatal
Luis estaba
desempleado cuando
empezó a trabajar como "colero" a finales del año pasado.
Cobra 600 bolívares por cada puesto que cede, un monto equivalente a
95 dólares a la tasa de cambio oficial más baja en Venezuela, pero
apenas 3,50 dólares si se calcula al precio del dólar en el mercado
negro. Puede hacer fila dos o tres veces al día.
"Viene
una señora a las 8 a tomar este puesto. Ya me pagó", comentó
sin temor a los gestos de desaprobación de quienes lo rodeaban.
El
fenómeno de las largas colas en el país petrolero empezó hace unos
dos años, pero se acentuó este mes después de que la temporada
navideña exacerbara los problemas de distribución y producción de
bienes básicos, dejando fallas en las existencias de productos desde
pañales hasta carne y champú o detergente.
Los
opositores del presidente, Nicolás Maduro, y de su predecesor, Hugo
Chávez, que condujo al país entre 1999 y 2013, afirman que el
modelo socialista es el culpable de la continua escasez y de la
recesión en la que entró la economía petrolera en 2014, incluso
antes de la caída de los ingresos por el desplome de los precios del
crudo.
Las
nacionalizaciones golpearon a la producción privada, mientras que
las importaciones cayeron debido al restrictivo control de cambio. El
gobierno alega que las caóticas escenas en los supermercados y
farmacias en el país son producto de las compras nerviosas por
rumores infundados de caos y por los empresarios que acaparan e
inflan los precios, además de la exageración de los medios sobre la
escasez.
Alcira
García, una jubilada de 60 años, salió a las 4 de su casa en el
barrio humilde de Macarao, en el oeste de Caracas, para comprar
comida barata. A pesar de sus mejores esfuerzos para alimentar a su
familia de cinco miembros, no logró conseguir la carne de res que
buscaba. "Pero sí conseguí pollo, arroz, aceite y papel
higiénico, así que valió la pena", comentó, cargando sus
productos, con precios hasta cuatro veces más baratos que en la red
privada.
El
subsidio gubernamental a los alimentos ha marcado una gran diferencia
en la vida de los venezolanos y es un factor clave para sostener su
apoyo entre los más pobres. El reto de Maduro es mantener los
precios bajos, más aún cuando los ingresos petroleros se redujeron
a la mitad.
La
vigilancia ha sido reforzada en los comercios, junto con el aumento
de las restricciones para los consumidores, que en algunas tiendas de
la red estatal sólo pueden comprar un día de la semana, determinado
por el último número de su cédula.
La
encuestadora Datanálisis estimó que el 65% de los que esperaron
para comprar productos de higiene y farmacia lo hicieron para
revenderlos. También calculó que los consumidores pasan en las
colas un promedio de ocho horas a la semana.
"Ya
estoy harta de esto. Gente corriendo por todos lados", dijo la
ama de casa de 27 años Saray Linares, indignada tras recibir
empujones durante una rebatiña en el mostrador de un supermercado, a
pesar de estar embarazada. "Es horrible. Salvaje."
EXPECTATIVA POR NUEVAS MEDIDAS
A
última hora de ayer, el presidente venezolano, Nicolás Maduro,
brindaba en la Asamblea Nacional el discurso anual de rendición de
cuentas en el que se esperaba que el heredero de Hugo Chávez
presentara las varias veces pospuestas medidas contra la crisis
económica que vive el país petrolero. Días atrás, Maduro regresó
de una gira en la que tuvo poco éxito en lograr financiamiento y
crear una política común para reflotar los precios del crudo.
Detrás
del desabastecimiento y la escasez, se ha tejido una red de comercio
clandestino: oficios nacidos de la crisis que le “garantizan” al
ciudadano común productos de la canasta básica. Estas
transacciones, que se realizan al margen de los controles del
gobierno, son cada día más populares y también necesarias.
El
desabastecimiento se ha acentuado progresivamente desde que el
gobierno de Hugo Chávez aplicó controles a los precios en 2003.
Venezuela sufre la escasez de casi un tercio de los bienes básicos,
una inflación de 64% en 2014 y una recesión económica que no tiene
muy buen pronóstico. Para un país que obtiene el 95% de sus divisas
del crudo, la abrupta caída del petróleo y los pocos resultados de
la gira del Presidente Nicolás Maduro por los países de la Opep,
sólo han servido para agravar la situación.
Como
Krisbell, hay “coleros” que cobran por los alimentos que compran
y el tiempo invertido. Otros, en cambio, sólo “guardan puestos”
en las largas colas y cobran por eso. Varios dueños de restaurantes
ya tienen dentro de su staff un “colero” que se dedica
exclusivamente a suplirles de los productos necesarios para sus
menús.
LOS
BACHAQUEROS
Además
de los coleros, que compran para sus propios clientes, o simplemente
guardan puestos en las filas, están los bachaqueros.
Estos
contrabandistas de comida compran sólo los productos que más
escasean y luego los venden al triple o más de su valor en el
mercado negro.
Operan
con mayor intensidad en el estado de Zulia, que por ser fronterizo,
es más propenso al contrabando, ya que los productos son revendidos
en el centro de Maracaibo o son llevados como contrabando hacia
Maicao, en Colombia.
Los
dueños de los supermercados tienen que lidiar no sólo con la
molestia de los clientes por las interminables filas, sino que
también con los bachaqueros, que de manera organizada arrasan con el
stock de productos básicos, para lucrar.
“Aquí
lo que llega lo arrastran de una vez, luego lo venden afuera”,
comentó a La Tercera la gerente de uno de los supermercados Centro
99 de Maracaibo, quien no quiso exponer su nombre y que explicó que
estos trabajan en grupos grandes. “A veces hay familias completas
involucradas”, comenta.
“Lo
peor es el comportamiento del cliente, insultan a los trabajadores.
Es horrible, estresante se queda poco. Agreden a los trabajadores
porque estos no pueden garantizarle su compra. Ya nadie quiere
trabajar en supermercados”, sostiene la gerente del Centro 99.
“Aquí
(en Caracas) ya hay presencia de grupos antimotines cuando llega la
mercancía. En Altamaria tienen, varios días, grupos de 50 o más
militares en la plaza a manera preventiva”, acota Graterol.
El
historiador también explica que las clases bajas son las más
perjudicadas con la escasez. “Los estratos medios pueden
acudir a los bachaqueros o siempre tienen algún contacto que los
ayude a conseguir los casi inexistentes desodorantes, afeitadores y
demás. Los más pudientes no tienen este problema en ningún
momento. Simplemente exportan o ponen a sus empleados a hacer la cola
por ellos”, concluye.
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