Trabajadores
quitando la
señal de la «calle Adolf
Hitler»
|
Para
Alemania el Comité de Control de los Aliados aprobó
en 1946 una
serie de directivas de desnazificación mediante las cuales definía
a ciertos grupos de personas y a continuación conducía a una
investigación judicial.
CAPITALISMO
Y SOCIALISMO
El
mundo dividido en dos
El
fin de Segunda Guerra Mundial, con la derrota de los Estados
Fascistas, marcó el inicio de una nueva etapa en la historia
mundial. El triunfo aliado no significó el fin de los conflictos,
sino que inició un largo periodo de nuevas tensiones. A poco andar
se hicieron evidentes los desacuerdos al interior del bando
triunfador, perticularmente entre estadounidenses y soviéticos.
Estados
Unidos y Rusia iniciaron sus enfrentamientos en 1917, cuando los
revolucionarios tomaron el poder, creando la Unión Soviética, y
declararon la guerra ideológica a las naciones capitalistas de
Occidente.
Estados
Unidos intervino en la Guerra Civil rusa enviando unos 10.000
soldados entre 1918 y 1920 y después se negó a reconocer el nuevo
Estado hasta 1933.
Los
dos países lucharon contra Alemania durante la II Guerra Mundial,
pero esta alianza comenzó a disolverse en los años 1944 y 1945,
cuando el líder ruso Iósiv Stalin, buscando la seguridad soviética,
utilizó al Ejército Rojo para controlar gran parte de la Europa
Oriental.
En
febrero de 1945, y a pesar de sus profundas diferencias ideológicas,
Stalin, Roosevelt y Churchill se pusierón de acuerdo sobre la
rendición incondicional de Alemania, las futuras fronteras europeas
y las respectivas zonas de influencia.
También
decidierón constituir una organización internacional en reemplazo
de la desaparecida Sociedad de las Naciones. En la Conferencia de San
Francisco, dos meses después, se fundó la Organización de Naciones Unidas (ONU).
El
presidente estadounidense Harry S. Truman se opuso a la política de
Stalin y trató de unificar Europa Occidental bajo el liderazgo
estadounidense.
La
desconfianza aumentó cuando ambas partes rompieron los acuerdos
obtenidos durante la Guerra Mundial. Stalin no respetó el compromiso
de realizar elecciones libres en Europa Oriental.
Truman
se negó a respetar sus promesas de envío de indemnizaciones desde
la Alemania derrotada para ayudar a la reconstrucción de la Unión
Soviética, devastada por la guerra.
Finalizada
la guerra, los “tres grandes” (Stalin, Truman y Attlee) volvieron
a reunirse, ahora en Potsdam. Acordaron cómo se realizarían los
tratados de paz con Alemania y sus antiguos aliados: Italia, Hungría,
Bulgaria, Rumania y Finlandia.
Analizaron
también problemas como el de las reparaciones enemigas, el reparto
del parque industrial y marítimo alemán, la desnazificación de
Alemania, la democratización y administración del Japón, el
destino de las colonias. Muy pronto se pusierón de manifiesto las
profundas divergencias que separaban a las naciones occidentales de
la URSS y las naciones del bloque oriental. La consecuencia de mayor
duración y que tuvo al mundo, eventualmente, al borde de una tercera
guerra mundial, fue la Guerra Fría.
Curiosamente,
EE.UU y URSS habían sido aliados durante la
última conflagación mundial,
cuando enfrentaron a Alemania de Hitler, que entendían era el gran
enemigo de la humanidad. Lograda la paz – después de experimentar
ese otro gran horror que fueron las bombas atómicas sobre Hiroshima
y Nagasaki – la situación volvió a poner en veredas distintas a
los antiguos socios, en medio de una situación internacional
polarizada en extremo y temerosa, hasta la paranoia, de una nueva
guerra de resultados imprevesibles.
A
pesar de que Gran Bretaña y Francia también participaron del
triunfo aliado, los elevados costos materiales y sociales de la
guerra impidieron todo intento de estas y otras naciones europeas por
volver a ejercer el liderazgo a nivel mundial. Estados Unidos y la
Unión Soviética fueron, entonces, los países que experimentaron
los mayores beneficios del triunfo aliado. Al poco tiempo, estos dos
Estados alcanzaron un gran poderío, no solo militar y económico,
sino también ideológico.
EEUU
promulgó la ideología capitalista y se convirtió en el máximo
referente para las democracias que promovían la libertad de las
naciones.
La
Unión Soviética, se basó en la ideología comunista y ejerció una
enorme influencia sobre los estados socialistas y sus adherentes
esparcidos por el orbe.
Terminada
la guerra, el gran derrotado fue la Alemania nazi, pero el vencedor
no fue la humanidad: fue el comunismo. Numerosos países de Europa
del Este y también asiáticos cayeron bajo la órbita soviética:
Hungría, Bulgaria, Polonia, Checoeslovaquia, Rumania, Estonia,
Letonia y Lutania, además de una parte importante de Alemania, por
nombrar algunos de elllos. Juntos constituyeron la “cortina de
hierro”.
El
socialismo en un solo país que había proclamado Stalin, se
transformaba en un imperio creciente y poderoso. La consolidación se
produjo en 1955, con la firma del Pacto de Varsovia, por el cual
comprometían ayuda mutua en caso de que alguno de ellos una
agresión. Adicionalmente, la URSS se preocupó de reprimir cualquier
intento de libertad o autonomía, así como las protestas pacíficas
contra el sistema comunista.
El
ejemplo más notable y simbólico fue la Primavera de Praga de 1968,
cuando fueron duramente reprimidos los inicios de un socialismo
democrático en Checoeslovaquia, Leonid Brezhnev, el jerarca
soviético, argumentó que la URSS tenía derecho a intervenir en los
asuntos internos de los países socialistas cuando el régimen
comunista de esas naciones estuviera en peligro.
Adicionalmente,
la fuerza comunista se expandió al Asia, donde China, tras una
sangrienta guerra civil, adoptó el régimen rojo. Su lider, Mao
Zedong, proclamó en 1949, la República Popular China. Con la
llamada revolución cultural china, el socialismo se impuso
definitivamente.
Quedaban
enfrentados dos sistemas y formas de ver el mundo: el liberalismo
norteamericano y el comunismo soviético. Otras alternativas pre –
Segunda Guerra, como los totalitarismos nazi y fascista, habían
muerto con sus líderes, Hitler y Mussolini.
Estados
Unidos se convirtió en el baluarte de lo que se denominó “el
mundo libre”, el que escapaba de la órbita comunista y desarrolló
una política internacional fuerte. En 1947 se proclamó la doctrina
Truman, que prometía ayuda militar a todos los “pueblos libres”,
asumiendo en alguna medida la dirección política de Occidente.
Estados
Unidos otorgó apoyo económico para la reconstrucción de Alemania y
Japón, devastados durante la Segunda Guerra, con lo cual ambos
países emergieron con novedosos sistemas democráticos y economías
abiertas.
EEUU
se comprometió con acuerdos militares, apoyo político y económico
a los gobiernos dictatoriales, además de una importante acción en
propaganda. Incluso más, la Central de inteligencia Americana (CIA)
intervino directamente en la política interna de algunos países y
también contribuyó a derrocar gobiernos.
La
Guerra Fría se caracterizó, entre otras cosas, por permanente
amenaza nuclear de las superpotencias, así como por la eventualidad
de una tercera y más sangrienta guerra mundial.
El
conflicto se le denominó “frío”, porque en ningún momento
estas dos potencias se enfrentaron directamente en una guerra directa
o “caliente”. Lo que hubo fue, más bien, un estado permanente de
tensiones y conflictos aislados esparcidos por todo el mundo, así
como una intensa campaña propagandística en la que cada potencia
exaltaba sus cualidades y los defectos de sus adversarios.
Esta
nueva forma de relaciones internacionales fue conocida como Guerra
Fría. Este período se extendió desde el fin de la Segunda
Guerra en 1945 hasta 1991, Así, fue casi medio siglo en que el mundo
estuvo dividido en dos bloques antagónicos.
Un
duro golpe para EEUU fue el triunfo en 1959, de la Revolución
Cubana, encabezada por el lider Fidel Castro sobre la dictadura de
Fulgencio Batista, tras una dificil lucha. Fidel, carismático
personaje, adhirió al maxismo internacional y fue duramente
condenado por Estados Unidos, que decretó un boicot económico.
Castro condenó la intervención yanqui e invitó a los demás países
americanos a sumarse al socialismo.
El
impacto de Fidel y del guerrillero Errnesto “Che” Guevara fue
inmenso en el continente, y numerosos países buscaron seguir el
mismo camino socialista. El que estuvo más cerca fue Chile, con el
proyecto, que la Unidad Popular entre 1970 – 1973, que culminó
también con una intervención militar, apoyada por amplios sectores
civiles y políticos chilenos, pero también por los Estados Unidos.
Fue
precisamente en la isla centroamericana donde se produjo la mayor
crisis de la postguerra, cuando el 14 de octubre de 1962, se
descubrieron misiles soviéticos en la isla, en un evidente esfuerzo
por convertir a Cuba en una gran base militar. Kennedy, el presidente
norteamericano, amenazó con sus fuerzas militares, dispuestas a
partir a una inmediata guerra, que sólo fue abortada por la decisión
de la URSS de retirar sus cohetes. Fue la denominada crisis de los
misiles.
En
Asia fue la otra gran aventura de la Guerra Fría. En ese continente,
Vietnam del Norte había adoptado el régimen socialista tras la II
Guerra Mundial, al mando de su lider Ho Chi – Min, y con un
evidente apoyo chino y soviético.
Vietnam
del Sur por su parte fue gobernado por su fervoroso anticomunista,
Ngo Din Diem, que tuvo ayuda de los EEUU de Norteamérica, aunque su
gobierno carecía de popularidad. Diem fue asesinado en 1963 y pronto
se vio posible la extensión del comunismo a Vietnam del Sur. EEUU
quiso impedirlo, iniciándose una larga y dificil guerra que hacia
1968 concentró a más de 500 mil norteamericanos en Vietnam. Tiempo
después, el Presidente Nixon de los EEUU puso fin a la intervención
en Vietnam, donde finalmente se adoptó un régimen comunista.
La
unión Soviética y Estados Unidos intentaron mantener su seguridad y
ampliar o proteger sus zonas de influencia- Para ello, utilizaron
todos los medios posibles con el fin de contrarrestar el poder de su
enemigo y de ganarse adeptos a nivel mundial. Por ejemplo:
“Se
han cubierto de sombras los escenarios que hasta hace poco iluminaba
la victoria aliada. Nadie sabe lo que pretenden hacer en el futuro
inmediato la Rusia Soviética y su organización comunista
internacional, ni cuáles son los límites, si los hubiere, a sus
tendencias expansivas y proselitistas. (…) Desde Stettin, en el
Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído un telón de acero
que atraviesa el continente. Detrás de esa línea se encuentran
todas las capitales de los antiguos Estados de Europa central y del
este (...)”.
Un tema clave en la agenda de los ocupantes era la desnazificación; cerca del fin, la esvástica y otros símbolos públicos del régimen Nazi fueron prohibidos, y una Insignia civil provisional se estableció como una bandera temporal para Alemania; la cual permaneció como la bandera oficial para el país (necesaria por razones de derecho internacional, ya que los barcos alemanes necesitaban portar algún tipo de marca indentificatoria) hasta que Alemania del Este y del Oeste comenzaran su existencia por separado en 1949.
La
desnazificación y la culpa colectiva
Cuando
la Alemania nacionalsocialista fue derrotada por los ejércitos
aliados el 8 de mayo de 1945, se puso de manifiesto que era necesario
reformar una sociedad que había sido muy contaminada por la
propaganda nazi.
En
1946, el Comité de Control de los Aliados inició ese proceso de
desnazificación que fue depurando responsabilidades y dictando las
oportunas condenas.
Sin
embargo, la culpa colectiva es un asunto delicado, que en
determinados casos no admite juicios demasiado tajantes. De eso
trata, precisamente, The Reader (El lector), una
película de Stephen Daldry que aborda esta inquietante cuestión.
Se
da por sentado que durante la Segunda Guerra Mundial había un
conocimiento generalizado del Holocausto entre la población alemana.
Las SS tenían aproximadamente 900.000
miembros en 1943. La
red nacional alemana de ferrocarril empleaba a más de un millón de
ciudadanos, y muchos estarían al cargo de las líneas que
transportaban los vagones de ganado abarrotados de judíos a través
del país. Otras organizaciones del servicio civil alemán
directamente participaron en el mantenimiento de los campos y miles
de burócratas de media y baja categoría debieron de estar al
corriente de lo que estaba sucediendo.
Como
dice un estudiante de derecho en la película “Había miles de
campos… todo el mundo lo sabía.”
Cuando
acabó la guerra en 1945, un consenso aliado concluyó que todos los
alemanes compartían una parte de la culpa no sólo por la guerra en
sí sino también por las atrocidades de los nazis.
Declaraciones
realizadas por el gobierno británico y estadounidense, antes e
inmediatamente después de la rendición de Alemania, disponían que
se debía responsabilizar a toda la nación alemana por las acciones
del régimen nazi, a menudo utilizando términos como “la culpa
colectiva” y “la responsabilidad colectiva”.
Hasta
el presidente Harry S. Truman reconoció la dificultad de distinguir
entre los que estaban al mando de aquellos menos culpables y de
aquellos que simplemente hicieron la vista gorda.
En
una carta a un senador de Estados Unidos, explicó que aunque no se
pudiera culpar a todos
los alemanes de la guerra, sería difícil separar, de cara a una
ayuda humanitaria, a aquellos que no habían tenido nada que ver con
los crímenes del régimen nazi.
“No
puedo sentir mucha simpatía por aquellos que causaron la muerte de
tantos seres humanos por hambre, enfermedad y asesinato descarado,
además de la destrucción normal y
muerte de una guerra,” escribió.
Casi
inmediatamente después del fin de la guerra, dio comienzo un rápido
proceso de “desnazificación”, supervisado por ministros
especiales alemanes con el apoyo de las fuerzas de ocupación de
Estados Unidos.
Al
mismo tiempo, los aliados, por
medio del Cuartel General de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas,
comenzaron una campaña de propaganda masiva para inculcar un
sentimiento de culpa colectiva a los alemanes.
Se
crearon editoriales de prensa y emisoras de radio para garantizar que
todos los alemanes aceptaban la culpa por los crímenes nazis.
En
la campaña se usaron carteles con imágenes de las víctimas de los
campos de concentración y textos acompañantes que rezaban así:
“¡Eres culpable de esto!” o “Estas atrocidades: ¡Culpa
Tuya!” Desde
1945 a 1952, también se produjeron una serie de películas sobre los
campos de concentración destinadas al público alemán incluidas
“Die Todesmuhlen” y “Welt im Film No. 5,” cuyo objetivo era
conducir a la “nación proscrita” al redil de
la sociedad civilizada y la
democracia.
La
postura del gobierno alemán de la postguerra
De
forma oficial, los aliados elogiaron la respuesta alemana ante sus
crímenes de guerra. El gobierno de la República Federal Alemana
(Alemania Occidental hasta 1990) pidió perdón públicamente por el
papel que desempeñó Alemania en el Holocausto. Los dirigentes
alemanes a menudo expresaron arrepentimiento, más notablemente en
1970, con el gesto conocido como“Warschauer Kniefall” del antiguo
canciller Willy Brandt, que cayó de hinojos frente al monumento al
Holocausto en el gueto de Varsovia.
Alemania
ha pagado indemnizaciones, incluidos
casi 70 mil millones de dólares al estado de Israel y una suma
adicional de 15 mil millones de dólares a los supervivientes del
Holocausto, quienes seguirán percibiendo las indemnizaciones hasta
2015.
El
gobierno alemán llegó a un acuerdo con compañías que habían
utilizado mano de obra esclava durante la guerra por el cual dichas
compañías accedían a pagar mil setecientos millones de dólares a
las víctimas.
Alemania
también fundó el Museo Nacional del Holocausto de Berlín en el que
se exhiben las propiedades expoliadas por los nazis. La legislación
prohíbe la publicación de obras de ideología nazi comoMein
Kampf y
contempla como delito negar el Holocausto, mientras que los símbolos
como la esvástica y el saludo hitleriano están prohibidos. Además,
el gobierno permite
que Israel participe en la elaboración del plan nacional de estudios
con la inclusión de la historia del Holocausto.
El
tratamiento que Alemania deparó a los criminales de guerra y a los
crímenes de guerra también cuenta con la aprobación generalizada.
El país ayudó a localizar a criminales de guerra para los juicios
de Núremberg y abrió muchos archivos a los documentalistas e
investigadores.
Además,
Alemania verificó más de 60.000 nombres
de criminales de guerra al ministerio de Justicia de Estados Unidos
para impedir que estos entraran en el país y facilito información
similar a Canadá y al Reino Unido. (Por supuesto, no todos los
criminales de guerra fueron llevados ante la justicia y muchos
acabaron tranquilamente viviendo en otros países.)
A
pesar de estas medidas, no obstante, Alemania
ha sido criticada por no hacer lo suficiente para indemnizar a sus
víctimas. El gobierno alemán nunca se disculpó por las invasiones
ni asumió la responsabilidad por la guerra.
El
énfasis de la culpa a menudo recae en personas individuales como
Adolf Hitler y en el Partido Nazi, en lugar de en el gobierno en sí,
de modo que no ha habido devoluciones a ningún otro gobierno
nacional por parte de Alemania.
Incluso
después de la reunificación alemana en 1990, Alemania siguió
rechazando las demandas de indemnización de Gran Bretaña y Francia,
e insistió en que el asunto estaba resuelto.
Además,
Alemania también ha sido criticada por esperar demasiado tiempo para
buscar y devolver toda
la propiedad robada a los judíos, una parte de la cual sigue todavía
desaparecida y posiblemente se halle escondida en algún lugar del
país. Alemania también ha tenido dificultades a la hora de devolver
propiedades robadas por el hecho de que tendría que indemnizar a sus
actuales propietarios.
Finalmente,
Alemania negó el acceso durante décadas a los archivos del
Holocausto del Servicio de Búsqueda Internacional en la ciudad de
Bad Arolsen, alegando,
entre otros, el derecho a la privacidad.
En
mayo de 2006, tras 20 años de insistencia por parte del Museo del
Holocausto de Estados Unidos, se anunció que se pondría finalmente
a disposición de los historiadores y de los supervivientes millones
de documentos.
Pero
¿qué sucede con la siguiente generación?
El
autor de la novela El
lector,
Bernhard Schlink, y sus contemporáneos alemanes se encontraban en
una posición muy singular –estaban totalmente libres de culpa por
los crímenes de sus padres pero habían nacido y crecido a la sombra
de estas grandes atrocidades.
El
problema de cómo esta generación, y desde luego, todas las
generaciones después del Tercer Reich, lidia con los crímenes de
los nazis, es lo que Schlink llama “el pasado que nos marca y con
el cual debemos vivir”. Y como dice un profesor de derecho en la
película “lo que sentimos no es importante, lo único que importa
es lo que hacemos”
El
guionista David Hare explica que El
lector es
la novela alemana más conocida que relata los años de la posguerra
y el impacto que los nazis dejaron en los mismos alemanes. Muy poco
de lo que se escribió sobre el impacto en la siguiente generación
abordaba el tema de la culpa de haber nacido en ese momento y de
haber heredado, aunque injustamente, un crimen atroz.”
Schlink
añade, “Todos condenamos a nuestros padres a la vergüenza, aunque
de lo único que se les pudiera acusar fuera de haber tolerado la
presencia de los criminales entre ellos después de 1945… El pasado
nazi era un problema incluso para aquellos niños que no podían
acusar a sus padres de nada, o que no querían”.
Schlink
decidió exorcizar a sus demonios en un libro. Presenta a Hanna al
lector. Subraya su crimen de manera que esté claramente definido y
pueda condenarse considerablemente, caminando entre ambas posiciones
como sobre una cuerda floja.
Admite,
a través de Michael, “Quería simultáneamente entender el crimen
de Hanna y condenarlo. Pero era demasiado terrible. Cuando intentaba
entenderlo, tenía la sensación de que no lo estaba condenando como
era debido. Cuando lo condenaba como debía condenarlo, no había
cabida para la comprensión… Quería plantearme ambas tareas —
comprender y condenar. Pero era prácticamente imposible hacer
ambas.”
El
libro en sí no estuvo libre de polémica. Según Hare, “No se
puede escribir sobre la culpa en Alemania después de la guerra sin
levantar ampollas”.
Lo
primero de todo, Schlink hace que
un delincuente y no una víctima sea el centro de su historia, lo
cual se alejaba enormemente de la literatura del
Holocausto.Igualmente, su enfoque de la culpabilidad de Hanna a
menudo se convirtió en origen de conflictos, y el autor fue
frecuentemente acusado de
revisionismo
o de falsear la historia para que sus personajes fueran más
aceptables.
En
el “Süddeutsche Zeitung,” Jeremy Adler acusó a Schlink de
“pornografía cultural” y declaró que la novela simplifica la
historia al permitir que los lectores seidentificaran con los autores
de los crímenes.
Schlink
ha comentado que se ha dado cuenta de que la mayoría de las críticas
a la incapacidad de Michael de condenar plenamente a Hanna provienen
de gente de su edad. Las
generaciones anteriores, aquellas que vivieron en aquellos tiempos,
son menos críticas, afirma, independientemente de cómo vivieran la
guerra.
La
vieja y la nueva Alemania.
En
la película The
Reader (El
lector),
la relación de Hanna y Michael representa, en un microcosmos, el
delicado equilibrio entre los viejos y los jóvenes alemanes de los
años de la posguerra. “…Cuánto
dolor padecí porque mi amor por Hanna era, en cierto sentido, el
destino de mi generación, un destino alemán”, concluye Michael en
la novela.
A
lo largo de toda la película, tienen lugar escenas de reconstrucción
en un segundo plano –durante el tórrido romance de Hanna y
Michael, e incluso después, cuando Ralph es un abogado de éxito y
Hanna ha desaparecido, por lo menos físicamente, de su vida hace
mucho tiempo.
El
país luchaba por ponerse en pie, por reconstruir no solo sus casas,
sus negocios y sus estructuras, sino también su carácter nacional.
Michael
representa a la Nueva Alemania y Hanna, a la Antigua. Por eso la
diferencia de edad entre ellos es tan grande –y por eso necesitan
estar distanciados por una generación entera. Hanna se muestra
indiferente por el pasado; Michael está furioso y exige respuestas.
“Qué
más da lo que sienta, qué más da lo que crea” dice Hanna en una
de las escenas cumbre de la película,todavía negándose a sentir
remordimientos por su pasado. “Los muertos siguen estando muertos.”
En
la novela, Michael pregunta, “¿Qué debería haber hecho nuestra
segunda generación? ¿Qué debería hacer con el conocimiento de los
horrores de la exterminación de los judíos? No deberíamos creer
que podemos comprender lo incomprensible, quizás prefiramos no
comparar lo incomparable, quizás prefiramos no indagar, porque
convertir el horror en el objeto de una pesquisa es convertir el
horror en objeto de discusión, incluso aunque el horror en sí no
secuestione, en lugar de aceptarlo como algo ante lo cual uno
solamente puede guardar silencio por asco, vergüenza o culpa.
¿Deberíamos solamente quedarnos callados por asco, vergüenza y
culpa? ¿Con qué objeto?”.
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