sábado, 11 de junio de 2016

EL DESAMOR

" SE TE FUE UNA SOLA PERSONA Y SE DESPOBLA EL MUNDO ENTERO"

Nuestro cuerpo percibe el dolor por el desamor como un dolor físico y en una investigación se descubrió que el acetaminofén puede ayudar a reducir el malestar que sientes por una ruptura amorosa.

Me pidió que pasara a verlo después de salir del cine. Nos encontramos en el estacionamiento de su dormitorio y me saludó con un beso rápido, como por hábito. En ese momento no sabía que sería el último. Se notaba tenso; me evitaba con la mirada.

No recuerdo exactamente sus palabras, pero lo último que dijo fue: “Ya no puedo seguir con esto”.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras él se justificaba. Escuché, sin entender. Me quedé parada en el frío, balanceando mi peso entre un pie y el otro, con las manos en los bolsillos de mi chamarra. Traté de responder pero no pude decir nada. Por lo general soy extrovertida y platicadora, pero no pude ni formular una frase. Mis mejillas sonrojadas hervían de calor.

Como estudiante de neurociencia he aprendido que nuestra relación más íntima es la que existe entre la cabeza y el corazón. Hablan como mejores amigos a través de la arteria carótida común, que envía sangre del corazón al cerebro a la asombrosa velocidad de 91 cm por segundo.

El cerebro ha desarrollado mecanismos para percibir el peligro y responde de inmediato a la presencia de cualquier amenaza. Cuando identifica una amenaza, hace una llamada de urgencia al hipotálamo, el centro de control de nuestro sistema hormonal.

Acto seguido, el hipotálamo pone en marcha el sistema nervioso simpático y aumenta los niveles de cortisol en nuestras venas. Nuestro sistema se llena de adrenalina. El corazón se acelera, con lo que aumenta el flujo sanguíneo que llega a nuestros órganos vitales. Nuestras vías respiratorias se abren. Con cada respiración, estamos más alerta. Nuestras pupilas se dilatan. En presencia del peligro, estamos preparados para luchar.

Esto no es lo que sucede durante una ruptura.

La respuesta psicológica al rechazo es totalmente distinta de la que mostramos ante la amenaza. Tenemos una necesidad innata de aceptación, al igual que necesitamos agua y alimento para sobrevivir. Al contrario de lo que sucede cuando nos enfrentamos al peligro, el rechazo activa nuestro sistema nervioso parasimpático.

El cerebro envía una señal a través del nervio vago hasta nuestro corazón y estómago. Los músculos de nuestro sistema digestivo se encogen y nos provocan un vacío en el fondo del estómago. Nuestras vías respiratorias se contraen y dificultan la respiración. El ritmo cardiaco se detiene de manera tan evidente, que, literalmente, se siente como si nuestro corazón se estuviera rompiendo.

Después de escuchar aquellas fatídicas palabras de rechazo en el estacionamiento, fui a casa, lloré en el suelo del departamento y me dejé consentir por mi mejor amiga.

“A todos nos rompen el corazón por primera vez”, dijo ella con suavidad. “La primera vez es la que más duele”.

Me sentía como un cliché: lloré hasta que me dolió la cabeza y usé una caja entera de clínex. Estudiar neurociencia me había enseñado tanto… Sabía que mis emociones dependían de los químicos del cerebro. Quería usar la ciencia para razonar conmigo misma, convencerme de que pronto las hormonas se estabilizarían y comenzaría a sentirme mejor.

Por desgracia, no son los años de escuela, sino la experiencia lo que nos enseña a recuperarnos de una ruptura.

Quería regresar al momento en que estábamos en la mitad de nuestra relación. No extrañaba el principio: la inseguridad, las mariposas en el estómago y el periodo de extrañeza cuando uno comienza a conocer a otra persona. Y definitivamente no quería revivir el final. Quería regresar a la mitad, cuando todo estaba en calma, era rutinario e inspiraba confianza. Entonces, todo era fácil y sin dolor.

Ambos teníamos nuestras actividades, estábamos involucrados en nuestras propias esferas de la vida del campus y nuestros caminos nunca se cruzaron hasta que una amistad mutua nos organizó una cita a ciegas.


No era extraño que nunca nos hubiéramos encontrado antes: él es atleta y yo apenas puedo caminar sin tropezarme. Mientras el resolvía problemas en la facultad de ingeniería; yo estaba llevando a cabo experimentos por todo el campus para el laboratorio de ciencias.

Nuestra conexión fue intensa y espontánea. Cuando trabajábamos juntos en su habitación o en la mía, me sentía extraordinariamente segura con el tipo de silencio que por lo general me hace sentir muy vulnerable.

Me encantaba cómo buscaba mi mano para entrelazar nuestros dedos cuando caminábamos a casa y cómo algunas veces apretaba muy fuerte mi dedo índice con su pulgar solo para recordarme que estaba ahí. La electricidad que se producía al tocarme enviaba un torrente de oxitocina desde mi glándula pituitaria posterior y reducía mis niveles de cortisol, envolviéndome en una compasión tácita.

Con la dopamina que emanaba a raudales de mi núcleo accumbens, me dejaba llevar por sentimientos de euforia y dicha. Me quedaba dormida a su lado con la mano sobre su pecho, mientras los latidos de su corazón me arrullaban.

No es casualidad que las emociones positivas sienten tan bien; las hormonas que se liberan cuando estamos felices, enamorados y nos sentimos valorados ayudan a regular nuestro ritmo cardiaco en un patrón “coherente”. Los latidos rítmicos hacen que el cuerpo adquiera la misma cadencia de tal modo que el resto de los mecanismos homeostáticos se realizan de forma sincrónica. Con mi cuerpo en equilibrio, la vida era mucho más fácil.

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Credit Pictoline para The New York Times en Español
Desearía poder decir que me recuperé rápido del desamor. Para poder hacer que los demás pensaran que así fue, oculté mi dolor, lloraba en la ducha y por la noche, con la esperanza de que mis compañeras de cuarto no me escucharan.

Me sentía avergonzada mientras recordaba las palabras de mi madre: “Si no te quiere, no lo quieras”. Traté de dedicarme a mis amigos y al trabajo del curso que me prepararía para mis solicitudes a las facultades de medicina unos meses más tarde. Quería ser como Elle Woods en “Legally Blonde”, segura e independiente.

Pero el corazón roto es como cualquier otro dolor y lleva tiempo aliviarlo.

Lo curioso del dolor que produce el desamor es que nuestro cuerpo lo percibe como un dolor físico. El amor activa los mismos centros de recompensa neurológica que la cocaína, y el desamor puede ser parecido al síndrome de abstinencia que se siente cuando se lleva a cabo un tratamiento para dejar una droga o el alcohol.

Sin importar si sentimos dolor por la abstinencia o experimentamos rechazo emocional, las neuronas en nuestra corteza anterior e insular comienzan a activarse. Pensamos que la única forma de sentirnos mejor es volver a sentirnos extasiados y físicamente anhelamos sentirnos así de nuevo.

Al igual que los adictos, no podemos pensar con claridad y tenemos una diatriba interna para tomar cada decisión: “¿Debería llamarle? No, no actúes como desesperada”. A medida que los receptores del dolor se activan, el resultado es que nos sentimos rotos, física y emocionalmente.

No obstante, lo que no sabía en aquel momento es que hay algo que puede ser nuestra salvación. La medicina moderna nos ofrece un remedio que no requiere receta médica y que ha demostrado mejorar los efectos emocionales de una desilusión amorosa.

En una investigación que se publicó en 2010, los científicos descubrieron que el acetaminofén puede reducir la respuesta física y neuronal asociada con el dolor del rechazo social, ya se trate de relaciones románticas, amistades o de cualquier otro tipo.

Así que si te duele el corazón, toma un poco de Tylenol.

Con el tiempo, la abstinencia desaparece, así como el dolor del rechazo. Detesto todo lo que lloré y el tiempo que perdí extrañándolo. Detesto lo mucho que dolió, pero a pesar de todo me siento agradecida por la relación que tuvimos porque me enseñó lo que significa amar y ser amado.

Ahora sé lo que quiero: una relación que me llene de dopamina y regule mi ritmo cardiaco cuando él entrelace sus dedos con los míos. Sabré que está bien cuando pueda hablar con toda libertad durante horas y cuando me sienta igual de bien en silencio. Ya no paso mucho tiempo buscando ese sentimiento, preguntándome cómo debería sentirse el amor, porque lo reconoceré cuando llegue y no lo forzaré si no está ahí.

Hace poco, fui yo quien le rompió el corazón a alguien. Primero fuimos amigos, pero él decía que quería ser más. Le di unas semanas, porque se lo merecía. Salimos un día a desayunar, otro día a comer y después a cenar. Me sentía bien por estar con alguien que se interesaba tanto en mí, pero mi núcleo accumbens estaba en calma. La dopamina no se elevaba cuando él me tomaba de la mano y mi corazón no latía al ritmo del suyo.

Traté de dar por terminada la relación con suavidad y respeto, pero sus ojos no ocultaron su tensión ni su confusión mientras su sistema nervioso parasimpático se activaba al darle mis razones para terminar la relación. Podía imaginar cómo se contraían los músculos de su sistema digestivo y su corazón latía más lento.

Sé cómo es. Sabía que estaría bien, y quería decírselo, pero la experiencia me había enseñado que yo no era la persona correcta para ayudarle.

Este conflicto entre mi cabeza y mi corazón (de mi deseo de ofrecer consuelo, sabiendo que no podía) hacía temblar mi cuerpo y aceleraba mi pulso. Así que todo lo que hice fue darle un abrazo de despedida y alejarme.



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