Una reina entre vulgar y alegre, ingenua y simplista, cándida
y picaresca. Una persona que cambiaría la vida de Francia. Una mujer que
vendría de otro lugar y sería nombrada reina de Francia.
Su título nobiliario era el de archiduquesa. Su nombre
completo fue María Antonieta Josefa Juana de Lorena y nació el 2 de noviembre
de 1755 en el Palacio Imperial de Viena. Hija del emperador de Austria
Francisco I y de María Teresa, emperatriz de Austria y reina de Bohemia y de
Hungría
La emperatriz María Teresa y su esposo Francisco tuvieron
dieciséis hijos y Austria no se conmovió por una archiduquesa más. De cierto
modo, como que esto, poco les importaba. De ahí a que la infanta María
Antonieta no haya recibido una educación, que pudiera llamarse,
escrupulosamente buena.
Los archiduques austríacos tuvieron como sede educativa el
Palacio de Schoenbrunn, una residencia de caza situada a unos seis kilómetros
de Viena. El lugar es un verdadero sitio de descanso: parque, jardines y
fuentes. Todo un conjunto habitacional, un auténtico palacio reedificado y
embellecido por María Teresa.
Se sabe que mientras la emperatriz se entregaba de lleno a
las tareas del gobierno, Francisco de Lorena se encargaba de la atención de sus
hijos. Luego, a la muerte de éste, en 1765, no es extraño que la educación de
María Antonieta se alejara mucho de la perfección que todo esto suponía.
María Teresa, emperatriz de Austria y reina de Bohemia y de
Hungría, sorprende a todos por su buen aspecto tras un parto complicado y
agotador. Está contenta, y no es para menos: la llegada de un nuevo
descendiente supone para ella ventajosas alianzas políticas. (…) A sus treinta
y ocho años esta gran soberana, que dirige con mano de hierro el gran Imperio
austríaco, apenas se ocupará de su pequeña. (…)
Como todas las archiduquesas Habsburgo, María Antonieta fue
educada para ser dócil y complaciente (…) La emperatriz se mostraba muy
estricta en cuanto a la absoluta obediencia que debían prestar sus hijas. Al
año de nacer María Antonieta, declaró: «Han nacido para obedecer y deben
aprender a hacerlo a su debido tiempo». (…)
María Antonieta era una niña alegre y juguetona, bonita y
pizpireta; era algo distraída, pero esto se entendía. Ella siempre creyó que su vida estaba marcada por la fatalidad. La fecha
de su nacimiento ya fue un mal augurio. Era el día de los Difuntos y en Viena
se recordaba a los seres desaparecidos con misas de réquiem. (…)
Por otro lado era inteligente, sin llegar a ser sobresaliente. No era una persona inclinada a ocuparse de cosas serias, simplemente iba tomando las cosas a cómo iban pasando.
Por otro lado era inteligente, sin llegar a ser sobresaliente. No era una persona inclinada a ocuparse de cosas serias, simplemente iba tomando las cosas a cómo iban pasando.
Austria, regida desde 1740 por María Teresa, se veía asediada
por las ambiciones de Federico II de Prusia. Francia estaba en constante pugna
con Inglaterra a causa de las colonias. La alianza entre Rusia e Inglaterra
produjo inevitablemente la de Austria y la de Francia,
…María Teresa consagrará todas sus energías a casar a sus hijas con buenos partidos. Su numerosa descendencia le asegurará alianzas políticas con todas las potencias europeas, lo que le valió el título de «Suegra de Europa». (…)
…María Teresa consagrará todas sus energías a casar a sus hijas con buenos partidos. Su numerosa descendencia le asegurará alianzas políticas con todas las potencias europeas, lo que le valió el título de «Suegra de Europa». (…)
Las largas y arduas negociaciones que la emperatriz inició —cuando ella (María Antonienta) apenas contaba seis años de edad— para casarla con el Delfín de Francia, Luis Augusto de Borbón, han dado su fruto antes de lo que imaginaba. El rey Luis XV informa al conde de Mercy-Argenteau, embajador de Austria en la corte de Versalles, que la elegida para ocupar en un futuro el trono de Francia cuenta con su aprobación.
Luego, empezaron las negociaciones formales. Los planes
matrimoniales se iniciaron en 1766. Todo esto, entre Choiseul y el embajador
austríaco en París. Tres años más tarde todo estaba arreglado. Definitivamente
ellos habían sido los elegidos: María Antonieta tenía catorce años, cuando el
rey de Francia pidió oficialmente su mano para su nieto, el futuro Luis XVI.
A los 14 años de edad, María Antonieta, es alejada de su familia y de sus amigos en Viena, despojada de todas sus posesiones y abandonada en el mundo sofisticado y decadente de Versalles, la magnífica corte real cerca de París.
María Antonieta hija de los emperadores de Austria, Francisco I y María Teresa, Reina consorte de Francia.
Y llegó el día. En una isla del Rin cercana a Estrasburgo, la novia fue entregada a una comisión francesa, de la que formaba parte la condesa de Noailles.
En el bosque de Compiègne la esperaban los dos Luises, el rey y el delfín (título que se daba al primogénito del rey de Francia desde 1349), su nieto.
Al Delfín de Francia, Luis Augusto, la dulce archiduquesa
austríaca no le causó la misma impresión que a su abuelo. En el diario de caza
en que sólo escribía sobre asuntos de importancia, hizo una breve anotación:
«Encuentro con la señora delfina». Al verla la besó recatadamente en la mejilla
sin el menor entusiasmo. El futuro heredero de la corona de Francia era un
adolescente tímido y algo torpe, además de poco agraciado. Sin duda, en los
retratos que María Antonieta había visto de él sus defectos habían sido muy
retocados. (…) Huérfano de padre a la
edad de once años, el Delfín recibió una esmerada educación y era un joven
inteligente, aunque por su aspecto no lo aparentara. (…)
El 16 de mayo María Antonieta llegó con su séquito a
Versalles, el soberbio palacio real «de mil ventanas» que ahora sería su hogar
y donde iba a pasar el resto de su vida.
Luego, rodeados de bandas de música y una inmensa alegría,
marcharon hasta Versalles, lugar donde se celebraría el auténtico matrimonio,
el 16 de mayo de 1770. Ahí empezaría la delfina de Francia a vivir en ese
escenario grandioso que era Versalles. Un lugar lleno de aduladores y gente
intrigante, un sitio sumergido en una vida fantasiosa.
(…) El complejo de Versalles era una ciudad en sí misma, distante unos veinte kilómetros de París. Aquí residían casi cinco mil personas entre miembros de la nobleza, familia real y representantes del gobierno. Otras cinco mil componían el servicio y personal a cargo del mantenimiento y administración del palacio. Versalles tenía setecientas estancias y podía alojar a veinte mil personas. Sus magníficos jardines, que ocupaban ochocientas hectáreas, estaban salpicados de estatuas de mármol, estanques y fuentes. (…)
(…) El complejo de Versalles era una ciudad en sí misma, distante unos veinte kilómetros de París. Aquí residían casi cinco mil personas entre miembros de la nobleza, familia real y representantes del gobierno. Otras cinco mil componían el servicio y personal a cargo del mantenimiento y administración del palacio. Versalles tenía setecientas estancias y podía alojar a veinte mil personas. Sus magníficos jardines, que ocupaban ochocientas hectáreas, estaban salpicados de estatuas de mármol, estanques y fuentes. (…)
Ya que contrajo matrimonio en 1770 con el delfín de Francia, Luis, que subió al trono en 1774 con el nombre de Luis XVI.
María Antonieta es un simple peón en un matrimonio concertado
para solidificar la armonía entre dos naciones. Su esposo adolescente, el
Delfín, es el heredero al trono de Francia. Pero María Antonieta no está
preparada para ser el tipo de regente que espera el pueblo francés.
Bajo todo su lujo,
ella es una joven protegida, asustada y confundida, rodeada de pérfidos
detractores, falsos aduladores, titiriteros y chismosos. Atrapada por las
convenciones de su condición en la vida, María Antonieta debe encontrar la
forma de encajar en el mundo complejo y traicionero de Versalles.
Mujer frívola y voluble, de caprichos y gustos caros, rodeada
de una corte egoísta e intrigante, pronto se ganó fama de reaccionaria, déspota
y despilfarradora. Ejerció una fuerte influencia sobre su marido, al que nunca
amó y despreciaba.
Ignoró la miseria, el hambre y padecimientos del pueblo, con
su conducta licenciosa, contribuyó al descrédito de la monarquía.
A sus males se añade la indiferencia de su nuevo marido,
Luis. Asombrosamente, su matrimonio no se consumó en siete años. El tímido
futuro rey resulta ser un desastre como amante, desatando graves preocupaciones
(e incesantes cotilleos) porque María Antonieta nunca llegue a tener un
heredero.
Abrumada y angustiada, María Antonieta busca refugio en la
decadencia de la aristocracia francesa.
La entrada en París el 8 de junio de 1773 será todo un éxito.
El Delfín y la Delfina asistirán a misa en Notre Dame, almorzaran en las
Tullerías y recorrerán los principales bulevares de París en su carroza.
Durante todo el trayecto serán aclamados con fervor por el pueblo, que agradece
su visita. María Antonieta se siente inmensamente feliz e incluso su esposo,
siempre tan reservado, se emociona al sentir el cariño de sus súbditos.
De
regreso a Versalles, en una carta a su madre por fin puede comunicarle un
triunfo: «¡Qué feliz soy de ganar la amistad del pueblo a tan bajo precio! No
hay, sin embargo, nada más preciado; así lo he sentido y no lo olvidaré nunca».
Aquella primera visita oficial a París transformará al Delfín, que se siente orgulloso
del encanto de su esposa, de su alma caritativa y su enorme popularidad. A
partir de este momento pasará más tiempo con ella e incluso en público le
dirigirá palabras de afecto y admiración.
A pesar de la perfecta armonía que ahora existe entre el Delfín
y su esposa, los problemas de alcoba siguen sin solucionarse. Luis Augusto
visita cada vez con mayor frecuencia las dependencias de su esposa sin que
ocurra absolutamente nada, lo que agrava el drama conyugal de la pareja.
Finalmente un médico francés de la corte dictaminará que la impotencia del
heredero al trono se debe a que padece fimosis, un problema que puede
solucionarse con una intervención quirúrgica.
El príncipe, de carácter temeroso
y vacilante, no quiere operarse por el momento y pospone la intervención, que
en aquel tiempo se realiza sin anestesia. María Antonieta, herida en su amor
propio, intentará divertirse para olvidar los rumores y los constantes
reproches de su madre. Ama a su esposo y le seguirá siendo fiel, pero necesita
alejarse de las intrigas y los chismorreos de la corte. Tiene dieciocho años,
es joven, bonita y hasta la fecha ha aguantado con dignidad sus frustraciones
conyugales. Ahora sólo piensa en distraerse y cada vez con más frecuencia se
escapa de noche a París, una ciudad que le resulta fascinante. (…)
Cuatro años fue María Antonieta delfina de Francia; en 1774
dejaría de serlo para convertirse en reina. El 10 de mayo de ese año moriría,
víctima de viruela, el viejo Luis XV. Un nuevo mundo se abría ante María
Antonieta y para los franceses.
La muerte del rey era para sus súbditos un alivio. Ahora
tendrían como guía un joven del que todo se esperaba; su sencillez y su
modestia prometían días de bienestar para la pobre y decaída Francia, pero ni
Luis XVI ni su esposa se preocuparon de Francia.
El rey tenía veinte años cuando subió al trono; era alto,
rechoncho, torpe y tímido; la caza era para él más interesante que cualquier
otra cosa, incluidos los asuntos del Estado. La bondad y la buena voluntad eran
sus virtudes, pero ambas se veían opacadas por una inteligencia bastante
mediana y un carácter pusilánime.
María Antonieta, por otro lado, a quien su madre no dejaba de
aconsejar por carta para que se interesara por el gobierno de su país, rindió
sus buenas cualidades ante la pereza y vanidad. Jamás quiso molestarse por
dirigir la política francesa y sí, en cambio, llamar la atención en el campo de
la coquetería, los trajes, los peinados, los bailes y los juegos, que eran su
mundo.
(…) En sus primeros meses de reinado María Antonieta dedicará
mucho tiempo y dinero a elegir su vestuario para lucir en los actos sociales.
El rey le ha confiado las diversiones de la corte, ocupación a la que se
entregará en cuerpo y alma. La reina organiza dos cenas por semana, un
espléndido baile quincenal —con distinta temática y coreografía, lo que obliga
a ensayos diarios— y conciertos privados a los que invita a sus amigos más
queridos sin importarle su rango. Como soberana de Francia su imagen tiene que
ser impecable y acorde con su alto rango. París ya entonces era el centro del
mundo de la moda y el buen gusto. Las casas reales encargaban aquí los vestidos
y ajuares de las princesas. La reina se iba a convertir muy pronto en la mejor
representante de la moda rococó que, además de prestigio, daba buenos beneficios
económicos a la capital francesa. (…)
Para combatir la frustración que siente por no poder ser
madre, María Antonieta se dejará llevar por un frenesí de compras y caros
caprichos. En los meses siguientes pasa los días probándose cientos de
vestidos, sombreros y zapatos elaborados con sedas, brocados, ribetes de
diamantes, perlas y piedras preciosas. Una locura de gastos y excesos de joyas
y plumajes que exasperarán a la emperatriz María Teresa. (…)
María Antonieta no ignora la grave crisis económica que
atraviesa Francia, ni que el reino tiene un enorme déficit, ni que las cosechas
de trigo han sido desastrosas y que el pan comienza a escasear. Pero vive de
espaldas a la realidad. El nuevo ministro de Finanzas nombrado por Luis XVI era
partidario de celebrar una sencilla ceremonia de coronación en París. Creía que
esto causaría una buena impresión entre el pueblo, descontento por el aumento
del precio de la harina.
La consagración de Luis XVI se efectuó el 11 de junio de 1775
en la catedral de Reims, fue una ceremonia de gran lujo y pompa. La vida de los reyes continuó siendo la misma. Ella
viajando y divirtiéndose en París, él quedándose en Versalles. Ella teniendo a
su disposición una servidumbre propia, vestida con librea rojo y plata; él
aguantando sus caprichos.
Y es obvio que pronto surgirían los problemas. Durante largo
tiempo los juegos de azar fueron para María Antonieta una de sus diversiones
favoritas. El rey no estaba de acuerdo, se lo había prohibido, pero ella poco
le hacía caso. Ella era la reina y tenía que divertirse.
Los despilfarros de la corte eran exagerados. Al principio
del reinado se había intentado resarcir la economía, pero los programas, como
los «pactos», no habían tenido efecto práctico alguno. Había, como lo sigue
habiendo ahora, infinidad de cargos palaciegos; la casa civil del rey estaba
compuesta por 4,000 personas, y, la militar por 10,000 individuos.
Además, los sueldos reglamentarios, las pensiones y los
donativos, los subsidios y los sobresueldos ocasionaban grandes dispendios. Por
ejemplo, en una semana se llegaban a otorgar 128,000 libras de pensión
exclusivamente en lo que concernía a las damas de la corte.
El espléndido vestido de María Antonieta bordado de piedras
preciosas es un gasto menor comparado con el despilfarro de toda la coronación.
El traje del rey estaba brocado en oro y cubierto de diamantes, y sobre sus
hombros lucía un manto de diez metros de largo de terciopelo forrado de armiño.
En su pesada corona, que se encargó nueva a un orfebre porque la de Luis XV le
resultó demasiado pequeña, llevaba magníficos rubíes, esmeraldas, zafiros y el
«diamante más fino» que se conocía, el Regente. María Antonieta se muestra
emocionada cuando al finalizar la entronización se abren de par en par las
puertas de la catedral y una multitud invade la nave al grito de «¡Viva el
rey!».
Pero en las calles de París se ha desatado la campaña de
calumnias que atormentará a María Antonieta hasta el fin de sus días. Circulan
panfletos contra ella, se la acusa de tener amantes, de mantener relaciones
lésbicas con sus favoritas o de despilfarrar el dinero público en frivolidades.
(…)
María Antonieta olvida pronto los consejos de su madre y el
año que comienza de 1776 se ve arrastrada a un torbellino de nuevos placeres.
Si antes se escapaba con frecuencia a París para asistir a la ópera o a las
carreras de caballos en el Bois de Boulogne, ahora todas las noches acude a los
aposentos de la princesa de Guéménée, donde hace estragos el faraón. María
Antonieta siente pasión por los juegos de cartas y en poco tiempo convertirá
Versalles en un «garito» de apuestas. (…)
Pero la emperatriz María Teresa es menos complaciente con su
hija y cuando llega a sus oídos que la reina dilapida el dinero en el juego,
decide intervenir. En una carta le anuncia la llegada a Versalles de su
hermano, el emperador José, para intentar frenar su irremediable caída en
desgracia. El motivo de la visita es doble. Por una parte, el soberano desea
hablar, de hombre a hombre, con su cuñado Luis XVI para convencerle de que se
opere y pueda así consumar su unión. Por otra, pretende amonestar a su hermana
sobre las nefastas consecuencias de su irreflexivo comportamiento para el futuro
de la Corona de Francia. (…)
Durante los dos meses que seguirán a la triste partida de su
hermano, María Antonieta acompañará más menudo al rey en sus cacerías y se
apartará de las mesas de juego. El emperador ha conseguido, por el momento, que
su hermana recapacite, pero su mayor éxito ha sido con su cuñado.
En 1777 aún no se había consumado el matrimonio de Luis XVI y
María Antonieta. El peligro que acechaba a la reina, rodeada de jóvenes
galantes, era evidente. Algo se tenía que hacer. Ese año visita Francia José
II, emperador de Austria, junto a su madre María Teresa.
Nuevamente la madre de María Antonieta le hace ver que tiene
que hacer algo. Su hermano también hace lo mismo. Le dan buenos consejos,
aunque ella poco los toma en cuenta. Deseaban que fuese una reina dedicada,
trabajadora y razonable, pero María Antonieta como que no era de ese carácter.
Si bien no lograron mucho en sus consejos, lo que sí lograron
fue que con sus reflexiones condujeran a María Antonieta a la consumación del
matrimonio.
A los veintitrés años por fin Luis XVI, tras perderle el miedo al bisturí, ha descubierto los placeres del sexo y se declara inmensamente feliz. A sus queridas tías les confiesa: «Me gusta mucho el placer, y lamento haberlo desconocido durante tanto tiempo». Por su parte María Antonieta, tras tan larga espera, se muestra también feliz y realizada como mujer, tal como le confiesa a una de sus damas de compañía.
Un año después de la visita de su hermano María Antonieta escribe la carta que su madre lleva esperando largos años, en que le anuncia que está embarazada. Ha renunciado al juego, a las carreras de caballos, a los bailes en la ópera y por primera vez se cuida. Se acuesta más temprano, no monta a caballo ni en trineo y lleva una dieta sana.
El 19 de diciembre de 1778 nacería una princesa y, aunque no era el
ansiado heredero al trono, las fiestas fueron innumerables.
El 19 de diciembre de 1778 siente los primeros dolores de
parto y se prepara para traer al mundo al ansiado heredero. A diferencia de su
madre la emperatriz de Austria, que ordenó en la corte de Viena abolir esta
degradante costumbre, el parto de una reina de Francia es un acto público.
Todos los miembros de la familia real, así como los más altos dignatarios y la
servidumbre de los monarcas, tienen derecho a estar presentes en la alcoba.
Más
de cincuenta personas se hacinan en la habitación con las ventanas cerradas
para que no entre el frío del invierno. El ambiente es irrespirable y el rey se
muestra muy nervioso ante el sufrimiento de su esposa. Finalmente tras doce
horas de parto María Antonieta da a luz a una niña, que será bautizada con el
nombre de María Teresa, pero que en la corte llamarán «Madame Royal». (…)
Para María Antonieta, a quien le gustaban mucho los niños, el
nacimiento de una hija sana y robusta fue una bendición. En la corte de Viena,
sin embargo, se consideró una «desgracia nacional». Desde el primer instante la
reina deseó amamantar a su hija siguiendo las teorías de Rousseau sobre una
maternidad sana y natural.
Pero en aquella época se creía que durante el
período de lactancia las mujeres eran estériles y era obligación de la soberana
quedarse de nuevo embarazada y dar un heredero a la Corona. La emperatriz María
Teresa desaprueba las ideas de su hija, pero finalmente el rey permite a su
esposa que durante un tiempo amamante a la pequeña. A los tres meses la
princesa María Teresa fue confiada a su institutriz real, la princesa de
Guéménée, aunque María Antonieta se ocuparía muy de cerca de su educación y le
daría todo el amor que ella no tuvo.
Con la maternidad la reina sufre un gran cambio e inicia una
nueva vida lejos de los excesos de la corte que tanto la han perjudicado. Pero
los franceses no perdonan sus debilidades y su popularidad está más baja que
nunca. Los tiempos en que la encantadora Delfina les parecía un regalo del cielo
han tocado a su fin. La máquina infernal de libelos que se había puesto en
marcha meses atrás avanza imparable. El rey, ajeno a estas calumnias, lo único
que desea es pasar más tiempo con su esposa de la que está cada vez más
enamorado.
Ambos deseaban dar un heredero al pueblo francés.
En este mismo año, empieza a frecuentar las reuniones de la reina un
noble sueco: el conde Hans Axel de Fersen. Estudia y viaja por Europa y se
detiene en Versalles.
Y de esta aventura secreta con el seductor conde sueco, Hans Axel von Fersen. Sus indiscreciones pronto están en boca de toda Francia.
Conoce a la reina, se interesa por ella y empiezan las
murmuraciones. No se sabe a fondo con certeza la cuestión de las relaciones
entre Fersen y María Antonieta; de lo que no cabe duda es la ayuda y gran
consuelo que le dio durante sus tiempos de desgracia.
El 3 de noviembre de 1780 María Teresa de Austria escribe la
última carta a su hija, que acaba de cumplir los veinticinco años. (…) La
emperatriz sólo tiene sesenta y tres años, pero está muy enferma y fallece poco
tiempo después en los brazos de su hijo el emperador José. (…) . Con ella desaparece
la que fuera la mejor guía para María Antonieta.
(…) la reina descubre en marzo de 1781 que está de nuevo
embarazada. Esta vez no puede escribir a su madre la carta que tanto hubiera
deseado anunciándole el nacimiento de un varón. (…) El niño fue bautizado con
el nombre de Luis José y al rey se le vio llorar de emoción en público durante
la ceremonia. Nace el
delfín que esperaba Francia. Fiestas espléndidas celebran el nacimiento del
príncipe, que sólo viviría ocho años.
En verano de 1779 la reina sufrió un aborto y tuvo que
soportar una vez más los reproches de su madre, que la llenan de amargura. Para
consolarse se ocupa con más atención que nunca de su recién nacida, pero sigue
jugando al faraón y perdiendo grandes suma de dinero. Ya ha olvidado los
consejos de su querido hermano y de nuevo se divierte para matar el
aburrimiento.
El rey la sigue amando y se lo demuestra con su fidelidad,
negándose a tener una amante como sus antecesores. Por primera vez no había una
favorita real en la corte de Francia y los cortesanos ya no podían intrigar ni
pedir favores a la amante de turno. En aquellos días, el rey dejó muy clara su
postura: «A todos les gustaría que tuviera una amante, pero no pienso tenerla.
No deseo reproducir las escenas de anteriores reinados»..
María Antonieta, al menos algo había cambiado, aunque no de
todo. Cariñosa y amable, sintió desde el primer momento los impulsos del amor
maternal, pero no por eso abandonó su vida de diversiones. Las reuniones del
Trianón continuaron. Los despilfarros siguieron igualmente y en mayor cantidad.
Los cargos y el dinero todo esto implicaba para María Antonieta fueron una de
las causas más importantes de la impopularidad de la reina.
Tanto si es idealizada por su estilo impecable o vilipendiada
por estar imperdonablemente fuera del alcance de sus súbditos, la reacción
hacia María Antonieta siempre es extrema. Sin embargo, poco a poco, a medida
que va madurando, va encontrando su sitio como esposa, madre y reina — para
terminar trágicamente en una revolución sangrienta que altera Francia para
siempre.
La maternidad ha cambiado a María Antonieta, que se muestra
más madura y pasa cada vez más tiempo con sus hijos en el ambiente tranquilo y
saludable del Petit Trianon. (…) Tras el duelo por la muerte de su madre,
reanuda en su refugio campestre los espectáculos culturales.
La reina ha
mandado construir una réplica a menor escala del teatro de Versalles y ella
misma se ha ocupado de su diseño y lujosa decoración. Como de costumbre, la
obra tendrá un coste muy elevado y provocará la indignación del pueblo francés
que pasa hambre. (…)
A medida que pasan los meses la reina se aísla más en su
paraíso del Trianon rodeada de una camarilla de aduladores al frente de la cual
se encuentra su favorita madame de Polignac. Apenas pone el pie en Versalles,
lo que irrita a los miembros de la corte que ven cómo el enorme palacio se va
quedando desierto. La pobre princesa de Lamballe ha caído en desgracia y se
retira a vivir al campo con su suegro, donde se dedicará a las obras de
beneficencia. Los favores que la soberana otorga a la ambiciosa duquesa de
Polignac —rango con el que ha sido honrada—, y a los miembros de su familia,
provocan la indignación del pueblo.
El poder que esta intrigante dama y su
camarilla ejercen en la reina es cada vez mayor. Pronto no se limitarán a
recibir títulos, suculentas pensiones y favores, sino que intervendrán en los
asuntos de gobierno eligiendo ministros a su capricho gracias a la estrecha
amistad que también mantienen con el rey.
(…)
La guerra entre los ingleses y los americanos terminó en
1783, Inglaterra reconocía la independencia de Estados Unidos. Francia tomaba
nota. Su situación empeoraba y se iba desarrollando en ella el espíritu que
daría lugar a la Revolución.
Había muchas causas que habían ayudado a ello.
En primer lugar hay que tener en cuenta la labor de los escritores franceses
quienes con sus anhelos de reforma y sus ataques a la constitución de la
sociedad de la época estaban haciendo añicos a María Antonieta y la forma en
cómo se conducía el gobierno de su esposo.
La economía estaba por los suelos, los precios subían, no
alcanzaba para nada. Se prometían muchas cosas, se hacían pactos, se hacían
alianzas, pero todo era inútil, las promesas y los esfuerzos de nada servían.
La situación económica de Francia era inaguantable: la
administración confusa y heterogénea, estaba dominada por la trivialidad y la
corrupción; la justicia se administraba de un modo sumamente parcial y
arbitrario; la nobleza y el clero poseían privilegios de abuso; el comercio
estaba lleno de trabas; el campesino y el obrero se hallaban en la miseria y
pedían pan como primera solución a sus problemas.
A pesar de todo, los franceses no pensaban todavía en una
República. Todas sus ansias iban encaminadas a reorganizar la monarquía, a
reformar la administración del país en todos sus aspectos. Aún creían en que
los de arriba podían hacer algo, pero poco a poco se dieron cuenta de que no
era así.
Y empezó realmente a cundir el descontento. Una de sus
primeras salidas fue contra la reina. Las fiestas, las diversiones y la
indiferencia de María Antonieta hacia el pueblo le hicieron perder el cariño y
la admiración de éste. Si en un principio se le veía como una niña o una reina
ingenua y divertida, pasó a ser todo lo contrario. María Antonieta era para
ellos la peor de las reinas. Una mujer que no servía para nada, que sólo le
gustaba derrochar dinero en sus propios gustos y pasiones.
Cuando María Antonieta se convierte en propietaria de este magnífico castillo que pone a su nombre —con la idea de dejarlo en herencia a sus hijos—, provoca la airada reacción de un parlamentario que considera «una imprudencia política y una inmoralidad que una reina de Francia sea dueña de palacios». Si antes el pueblo la apodaba de manera despectiva «la Austríaca», ahora es «Madame Déficit» y muy pronto la harán responsable de la ruina económica que sufre el país.
Ajena una vez más a las críticas, la soberana se entregará a la decoración de su magnífica residencia. Los seis últimos meses de embarazo los pasará en una nube eligiendo sedas, tapices, muebles y finas porcelanas para decorar sus salones y aposentos con el exquisito gusto que la caracteriza.
En verano de 1784 se confirma que la reina María Antonieta vuelve a estar embarazada. La noticia llena de felicidad a los soberanos que, preocupados por «la languidez y la mala salud» del Delfín, necesitan asegurar la continuidad de la monarquía con otro varón. (…)
El aumento de la familia motivó a María Antonieta a adquirir una nueva residencia. (…) María Antonieta, que no siente ningún apego por este frío y enorme palacio, ha pensado en adquirir el castillo de Saint-Cloud…
Cuando María Antonieta se convierte en propietaria de este magnífico castillo que pone a su nombre —con la idea de dejarlo en herencia a sus hijos—, provoca la airada reacción de un parlamentario que considera «una imprudencia política y una inmoralidad que una reina de Francia sea dueña de palacios». Si antes el pueblo la apodaba de manera despectiva «la Austríaca», ahora es «Madame Déficit» y muy pronto la harán responsable de la ruina económica que sufre el país.
Ajena una vez más a las críticas, la soberana se entregará a la decoración de su magnífica residencia. Los seis últimos meses de embarazo los pasará en una nube eligiendo sedas, tapices, muebles y finas porcelanas para decorar sus salones y aposentos con el exquisito gusto que la caracteriza.
Poco antes de dar a luz, María Antonieta le confiesa al abad
de Vermond que teme por su vida. Su embarazo ha sido el más penoso y a punto de
cumplir los treinta teme que el parto pueda complicarse. Sus miedos son
infundados y en la madrugada del 27 de marzo de 1785, Domingo de Pascua, nace
un niño fuerte y sano al que bautizarán como Luis Carlos y será nombrado duque
de Normandía. Era el primer hijo que alumbraba la reina desde que la duquesa de
Polignac ocupó el cargo de institutriz real. En esta ocasión fue un parto más
íntimo y llevadero por decisión de la duquesa, quien para evitar que la
soberana pasara por el suplicio anterior de alumbrar en público, restringió la
entrada de gente en su alcoba. Con el paso del tiempo el encanto, la dulzura y
la fortaleza física de este niño le convertirán en el favorito de su madre.
Cuando dos meses más tarde la reina viaja a París para
asistir en Notre Dame a la misa de acción de gracias por la llegada de su
tercer hijo, una multitud la recibirá con enorme frialdad y desprecio. Aunque
María Antonieta desea recobrar el afecto del pueblo de París, ya es demasiado
tarde. Tras diez años de reinado el cariño que antaño le profesaban se ha
transformado en odio. A su regreso a Versalles aquella misma noche, consternada
por el frío recibimiento en París, la soberana se echará llorando a los brazos
de su esposo y dirá: «¿Qué les he hecho para merecer este odio, qué les he
hecho?».
(…).
Cuando en la
tarde del 9 de julio de 1786 María Antonieta da a luz a una niña que recibe el
nombre de Sofía Beatriz, que sólo vivió once meses. , es una mujer triste y amargada. (…)
Al año siguiente tuvo María Antonieta su último hijo, la princesa Sofía Beatriz,El mismo año del nacimiento de su segundo delfín habría de soportar la reina una larga serie de problemas y contratiempos, entre ellos, el «asunto del collar»
Se trataba de un collar valuado en una altísima cantidad de
dinero. La reina no lo puede comprar, pues su marido se opondría a ello.
Intervienen varios estafadores, entre condesas, damas y caballeros. También
involucran a un cardenal. El collar nunca llega a su destinatario. Unos cuantos
son los que se hacen ricos y la culpa recae sobre María Antonieta.
El proceso del collar sirve para poner a la luz del día muchas
intimidades -unas falsas, otras verdaderas- de la corte francesa. La reina se
convierte en símbolo de la decadente monarquía y se concentra en su persona
todo el odio del pueblo.
La situación financiera se agrava día a día. Las reformas,
pactos y alianzas intentados por los ministros no conducen a ningún resultado
práctico. El desorden imperaba en todas partes, todo mundo criticaba y nadie
obedecía; el pan faltaba y el dinero se había agotado. La situación es
inaguantable y se convoca a los Estados Generales.
En febrero de 1787 la reina es abucheada por primera vez en
la ópera y al regreso a palacio se muestra «angustiada y muy afectada». (…) El
país está sumido en la bancarrota y la situación se hace insostenible. Monsieur
de Calonne, a cargo del control de gastos, reconoce que todos sus recursos se
han agotado y se declara en quiebra. Al no poder llevar a cabo sus reformas
para suprimir los privilegios, muestra en señal de despecho los libros de
contabilidad a los notables de la corte.
En pocos días toda Francia conocerá lo que Versalles cuesta
al país. En tan difícil situación sólo queda encontrar un responsable de todos
los males y pronto todas las miradas se dirigen a la reina, «Madame Déficit»,
que ha dilapidado el dinero en sus frivolidades sin tener en cuenta las
necesidades del pueblo francés. Nadie cuestiona lo que cuesta mantener la obsoleta
etiqueta en palacio, los sueldos de los más de dos mil lacayos o las cuatro mil
personas que trabajan sólo al servicio de la casa del rey Luis XVI. Influido por
su esposa, el rey cesará de su cargo a Calonne por incompetente y éste será
desterrado a Lorena. Más tarde se demostrará que su atrevido plan de reformas
podía haber salvado la monarquía de haber contado con el apoyo del rey.
Aquél iba a ser un año especialmente duro y triste para la
reina. En primavera su hija más pequeña, la princesa Sofía, falleció semanas
antes de su primer cumpleaños. (…) Para Luis XVI la muerte de la princesa Sofía
agravará aún más su delicada salud. (…) El soberano, cada vez más débil y
desconfiado, sólo hace caso a su esposa. (…) Aunque María Antonieta no tenía el
genio político de su madre la emperatriz, ante la extremada vulnerabilidad del
rey decide intervenir en los asuntos de Estado.
Como primera medida propone
sustituir al cesado monsieur de Calonne por el arzobispo de Toulouse, Loménie
de Brienne, hombre recomendado por su consejero el abad de Vermond. Las
reformas financieras del reino se van a hacer a expensas de las clases más
privilegiadas. Pero estas medidas adoptadas para paliar el déficit llegan
demasiado tarde y no surten efecto. Las arcas del tesoro están vacías y los
gastos de la Casa Real no parecen disminuir. Para demostrar su buena voluntad,
María Antonieta decide dar ejemplo disminuyendo el costoso tren de vida de su
Casa Real y asistiendo a los consejos ordinarios de Luis XVI y los ministros.
Se han acabado los fastuosos bailes y las costosas fiestas que duraban hasta el
amanecer. La reina suspende las obras del castillo de Saint-Cloud, acepta la
supresión de 173 cargos de la casa de Su Majestad y reduce los gastos de
vestuario drásticamente ante la conmoción de su modista Rose Bertin, que ve
peligrar su lucrativo negocio de alta costura.
Pero es en aquellos duros momentos cuando María Antonieta,
lejos de hundirse, saca fuerzas para seguir defendiendo la Corona. Sus más
allegados la describen en aquella época como «una mujer melancólica que sólo
encuentra la paz en el silencio y la soledad». A los tormentos políticos y las
humillaciones —las memorias de la resentida condesa de La Motte ya circulan por
París y la acusan de los peores vicios—, se suma su honda preocupación por el
deterioro que sufre el heredero. (…)
Aunque los médicos desconocen el origen de su enfermedad los
síntomas que la reina describía en sus desesperadas cartas a su hermano José
correspondían a la tuberculosis vertebral, un mal degenerativo para el que no
existía cura. Desde los cinco años el pequeño tuvo que llevar un corsé de metal
que le provocaba llagas y un gran dolor. A diferencia de la emperatriz María
Teresa para quien la política siempre estuvo por encima de la familia, María Antonieta
se comporta como una madre ejemplar. En aquellos días instala al Delfín en el
castillo de Meudon, convencida de que el aire puro que allí se respira será
beneficioso para su convalecencia. Durante un tiempo el pequeño pareció mejorar
y se encontraba más alegre. Pero hacia el verano su estado físico era
lamentable; estaba casi raquítico y la curvatura de su columna era tan
prominente que el pobre no quería que nadie le viera. María Antonieta lo visita
con frecuencia y le impresiona la entereza que demuestra a pesar de los
terribles dolores que padece.
El invierno de 1789 fue el más crudo que se recordaba en
París y las penurias de los pobres se agravaron al subir el precio del pan. Por
todos los rincones del país hubo motines y pequeñas revueltas protagonizadas
por un pueblo hambriento y harto de tanta injusticia.
Ante la grave crisis que sufre Francia, el rey convoca de
manera excepcional a los Estados Generales. Se trata de una asamblea compuesta
por miembros del clero, la nobleza y el llamado Tercer Estado que reúne a los
representantes de las ciudades. (…)
En la mañana del 4 de mayo de 1789 tuvo lugar una solemne
misa antes de la ceremonia inaugural de los Estados Generales en Versalles. La
familia real al completo, seguida de los diputados elegidos el mes anterior,
encabezan la majestuosa procesión que parte de Notre Dame a la iglesia de
SaintLouis. Miles de ciudadanos se agolpan en las calles para ver el paso de la
comitiva. (…)
Tal como temía su presencia es recibida con un silencio
gélido y desgarrador. (…) Al día siguiente de la procesión tiene lugar la
apertura de los Estados Generales, y los más de mil diputados se reúnen en uno
de los suntuosos salones del palacio de Versalles. (…) María Antonieta no
imagina que ésta será la última vez que aparezca en público como reina del
Antiguo Régimen en una ceremonia oficial.
Tras este acto simbólico de impredecibles consecuencias para
la Corona, los soberanos abandonaron precipitadamente Versalles en su carroza
rumbo al castillo de Meudon. Los días siguientes serán un calvario para estos
padres que en cuanto pueden corren al lado de su hijo, que lucha con un valor
asombroso contra la muerte. Este niño tan anhelado que tardó casi diez años en
llegar y les llenó de tanta felicidad moría el 4 de junio. La interminable
agonía del delfín Luis José de Francia había tocado a su fin. El estricto
protocolo palatino que María Antonieta tanto odiaba le impidió participar en
las exequias de su hijo, que no había podido celebrar su octavo cumpleaños. Los
soberanos, completamente abatidos, regresaron a Versalles, donde se organizó un
sencillo funeral. (…)
El 14 de junio María Antonieta y el rey fueron al palacio de
Marly para pasar una semana de luto con la corte. En su ausencia los
acontecimientos se precipitan. El Tercer Estado se autoproclama Asamblea
Nacional y proponen crear una nueva Constitución para Francia. El acto supone
un desafío al rey, quien decide disolver de inmediato los Estados Generales al
haberse extralimitado en sus funciones. Pero la máquina revolucionaria se ha
puesto en marcha y es imparable.
Luis XVI, aún afectado por la muerte de su
hijo, se ve incapaz de afrontar la situación y sólo le quedará reprocharse el
haber sido demasiado condescendiente con el Tercer Estado. La monarquía
absoluta, con tantos siglos de antigüedad, tiene los días contados.
El ministro de Finanzas, Jacques Necker, el único
interlocutor fiable entre el pueblo y la monarquía, es destituido por el rey y
enviado al exilio. Este famoso banquero suizo abogaba por una reducción de
gastos y una severa reforma financiera que no pudo llevar a cabo. La elección de
su sustituto, el ultraconservador barón de Breteuil, firmada por María Antonieta
es la gota de agua que desborda el vaso. Cuando en París se conoce la
destitución de Necker sólo se oye un clamor lleno de odio y rabia: «¡A las
armas!».
El 14 de julio de 1789 más de veinte mil hombres cegados por la rabia
y que lucen la escarapela tricolor que se convertirá en la bandera de la
República, marchan hacia la Bastilla. La fortaleza es tomada al asalto y la
cabeza del alcaide de la prisión se pasea ensartada en lo alto de una pica en
medio del regocijo popular. «La Revolución francesa ha estallado y la autoridad
real ha sido para siempre aniquilada», escribía el ministro ruso en París
testigo de los acontecimientos. (…)
Como tenía previsto, el rey asiste a la Asamblea pero ya no
para disolver los Estados Generales sino para anunciar la retirada de las
tropas y el regreso de Necker. Los ministros más conservadores son destituidos
y los miembros más destacados de la vieja nobleza comienzan a temblar y sólo
piensan en huir. (…)
El París revolucionario sigue volcando su odio en María
Antonieta, a la que acusan de todos los males de Francia. …no dejan de cebarse
en la reina, a la que tachan de promiscua, de ser lesbiana, de vaciar las arcas
del tesoro y de ser una peligrosa agente de una potencia extranjera, entre
otras muchas cosas. (…)
El 5 de octubre por la tarde María Antonieta se dirige
caminando al Trianon como era su costumbre. …un paje (…) le entrega en mano una
carta. La noticia la hace estremecer: el pueblo armado marcha hacia Versalles,
la Asamblea ha perdido la razón y en la ciudad reina el caos y el terror. (…)
En Versalles la corte está consternada por los graves
acontecimientos, pero María Antonieta trata de dar ánimos a quienes la rodean.
(…)
Entrada la madrugada, María Antonieta se despierta
sobresaltada por unos gritos horribles y algunos disparos de fusil. Bajo las
ventanas de su alcoba una multitud formada en su mayoría por mujeres que ha
conseguido saltar la verja intentan entrar en palacio. Ya no gritan como antaño
«¡Viva la reina!», sino «¡Muerte a la Austríaca!» o «¡Maldita ramera, puta del
demonio!».
Los libelos y difamaciones han hecho mella en estas mujeres
enfurecidas e ignorantes a las que se les ha hecho creer que «iba a faltar el
pan porque la reina lo estaba acaparando para matar de hambre a París».
Enseguida una turba invade el palacio y busca los aposentos de la reina, pero
no la encontrarán. María Antonieta ha conseguido huir con ayuda de sus damas a
través de unos pasadizos hasta la cámara del rey. Toda la familia está a salvo
pero la reina no podrá olvidar los insultos, la violencia y el odio de aquellas
gentes. Por primera vez es consciente de que han intentado asesinarla y que
puede volver a ocurrir.(…)
Al día siguiente, a las doce y media del mediodía, los reyes
de Francia se ven obligados a abandonar para siempre el palacio de Versalles.
(…) El penoso viaje en la carroza real hasta la capital durará siete horas
interminables entre insultos, amenazas y los empujones de la muchedumbre que
hacen tambalear las carrozas. Cuando a las diez de la noche el cortejo se
detiene ante el palacio de las Tullerías la pesadilla no ha hecho más que
comenzar. (…)
En las siguientes semanas la reina trata de organizar su
nueva vida en este palacio lóbrego… Poco a poco la familia real reanuda su vida
en las Tullerías con una extraña normalidad. (…)
Los que en aquellos días estuvieron junto a María Antonieta
coinciden en asegurar que era una mujer totalmente transformada. En la
adversidad la reina demuestra un coraje y una serenidad que sorprende a todos.
(…) En poco tiempo los soberanos van a llevar en este palacio la vida cómoda y
sencilla con la que tanto soñaban desde que fueron entronizados.
(…) En las semanas siguientes, metida en su nuevo papel de
guardiana y defensora de la Corona, trabajará sin descanso para encontrar una
solución. Ha creado en sus aposentos de las Tullerías una auténtica
cancillería, donde cada día recibe a los políticos más destacados y elabora con
ellos diversas propuestas de negociación. Logra establecer una correspondencia
secreta para comunicarse con sus familiares en el extranjero, entre ellos con
su querida hermana Carolina, reina de Nápoles. Aún tiene esperanzas, pero con
la llegada de un nuevo año crecen los partidarios de la Revolución y surgen
planes de huida para ella y el Delfín de Francia.
El 5 de mayo de 1789 tiene lugar en Versalles la solemne ceremonia de apertura de los Estados Generales. Los reyes acuden a la inauguración y María Antonieta se ve obligada a soportar la frialdad, los desaires y hasta abucheos de la gente.
En 1789, en los días previos a que se desencadene la Revolución Francesa.
París vive sus días más tumultuosos y las calles están llenas de agitación y desasosiego, como si se tratara de una olla exprés a punto de estallar. Sin embargo, la corte de Versalles continúa ajena a todo, suspendida en sus ritos habituales, derrochando dinero.
Cuando se produce la Toma de la Bastilla, muchos nobles y sirvientes entran en pánico y huyen para evitar ser apresados por el encolerizado pueblo.
A principios de 1790 muere su hermano, el emperador José II.
Con él pierde María Antonieta su más fuerte apoyo en el extranjero. Ha perdido no sólo a su hermano más querido y fiel consejero, sino a un importante aliado político. A su muerte sube al trono Leopoldo II, un hermano al que María Antonieta ha tratado poco y con el que no mantiene una buena relación. (…)
Todo se desmorona, los reyes tienen que regresar a París. El viaje de vuelta es lento y penoso. Su entrada a París se ve plagada de insultos y vituperios para ambos, aunque especialmente todos dirigidos a María Antonieta.
A instancias de Mercy participó en delicadas negociaciones secretas con el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, el conde de Mirabeau, al que le ofreció —a cambio de una buena suma de dinero— trabajar para el rey en el seno de la Asamblea. Tras su primera entrevista con la soberana, este destacado político escribió: «El rey sólo cuenta con un hombre: su mujer. Para ella hay sólo una seguridad, el restablecimiento de la autoridad real. Creo que no desearía vivir sin su corona; pero de lo que estoy bien seguro es de que no podrá conservar su vida si pierde su corona».
Todo se desmorona, los reyes tienen que regresar a París. El viaje de vuelta es lento y penoso. Su entrada a París se ve plagada de insultos y vituperios para ambos, aunque especialmente todos dirigidos a María Antonieta.
Por otro lado y al mismo tiempo, su hijo mayor languidecía en
su lecho de muerte.
Nobleza, clero y pueblo (las tres órdenes que constituían los
Estados Generales) no se ponen de acuerdo. El 17 de junio, el tercer Estado, el
pueblo, se constituye en Asamblea Nacional, y el 20 proclama el principio de
revolucionario de la soberanía del pueblo. El 9 de julio la Asamblea toma el
calificativo de Constituyente y se crea una comisión que trabaje para la
formulación y redacción de una Constitución. El 14 de julio el pueblo de París,
amotinado, se apodera de la Bastilla, la prisión del Estado. Empieza la
revuelta y la libertad de Francia.
En 1791 una serie de acontecimientos convencieron a los
soberanos de que había que huir para salvar la Corona. En abril la muerte del
conde de Mirabeau, su único aliado en su lucha contra la Revolución, dejó a los
reyes de Francia solos ante la furia del pueblo. Sus últimas palabras fueron un
fatal presagio: «Me llevo en el corazón el duelo por una monarquía cuyos
despojos serán presa de los rebeldes». (…)
En las semanas siguientes los planes de evasión ocupan todas
las energías de la reina. (…) En ningún momento piensan refugiarse en el
extranjero, sino quedarse en Francia para restablecer el orden y una
Constitución que tenga en cuenta la voluntad del rey.
(…)
El día tan anhelado llega al fin… (…) La familia real cena como era su
costumbre con los condes de Provenza y se retiran al salón para charlar un
rato. A las diez en punto la reina abandona el salón y se dirige a sus
aposentos. Nadie ha notado en ella el menor gesto sospechoso.
Ya entrada la noche María Antonieta despierta a sus hijos y
ordena a madame de Tourzel que vista al Delfín con ropa de niña. Unos minutos
más tarde, la reina, sus hijos y la institutriz abandonan el palacio por una
puerta sin vigilancia. Después lo hará el rey disfrazado con una peluca y un
sombrero de lacayo. A medianoche todos suben a la berlina y Axel de Fersen,
ataviado de cochero, se encargará de sacarlos de París en la primera etapa del
viaje. Cuando en las Tullerías se descubre su desaparición, la noticia corre de
boca en boca por todo París. La temeraria aventura de los soberanos finaliza
aquel fatídico 22 de junio de 1791 al llegar a Varennes, donde son descubiertos
y detenidos.
El regreso a la capital será una pesadilla que la reina jamás
podría olvidar. Bajo un calor sofocante la berlina avanza lentamente en medio
de una multitud que ha acudido para no perderse el espectáculo. En su interior,
agotados tras dos noches sin dormir, sucios y empapados de sudor, los seis fugitivos
se hacinan en un carruaje que al mediodía se convierte en un horno
irrespirable. Habían tardado veintidós horas en llegar a Varennes desde la
capital y de regreso serán cuatro penosos días en los que la moral de los reyes
se viene abajo.
Durante la mayor parte del trayecto tuvieron que soportar la
violencia y los insultos de la gente que les esperaba al borde de los
polvorientos caminos. «¡Muerte a la Austríaca, la bribona, la puta, muerte a
esta perra!», «¡Nos comeremos su corazón y su hígado!», gritan a su alrededor
mientras la reina está como ausente. Miles de hombres y mujeres rodean la
berlina y amenazan de muerte a los soberanos levantando sus puños y escupiendo
contra los cristales de las ventanillas. Los últimos kilómetros antes de llegar
a las Tullerías se hacen cada vez más largos y penosos.
Cuando a las ocho de la noche María Antonieta entra en sus
aposentos del palacio es una mujer exhausta y abatida que ha envejecido
prematuramente. (…)
De nuevo están prisioneros y hay centinelas apostados en
todos los rincones, incluso en los tejados de palacio. Cuando al día siguiente,
26 de junio, una comisión parlamentaria acude a las Tullerías para interrogar a
Luis XVI sobre lo sucedido, éste les responde de manera cortés que han sido
víctimas de un secuestro. Ésta será la versión oficial que finalmente aceptará la
Asamblea, que todavía necesita al rey para que dé su visto bueno a la
Constitución que está a punto de aprobarse.
El 14 de septiembre de 1791 Luis XVI acepta la Constitución
en una ceremonia que supone el acto más difícil de su reinado. (…)
En los meses siguientes María Antonieta recobra las fuerzas y
se muestra infatigable. Ahora su única prioridad es asegurar el futuro de su
hijo el Delfín. Ese niño, que tras el asesinato de su padre será aclamado por
los monárquicos como Luis XVII, es su única esperanza. (…)
En las Tullerías la familia real vive prisionera y se
encuentra aislada. Luis XVI, deprimido y débil, parece vivir en otro mundo; su
fragilidad es la comidilla de toda Europa. María Antonieta intenta convencer a
su amiga la princesa de Lamballe de que no regrese a Francia como es su deseo.
Su fiel amiga, preocupada por la seguridad de la reina, no la escuchará y
abandona su cómodo exilio en Londres para estar a su lado sabiendo a lo que se
expone. (…)
Fersen, el único en quien la reina puede confiar, viaja a
París de incógnito y propone a los soberanos un nuevo plan de fuga con la
complicidad del rey Gustavo de Suecia. Pero Luis XVI se niega en rotundo pues
ha prometido a la Asamblea no abandonar la capital y no quiere ser acusado de
traición.
El soberano va a pagar muy cara su honradez. La oferta de
Fersen será la última posibilidad de salvar sus propias vidas. (…)
En la madrugada del 10 de agosto se extiende el rumor de que
una muchedumbre armada se dirige a las Tullerías dispuesta a atacar la
residencia real. Ante la gravedad de la situación y para evitar un baño de
sangre, Luis XVI acepta someterse al amparo de la Asamblea. (…)
El reinado del terror está a punto de comenzar: el 13 de
agosto la Comuna decide instalar a la familia real en la fortaleza del Temple.
La vida del rey y los suyos está ahora en manos del gobierno revolucionario de
París. (…) …su nueva residencia será el siniestro torreón construido por los
templarios que se alza al fondo del jardín dentro del mismo recinto. (…)
El tiempo parece haberse detenido en el Temple y los reyes
ignoran que la violencia se ha adueñado de las calles de París, donde los
enemigos de la Revolución son asesinados con una brutalidad sin precedentes.
María Antonieta, aislada en la torre, no imagina hasta dónde puede llegar esta
locura sanguinaria que invade todo París. Cuando en la noche del 2 de
septiembre el ayudante de cámara del Delfín informa a la reina de que la
princesa de Lamballe ha sido brutalmente asesinada por una muchedumbre que ha tomado
al asalto la prisión donde se encontraba, ésta se derrumba y rompe en sollozos.
Horas más tarde, en medio de gritos y risas atroces, un grupo de hombres y
mujeres ebrios se acercan hasta el Temple para que la reina pueda ver a través
de las ventanas la cabeza de la desdichada clavada en lo alto de una pica.
María Antonieta, paralizada de terror, se desmaya y no llega a contemplar con
sus propios ojos tan terrible espectáculo. Pasará la noche «rezando y llorando»
por su fiel amiga que ha muerto por no traicionarles. Al día siguiente jura no
volver a dar señales de debilidad y se esforzará en dar ejemplo a sus hijos.
En una ocasión María Antonieta escribió: «En la desgracia
descubres tu auténtica naturaleza». Estas palabras adquieren un especial
significado en los últimos días de la reina de Francia, cuando todo comenzó a
torcerse. Tras el asesinato de la princesa de Lamballe los acontecimientos se
precipitan para los desdichados soberanos.
Más tarde, todo vuelve a derrumbarse. Al triunfo de la
República, toda esperanza muere para Luis XVI. Era el 21 de septiembre de 1792.
Poco después el rey era separado de su familia, sometido a proceso y condenado
y sentenciado a muerte. El 21 de septiembre de 1792 los prisioneros escuchan un gran
clamor proveniente de la ciudad.
La Asamblea ha sido reemplazada por la Convención Nacional, la monarquía, abolida y se proclama la República. Es el fin de una época y María Antonieta se acuesta temprano sintiéndose muy desgraciada. En los próximos meses se debatirá la suerte del soberano, que aceptará su destino con estoica resignación.
El 20 de enero de 1793 se le permite reunirse con su familia. Se trataba de la despedida. Al día siguiente el rey era guillotinado en la plaza de la Revolución, hoy plaza la de Concordia.
La Asamblea ha sido reemplazada por la Convención Nacional, la monarquía, abolida y se proclama la República. Es el fin de una época y María Antonieta se acuesta temprano sintiéndose muy desgraciada. En los próximos meses se debatirá la suerte del soberano, que aceptará su destino con estoica resignación.
El 20 de enero de 1793 se le permite reunirse con su familia. Se trataba de la despedida. Al día siguiente el rey era guillotinado en la plaza de la Revolución, hoy plaza la de Concordia.
El último rey de Francia, Luis XVI, tras un falso y
humillante proceso, será ejecutado el 21 de enero de 1793. La serenidad y la
valentía que mostró poco antes de ser guillotinado en la plaza pública calaron
muy hondo en el corazón de su esposa. (…)
Lo único que mantiene ahora viva a la reina viuda es el
orgullo de poder educar a escondidas a su hijo el Delfín, de ocho años, que
tras la muerte de su padre acaba de convertirse en el futuro Luis XVII. Pero su
sueño, una vez más, se verá truncado.
En la noche del 3 de julio unos hombres irrumpen a la fuerza
en sus aposentos y la obligan, por orden de la Convención, a entregar de
inmediato a Luis Carlos Capeto, como ahora le llaman. El niño se despierta y,
asustado, se echa en los brazos de su madre, quien se niega a separarse de él.
Durante una hora la soberana lucha desesperadamente por su hijo y trata de
negociar una solución. Finalmente, tras la amenaza de matar al pequeño, se ve
obligada a dejarlo partir.
Ya nada será igual, y los que la rodean serán testigos de su
estado de postración. «Nada podía calmar ya la angustia de mi madre; no era
posible hacer entrar esperanza alguna en su corazón: había llegado a serle
indiferente vivir o morir. En ocasiones nos miraba con una tristeza que nos
hacía estremecer.» María Antonieta no volverá a ver a su hijo menor que, al
igual que ella, sufrirá un trato inhumano. El pequeño morirá a los diez años de
edad en una celda aislada del Temple, desnutrido y tuberculoso, creyendo, tal
como le habían dicho los revolucionarios, que sus padres vivían pero ya no le
amaban.
El 12 de octubre comienza su proceso. En los interrogatorios
surgen nuevamente las viejas y antiguas cuestiones de los despilfarros, de las
calumnias, de los libelos, y del asunto del collar. La pena de muerte se
acuerda entre todos. La condenada escucha la sentencia con tranquilidad,
haciendo gala de su magnífica serenidad.
Un decreto
de la Convención la convierte en acusada y ordena el traslado a la Conserjería.
Tiene aún seguidores y admiradores, pero ya nada puede hacer.
María Antonieta es guillotinada el 16 de octubre de 1793.
Vestida de blanco, cubiertos sus cabellos por una cofia, El 1 de agosto de 1793 la reina es trasladada de la Torre del
Temple a La Conciergerie, una antigua fortaleza convertida en prisión de la
República y sede del Tribunal Revolucionario. Es la antesala de la muerte
porque de ahí sólo se sale para subir al cadalso y morir decapitado. (…)
Durante casi dos meses, a la espera de juicio, permanece
encarcelada… El día de su comparecencia, a pesar de su deterioro físico,
demostrará su entereza. El 15 de octubre María Antonieta asiste a la gran sala
de audiencias del Palacio de Justicia donde se va a decidir su futuro. (…) Al
no disponer de ayuda legal, la «viuda de Capeto» —como la llaman los
revolucionarios— se defenderá de todas las acusaciones haciendo gala de una
serenidad y una precisión en sus respuestas que impresionan al jurado. (…)
Cuando María Antonieta finalmente escucha su sentencia y es
condenada a la pena capital apenas se inmuta. Lo único que piensa es qué va a
ser de «sus pobres y adoradas criaturas».
Al regresar al calabozo, horas antes de ser ejecutada, la
reina escribe a la luz de la vela y con mano temblorosa a su cuñada la princesa
Isabel, a la que quiere como una hermana. Ésta nunca recibirá la carta
considerada el testamento de María Antonieta, porque días más tarde morirá como
ella en la guillotina. La reina de Francia, a la que tanto daño han infligido,
no guarda rencor en su corazón.
En esta carta conmovedora demuestra su amor a
sus hijos y su profundo arrepentimiento: «Pido perdón a todos aquellos que conozco,
y a vos, hermana mía, en particular, por todas las penas que, sin querer, haya
podido causar. Perdono a todos mis enemigos el daño que me han hecho. […]
Adiós, mi querida y tierna hermana; ojalá está carta pueda llegaros: pensad
siempre en mí; os beso con todo mi corazón así como a mis pobres y queridos
hijos. Dios mío, ¡qué desgarrador es abandonarlos para siempre! ¡Adiós,
adiós!».
El 16 de octubre de 1793 es el día elegido para su ejecución
pública. Cuando, hacia las once de la mañana, entra en su celda Sanson, su
verdugo, se encuentra a María Antonieta de rodillas al pie de la cama,
desgranando las cuentas de un rosario invisible. Sin perder tiempo, le arranca
la cofia y le corta bruscamente con unas grandes tijeras sus largos cabellos.
La soberana es trasladada al patíbulo en una mugrienta carreta de heno tirada
por un caballo, con las manos atadas a la espalda como una criminal.
Luce un cielo otoñal espléndido en París y la reina disfruta
unos segundos de la luz del sol que ciega sus enrojecidos ojos acostumbrados a
la oscuridad. Aún tendrá que sufrir un último calvario al tener que desfilar en
medio de una muchedumbre enfurecida que le grita y la insulta sin piedad. Pero
a estas alturas María Antonieta es una sombra de sí misma. Ya no oye ni ve nada,
y se enfrenta a la muerte con igual valor que su esposo Luis XVI. Al llegar a
la gran plaza de la Revolución, la actual plaza de la Concordia, miles de
personas estallan en aplausos y gritos.
La reina, sin abandonar su porte y su dignidad, sube sola con paso firme las empinadas escaleras hacia el cadalso. Ya en el estrado y debido a las prisas tropieza sin querer con su verdugo. A él dirigirá sus últimas palabras: «Os pido que me excuséis, señor. No lo he hecho a propósito».. Diez mil personas se agolpaban para ver la cabeza de la reina rodar. Ahí, todos rodeando la guillotina, esperaban la caída de la hoja. El hecho se consumó y María Antonieta pasa a un segundo plano de la vida.
La reina, sin abandonar su porte y su dignidad, sube sola con paso firme las empinadas escaleras hacia el cadalso. Ya en el estrado y debido a las prisas tropieza sin querer con su verdugo. A él dirigirá sus últimas palabras: «Os pido que me excuséis, señor. No lo he hecho a propósito».. Diez mil personas se agolpaban para ver la cabeza de la reina rodar. Ahí, todos rodeando la guillotina, esperaban la caída de la hoja. El hecho se consumó y María Antonieta pasa a un segundo plano de la vida.
FUENTE: Ven a mi mundo // El historiador
VER: Adiós A La Reina Basado en la novela de Chantal
Thomas. 1789. En la víspera de la Revolución Francesa, las personas que viven
en la Corte de Versalles continúan con su liderazgo sin preocupaciones, la vida
sin inhibiciones, lejos de la creciente inquietud en París. Cuando la noticia
del asalto a la Bastilla llega a los oídos de la corte, los nobles emprenden la
huida junto con sus sirvientes, abandonando el palacio.
Pero Sidonie Laborde, una joven lectora de la Corte dedicada en cuerpo y alma a la Reina, se niega a creer en los rumores. Cree que bajo la protección de Marie Antonieta ella no sufrirá ningún daño. No sabe que estos serán los últimos tres días que pasará al lado de su reina.
Pero Sidonie Laborde, una joven lectora de la Corte dedicada en cuerpo y alma a la Reina, se niega a creer en los rumores. Cree que bajo la protección de Marie Antonieta ella no sufrirá ningún daño. No sabe que estos serán los últimos tres días que pasará al lado de su reina.
VER:
Marie
Antoinette - Sofia Coppola [Parte 1]
Marie
Antoinette - Sofia Coppola [Parte 4]
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