II
VICTORIA PRIVADA
Primer hábito
Sea proactivo
Principios de la visión
personal
No conozco ningún hecho
más alentador que la incuestionable capacidad del hombre para dignificar su
vida por medio del esfuerzo consciente.
HENRI DAVID THOREAU
Mientras lee este libro, trate de tomar distancia respecto de
sí mismo. Trate de proyectar su conciencia hacia un rincón del techo y mírese
leyendo, con el ojo de la mente. ¿Puede mirarse a sí mismo casi como si fuera
otra persona?
Intente ahora otra cosa. Piense en el estado de ánimo en el
que se encuentra. ¿Puede identificarlo? ¿Qué está sintiendo? ¿Cómo describiría
su presente estado mental?
Piense ahora durante un minuto sobre cómo está trabajando su
mente. ¿Es rápida y despierta? ¿Se siente dividido entre practicar este
ejercicio mental y conjeturar lo que se pretende con él?
Su capacidad para hacer lo que acaba de hacer es
específicamen te humana. Los animales no la poseen.
La denominamos «autoconciencia»; es la aptitud para pensar en
los propios procesos de pensamiento. Ésta es la razón de que el hombre posea el
dominio de todas las cosas del mundo y de que pueda realizar progresos significativos
de generación en generación.
Por eso podemos evaluar y aprender de las experiencias de los
otros, tanto como de las nuestras. Por eso podemos crear y destruir nuestros
hábitos.
No somos nuestros sentimientos. No somos nuestros estados de
ánimo. Ni siquiera somos nuestros pensamientos. El hecho mismo de que podamos
pensar sobre estas cosas nos separa de las cosas y del mundo animal. La
autoconciencia nos permite distanciarnos y examinar incluso el modo en que nos
«vemos»: ver el paradigma de nosotros mismos, que es el más fundamental para la
efectividad. Afecta no sólo a nuestras actitudes y conductas, sino también al
modo en que vemos a las otras personas. Se convierte en nuestro mapa de la
naturaleza básica de la humanidad.
De hecho, mientras no tengamos en cuenta cómo nos vemos a
nosotros mismos (y cómo vemos a los otros) no seremos capaces de comprender
cómo ven los otros y qué sienten acerca de sí mismos y de su mundo. Sin
conciencia, proyectaremos nuestras propias intenciones sobre su conducta, y al
mismo tiempo nos consideraremos objetivos.
Esto limita significativamente nuestro potencial personal y
tam bién nuestra capacidad para relacionarnos con los demás. Pero a causa de la
singular capacidad humana de la autoconciencia, podemos examinar nuestros
paradigmas para determinar si son principios basados en la realidad, o están en
función decondicionamientos y condiciones.
El espejo social
Si la única visión que tenemos de nosotros mismos proviene
del espejo social (del actual paradigma social y de las opiniones, percepciones
y paradigmas de las personas que nos rodean), la concepción que tengamos de
nosotros será como la imagen reflejada en los espejos deformantes de los
parques de atracciones.
«Siempre te retrasas.»
« ¿Por qué no puedes mantener las cosas en orden?»
« ¡Tienes que ser un artista!»
« ¡Comes como un cerdo!»
« ¡Me parece increíble que hayas ganado!»
«Esto es tan simple... ¿Por qué no lo comprendes?»
Estas imágenes están como desmembradas y carecen de
proporción.
A menudo son más proyecciones que reflejos: proyectan las
preocupaciones y las debilidades de carácter de las personas en las que se
originan, y no nos proporcionan un reflejo correcto de lo que somos.
El reflejo de los actuales paradigmas sociales nos dice que
estamos en gran medida determinados por el condicionamiento y por ciertas
condiciones. Aunque hayamos reconocido el tremendo poder del condicionamiento
en nuestras vidas, decir que estamos determinados por él, que no tenemos ningún
control sobre esa influencia, genera un mapa totalmente distinto.
Hay en realidad tres mapas sociales, tres teorías deterministas
ampliamente aceptadas, que independientemente o en combinación, pretenden
explicar la naturaleza del hombre. El determinismo genético dice básicamente
que la culpa es de los abuelos. Ésa es la razón de que usted tenga mal genio.
Sus abuelos eran irascibles y eso está en su ADN. El ADN pasa de generación en
generación y usted lo ha heredado.
Además usted es irlandés, y así son los irlandeses.
El determinismo psíquico dice básicamente que la culpa es de
los padres. Su educación, sus experiencias infantiles establecieron lo esencial
de sus tendencias personales y la estructura de su carácter. A ello se debe que
no le guste estar rodeado de personas. Así es como lo educaron sus padres.
Usted se siente terriblemente culpable si comete un error porque en su más
profundo interior recuerda la impresión emocional recibida cuando usted era muy
vulnerable, tierno y dependiente. Se recuerda el castigo, el rechazo, la
comparación con los demás y los problemas emocionales, cuando uno no se
comportaba de acuerdo con lo esperado.
El determinismo ambiental dice que la culpa es del patrón o
el jefe (o de su esposa, su hijo adolescente, su situación económica o la
política nacional). Alguien o algo de su ambiente son responsable de su
situación.
Todos estos mapas se basan en la teoría de estímulo/respuesta
que solemos asociar con los experimentos de Pavlov. La idea básica es que
estamos condicionados para responder de un modo particular a un estímulo concreto.
Modelo reactivo
¿Con cuánta precisión y funcionalidad describen estos mapas
el territorio? ¿Con cuánta claridad reflejan esos espejos la naturaleza verdadera
del hombre? ¿Se convierten en profecías de autocumplimiento? ¿Se basan en
principios que podemos comprobar en nuestro interior?
Entre estímulo y
respuesta
Para responder a estos interrogantes, permítame el lector que
comparta con él la historia ejemplificadora de Victor Frankl.
Frankl era un determinista, educado en la tradición de la
psicología freudiana según la cual lo que nos sucede de niños da forma a
nuestro carácter y personalidad, y gobierna básicamente la totalidad de nuestra
vida. Los límites y parámetros de nuestra vida estarían fijados y, en lo esencial,
no sería mucho lo que podríamos hacer al res pecto.
Frankl era también psiquiatra y judío. Estuvo encerrado en
campos de concentración de la Alemania nazi, donde experimentó cosas tan
repugnantes para nuestro sentido de la decencia que incluso repetirlas aquí nos
provoca zozobra.
Sus padres, su hermano y su mujer murieron en los campos, en
cámaras de gas. Con la excepción de su hermana, perdió a toda su familia. El propio Frankl fue
torturado y sometido a innumerables humillaciones, sin estar nunca seguro de si
en el momento siguiente lo llevarían a la cámara de gas o se quedaría entre los
que se «salva ban», los cuales retiraban los cuerpos o recogían las cenizas de
los condenados.
Un día, desnudo y solo en una pequeña habitación, empezó a
tomar conciencia de lo que denominó «la libertad última», esa libertad que sus
carceleros nazis no podían quitarle. Ellos podían controlar todo su ambiente,
hacer lo que quisieran con su cuerpo, pero el propio Victor Frankl era un ser
autoconsciente capaz de ver como observador su propia participación en los
hechos. Su identidad básica estaba intacta. En su interior él podía decidir de
qué modo podía afectarle todo aquello. Entre lo que le sucedía, o los estímulos
y su respuesta, estaba su libertad o su poder para cambiar esa respuesta.
En medio de sus experiencias, Frankl se proyectaba hacia
contextos distintos; por ejemplo, se imaginaba dando conferencias ante sus
alumnos después de haber sido liberado del campo de concentraron. En el aula se
describiría a sí mismo y expondría como lección 0 que había aprendido durante
la tortura.
Por la vía de disciplinas de este tipo (mentales, emocionales
morales, usando principalmente la memoria y la imaginación) ejercitó su pequeña
y embrionaria libertad, que entonces creció, hasta llegar a ser mayor que la de
sus carceleros nazis. Los nazis tenían más libertad exterior, más opciones entre
las que podían elegir en su ambiente, pero él tenía más libertad interior, más
poder interno para ejercitar sus opciones. Se convirtió en un ejemplo para
quienes lo rodeaban, incluso para algunos de los guardias. Ayudó a otros a
encontrar un sentido en su sufrimiento y dignidad en su vida de prisioneros.
En las más degradantes circunstancias imaginables, Frankl usó
el privilegio humano de la autoconciencia para descubrir un principio
fundamental de la naturaleza del hombre: entre el estímulo y la respuesta, el
ser humano tiene la libertad interior de
elegir.
La libertad de elegir incluye los privilegios que nos
singularizan como seres humanos. Además de la autoconciencia, tenemos
imaginación (capacidad para ejercer la creación en nuestras mentes, yendo más
allá de la realidad presente). Tenemos conciencia moral (una profunda
percepción interior de lo que es correcto o incorrecto, de los principios que
gobiernan nuestra conducta, y de la medida en que nuestros pensamientos y acciones
están en armonía con dichos principios). Y tenemos voluntad independiente
(capacidad para actuar sobre la base de nuestra autoconciencia, libres de
cualquier otra influencia).
Ni siquiera los
animales más inteligentes tienen esos recursos.
Podemos decir, con una metáfora tomada del lenguaje de la
informática, que ellos están programados por el instinto o el adiestramiento, o
por ambas cosas. Se los puede adiestrar para que sean responsables, pero no
pueden asumir la responsabilidad de ese adiestramiento; en otras palabras, no
pueden dirigirlo. No pueden cambiar la programación. Ni siquiera tienen conciencia
de ella.
Pero como consecuencia de nuestros privilegios humanos,
podemos formular nuevos programas para nosotros mismos, totalmente independientes
de nuestros instintos y adiestramiento. Por ello la capacidad del animal es
relativamente limitada, y la del hombre, ilimitada. Pero si vivimos como
animales, sobre la base de nuestros instintos, condicionamientos y condiciones,
siguiendo los dictados de nuestra memoria colectiva, también nosotros seremos
limitados.
El paradigma determinista proviene primariamente del estudio
de animales (ratas, monos, palomas, perros) y de personas neuróticas y
psicóticas. Si bien esto permite satisfacer ciertos criterios de algunos
investigadores, como los de mensurabilidad y predictibilidad, la historia de la
humanidad y nuestra propia autoconciencia nos dicen que este mapa en modo
alguno describe el territorio.
Nuestras dotes singularmente humanas nos elevan por encima
del mundo animal. La medida en que ejercitamos y desarrollamos esas dotes nos
da poder para desplegar nuestro potencial humano. Entre el estímulo y la
respuesta está nuestra mayor fuerza: la libertad interior de elegir.
La «proactividad»
definida
Al describir los principios básicos de la naturaleza del
hombre, Frankl trazó un mapa preciso de sí mismo, apartir del cual empezó a
desarrollar el primero y fundamental hábito de las personas que, en cualquier
medio, son altamente efectivas: el hábito de la proactividad.
Si bien la palabra proactividad es ahora muy común en los
textos de dirección de empresas, se trata de un término que no se encuentra en
la mayoría de los diccionarios. No significa sólo tomar la iniciativa.
Significa que, como seres humanos, somos responsables de nuestras propias
vidas. Nuestra conducta es una función de nuestras decisiones, no de nuestras
condiciones. Podemos subordinar los sentimientos a los valores. Tenemos la
iniciativa y la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan.
Examinemos la palabra «responsabilidad», en la cual
encontramos alusiones a las palabras «responder» y «Habilidad»: habilidad para
elegir la respuesta. Las personas muy proactivas reconocen esa responsabilidad.
No dicen que su conducta es la consecuencia de las
condiciones, el condicionamiento o las circunstancias. Su conducta es un
producto de su propia elección consciente; se basa en valores, y no es producto
de las condiciones ni está fundada en el sentimiento.
Dado que por naturaleza somos proactivos, si nuestras vidas
es-tan en función del condicionamiento y las condiciones, ello se debe a que,
por decisión consciente o por omisión, elegimos otorgar a esas cosas el poder de
controlarnos.
Modelo proactivo
Si nuestra elección es ésa, nos volvemos reactivos. Las
personas reactivas se ven a menudo afectadas por su ambiente físico. Si el
tiempo es bueno, se sienten bien. Si no lo es, afecta a sus actitudes y su comportamiento.
Las personas proactivas llevan consigo su propio clima. El hecho de que llueva
o brille el sol no supone ninguna diferencia para ellas. Su fuerza impulsiva
reside en los valores, y si su valor es hacer un trabajo de buena calidad, no
depende de que haga buen tiempo o no.
Las personas reactivas se ven también afectadas por el ambiente
social, por el «clima social». Cuando se las trata bien, se sienten bien;
cuando no las tratan bien, se vuelven defensivas o autoprotectoras. Las
personas reactivas construyen sus vidas emocionales en torno a la conducta de
los otros, permitiendo que los defectos de las otras personas las controlen.
La capacidad para subordinar los impulsos a los valores es la
esencia de la persona proactiva. Las personas reactivas se ven impulsadas por
sentimientos, por las circunstancias, por las condiciones, por el ambiente. Las
personas proactivas se mueven por valores: valores cuidadosamente meditados,
seleccionados e internalizados.
También las personas proactivas se ven influidas por los
estímulos externos, sean físicos, sociales o psicológicos. Pero su respuesta a
los estímulos, consciente o inconsciente, es una elección o respuesta basada en
valores.
Como observó Eleanor Roosevelt: «Nadie puede herirte sin tu
consentimiento». Y Gandhi dijo: «Ellos no pueden quitarnos nuestro autorrespeto
si nosotros no se lo damos». Para empezar, lo que nos daña, mucho más que lo
que nos sucede, es nuestro permiso, nuestro consentimiento a lo que nos sucede.
Admito que esto es muy difícil de aceptar emocionalmente, en
especial si durante años y años hemos explicado nuestra desdicha apelando a las
circunstancias o a la conducta de algún otro. Pero hasta que una persona no
pueda decir, profunda y honestamente, «Soy lo que soy como consecuencia de mis
elecciones de ayer», tampoco podrá decir «Elijo otra cosa».
Una vez, en Sacramento, cuando hablaba sobre el tema de la
pro actividad, una mujer del público se puso de pie en medio de mi disertación
y empezó a decir algo muy excitada. El público era muy numeroso, y cuando algunas
personas se volvieron a mirarla, ella de pronto tomó conciencia de lo que
estaba haciendo, se azoró y volvió a sentarse. Pero parecía resultarle difícil
contenerse, y siguió hablando con la gente que tenía alrededor.
Se la veía muy feliz.
Aguardé una pausa con impaciencia para poder averiguar qué había
sucedido. En cuanto tuve la oportunidad me acerqué a ella y le pedí que contara
su experiencia.
«No puede imaginar lo que me ha ocurrido» —dijo—. «Trabajo como
enfermera para el hombre más miserable e ingrato que pueda imaginarse. Nada de
lo que haga es suficiente para él. Nunca lo aprecia, ni siquiera me lo
reconoce. Constantemente me acosa y encuentra defectos en todo lo que hago. Por
culpa de este hombre mi vida es desgraciada y a menudo descargo mi frustración
sobre mi familia. Las otras enfermeras sienten lo mismo. Casi rezamos para que
lo echen.
»Y usted tuvo el descaro de plantarse allí y decir que nada
puede herirme, que nadie puede herirme sin mi consentimiento, y que yo elijo mi
propia vida emocional de infelicidad... Bien, en modo alguno podía yo aceptar esa
idea.
»Pero seguí pensando sobre ello. Realicé una verdadera introspección,
y empecé a preguntarme: ¿Tengo el poder de elegir mi res puesta?
»Cuando por fin comprendí que en realidad tengo ese poder,
cuando me tragué esa amarga píldora y comprendí que yo había elegido ser
desgraciada, también comprendí que podía elegir no serlo.
»En ese momento me puse de pie. Me sentía como si me
estuvieran dejando salir de San Quintín. Quería gritarle a todo el mundo:
"¡Soy libre! ¡Salgo de la cárcel! ¡Nunca más voy a dejarme controlar por
el trato que me dispense otra persona!".»
Lo que nos hiere o daña no es lo que nos sucede, sino nuestra
res puesta a lo que nos sucede. Desde luego, las cosas pueden dañarnos
físicamente o perjudicarnos económicamente, y producirnos dolor por ello.
Pero nuestro carácter, nuestra identidad básica, en modo
alguno tiene que quedar herida. De hecho, nuestras experiencias más difíciles
se convierten en los crisoles donde se moldea nuestro carácter y se desarrollan
las fuerzas internas, la libertad para abordar circunstancias difíciles en el
futuro y para inspirar a otros la misma conducta.
Frankl es uno de los muchos que pudieron desarrollar su
libertad personal en circunstancias difíciles, para animar e inspirar a otros.
Los relatos autobiográficos de los prisioneros de guerra en Vietnam aportan convincentes
testimonios adicionales sobre el poder transformador de esa libertad personal y
sobre el efecto del uso responsable de esa libertad en la cultura de la prisión
y en los reclusos, tanto en aquel entonces como ahora.
Todos hemos conocido a individuos que atravesaban
circunstancias muy difíciles (tal vez una enfermedad terminal o una grave
discapacidad física) conservando una extraordinaria fuerza emocional. ¡Cuánto
nos inspira su integridad! Nada deja una impresión mayor, más duradera, en otra
persona, que la conciencia de que alguien ha trascendido el sufrimiento, que ha
trascendido la circunstancia y está encarnando y expresando un valor que
inspira, ennoblece y eleva la vida.
Uno de los momentos más inspiradores que Sandra y yo hemos
vivido tuvo lugar durante un período de cuatro años con una querida amiga
nuestra llamada Carol, que tenía un cáncer devastador. Había sido nuestra madrina
de bodas y era amiga de Sandra desde hacía más de veinticinco años.
Cuando Carol se encontraba en las últimas etapas de su
enfermedad, Sandra se dedicó a sentarse junto a su lecho ayudándole a escribir
su historia personal. Volvía de aquellas sesiones difíciles y prolongadas casi transfigurada
por la admiración que sentía por el valor de su amiga y su deseo de escribir
mensajes especiales para sus hijos, que había, que darles en diferentes etapas
de su vida.
Carol tomaba la menor cantidad de anestésicos posible, de
modo que tenía pleno acceso a sus facultades mentales y emocionales. Entonces
susurraba ante un grabador o directamente para Sandra, mientras ésta tomaba
notas. Carol era tan proactiva, tan valiente y estaba tan preocupada por los
demás, que se convirtió en una enorme fuente de inspiración para muchas de las
personas que la rodeaban.
Nunca olvidaré la experiencia de mirar profundamente a los
ojos de Carol el día antes de que falleciera, y sentir, en esa agonía profunda,
a una persona de enorme valía intrínseca. Pude ver en sus ojos una vida de carácter,
contribución y servicio, así como de amor, preocupación y aprecio.
A lo largo de los años, muchas veces he preguntado a algunos
grupos de personas si han tenido la experiencia de acompañar a un moribundo que
haya conservado una actitud tan admirable, comunicado tantoamor y compasión, y
resistido de un modo tan incomparable hasta el mismo fin. Por lo general, más o
menos la cuarta parte de la audiencia responde afirmativamente. Entonces
pregunto quiénes no olvidarán nunca a esos individuos, quiénes se sintieron
transformados (al menos temporalmente) por la inspiración de ese coraje, quiénes
se sintieron profundamente conmovidos y motivados a realizar actos más nobles
de servicio y compasión. Casi inevitablemente levantan la mano las mismas
personas.
Victor Frankl dice que hay tres valores fundamentales en la
vida: el de la experiencia, o de lo que nos sucede; el creador, o de lo que
aportamos a la existencia, y el actitudinal, o de nuestra respuesta en circunstancias
difíciles, como por ejemplo en enfermedades terminales.
Mi propia experiencia confirma lo que sostiene Frankl, en el
sentido de que el más alto de los tres valores es el actitudinal. En otras
Palabras, lo que más importa es el modo en que respondemos a lo que experimentamos
en la vida.
Las circunstancias difíciles suelen dar origen a cambios de
paradigma, a marcos de referencia totalmente nuevos, a través de los cuales la
gente ve el mundo, se ve a sí misma, y ve a los otros y a lo qué la vida le
pide.
Su perspectiva más amplia refleja los valores actitudinales
que nos elevan e inspiran a todos nosotros.
Tomar la iniciativa
Nuestra naturaleza básica consiste en actuar, no en que se
actúe sobre nosotros. Esto nos permite elegir nuestras respuestas a
circunstancias particulares, y además nos da poder para crear las
circunstancias.
Tomar la iniciativa no significa ser insistente, molesto o
agresivo. Significa reconocer nuestra responsabilidad de hacer que las cosas
sucedan.
A lo largo de los años frecuentemente he tenido la
oportunidad de asesorar a personas que querían conseguir mejores empleos; les
he aconsejado mostrar más iniciativa: hacerse administrar test de intereses y aptitudes,
estudiar la industria, incluso los problemas específicos que afrontan las
organizaciones, y que después elaboren una exposición efectiva para demostrar
de qué modo sus capacidades pueden ayudar a resolver las dificultades de la
organización. Esto se llama «venta de la solución» y es un paradigma clave del éxito
comercial.
La respuesta es, por lo general, el acuerdo: la mayoría de
las personas advierten cuan poderosamente ese enfoque acrecienta sus
posibilidades de encontrar empleo y progresar. Pero muchas de ellas no daban
los pasos necesarios, no tomaban la iniciativa para llevar esa técnica a la
práctica.
«No sé adónde ir para someterme a los test de intereses y
aptitudes.»
« ¿Cómo estudiar los problemas de la industria y la
organización? Nadie quiere ayudarme.»
«No tengo la menor idea de cómo se realiza una exposición
efectiva.»
Muchas personas esperan que suceda algo o que alguien se haga
cargo de ellas. Pero las personas que llegan a ocupar los buenos puestos son
las proactivas, aquellas que son soluciones para los problemas, y no problemas
ellas mismas, que toman la iniciativa de hacer siempre lo que resulte necesario,
congruente con principios correctos, y finalmente realizan la tarea.
Cuando alguien de nuestra familia, aunque sea uno de nuestros
hijos más pequeños, adopta una posición irresponsable y espera que algún otro
se enfrente con las cosas o proporcione una solución, le decimos «¡Usa tus R e
I!» (Recursos e Iniciativas). En realidad, antes que nosotros digamos nada,
suele ocurrir que el quejoso se responda a sí mismo: «Ya lo sé... Tengo que
usar mis R e I».
Mantener a las personas en el curso de la responsabilidad no
es humillante; es afirmativo. La proactividad forma parte de la naturaleza
humana, y, aunque los músculos proactivos puedan encontrarse adormecidos, sin duda
están en su lugar. Al respetar la naturaleza proactiva de las otras personas,
por lo menos les proporcionamos un reflejo claro, y no distorsionado, de su
figura, en el espejo social.
Desde luego, debe tenerse en cuenta el nivel de madurez del
individuo. No podemos esperar una gran cooperación creativa de quienes se
hallan en una profunda dependencia emocional. Pero por lo menos podemos afirmar
su naturaleza básica y crear una atmósfera en la que las personas puedan
aprovechar las oportunidades y resolver problemas, confiando cada vez más en sí
mismas.
Actúe o deje que los
demás actúen por usted
La diferencia entre las personas que toman la iniciativa y
las que no lo hacen equivale literalmente a la diferencia entre el día y la
noche. No estoy hablando de un 25 o 50 por ciento de efectividad; hablo de un 5000
por ciento de diferencia, en particular si esas personas son inteligentes,
sensibles ante las necesidades de los demás y están siempre alerta.
Crear en nuestra vida el equilibrio de efectividad P/CP
requiere iniciativa. Hace falta iniciativa para desarrollar los siete hábitos.
Al estudiar los otros seis hábitos, el lector verá que cada uno de ellos
depende del desarrollo de los músculos proactivos. En todos los casos, es uno
mismo quien tiene la responsabilidad de actuar. Si espera que los demás actúen
sobre usted, actuarán sobre usted. Y las consecuencias en cuanto al desarrollo
y las oportunidades dependen de que se siga una u otra ruta.
En una ocasión trabajaba con un grupo de personas de la industria
de mantenimiento del hogar, representantes de veinte organizaciones diferentes
que se reunían trimestralmente a fin de compartir sus números y problemas de
una manera desinhibida.
Vivíamos en una época de gran recesión, y el efecto negativo
en esa industria en particular era más grave aún que sobre la economía en
general. Cuando empezamos, esas personas se sentían totalmente desanimadas.
El primer día, plantearon un interrogante: « ¿Qué nos está
sucediendo? ¿Cuál es la causa?». Estaban sucediendo muchas cosas. Las presiones
ambientales eran poderosas. El desempleo se había generalizado, y muchas de
esas personas estaban despidiendo a amigos para conservar la viabilidad de sus
empresas. Al final del día, todos nos sentíamos aún más descorazonados.
El segundo día la pregunta fue: «¿Qué nos va a pasar en el
futuro?». Estudiaron las tendencias ambientales con el supuesto reactivo
subyacente de que éstas determinarían su futuro. Al final del segundo día estaban
aún más deprimidos. Las cosas iban a ir peor antes que se pusieran mejor, y
todos lo sabíamos.
De modo que en el tercer día decidimos centrarnos en la
pregunta proactiva de « ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Qué vamos a hacer
nosotros? ¿Cómo podemos nosotros tomar la iniciativa en esta situación?».
Por la mañana hablamos sobre control y reducción de costos.
Por la tarde se habló sobre ampliar el mercado.
Se aportaron profusamente ideas sobre ambas áreas, y después
nos concentramos en cosas muy prácticas y factibles. Las reuniones concluyeron
con un espíritu de excitación, esperanza y conciencia proactiva.
Al final del tercer día, resumimos los resultados de la
conferencia en una respuesta en tres partes a la pregunta de « ¿Cómo está el
negocio?».
Primera parte: lo que nos está sucediendo no es bueno, y las
tendencias sugieren que será peor antes que mejore.
Segunda parte: pero lo que nosotros estamos determinando que
suceda es muy bueno, pues controlamos mejor, reducimos los costos y ampliamos
nuestro mercado.
Tercera parte: por lo tanto, el negocio está mejor que nunca.
Ahora bien, ¿qué diría a todo esto una mente reactiva? «Oh,
vamos. Afrontemos los hechos. No pueden llevar más adelante este en foque de
pensamiento positivo y automentalización. Más tarde o más temprano tendrán que
afrontar la realidad.»
Pero era un hecho que estábamos afrontando la realidad.
Estábamos afrontando la realidad de las circunstancias del presente y las
proyecciones respecto del futuro. Pero también afrontábamos la realidad de que
teníamos el poder de elegir nuestra respuesta a las circunstancias y proyecciones.
No afrontar la realidad hubiera sido aceptar la idea de que lo que sucede en
nuestro ambiente tiene que determinarnos.
Las empresas, los grupos comunitarios, las organizaciones de
todo tipo (incluso las familias) pueden ser proactivos. Pueden combinar la
creatividad y los recursos de los individuos proactivos para crear una cultura proactiva
dentro de la organización. La organización no tiene por qué estar a merced del
ambiente; puede tomar la iniciativa para llevar a la práctica los valores
compartidos, y alcanzar los propósitos compartidos de todos los individuos
implicados.
Escuchando nuestro
lenguaje
Dado que nuestras actitudes y conductas fluyen de nuestros
paradigmas, si las examinamos utilizando la autoconciencia, a menudo
descubrimos en ellas la naturaleza de nuestros mapas subyacentes. Nuestro lenguaje,
por ejemplo, es un indicador muy fiel del grado en que nos vemos como personas
proactivas.
El lenguaje de las
personas reactivas las absuelve de responsabilidad.
«Ése soy yo. Yo soy así, eso es todo.» Estoy determinado. No
puedo hacer nada al respecto.
« ¡Me vuelvo loco!» No soy responsable. Mi vida emocional es
gobernada por algo que está fuera de mi control.
«No puedo hacerlo. No tengo tiempo.» Me controla algo que
está fuera de mí: el tiempo limitado.
«Si mi esposa fuera más paciente...» La conducta de algún
otro está limitando mi efectividad.
«Tengo que hacerlo.» Las circunstancias u otras personas me
fuerzan a hacer lo que hago. No tengo la libertad de elegir mis propias
acciones.
Ese lenguaje deriva de un paradigma básico determinista. Y en
su espíritu está transferir la responsabilidad. No soy responsable, no Puedo
elegir mi respuesta.
Una vez me preguntó un estudiante: « ¿Me da permiso para
faltar a clase? Tengo que viajar con el equipo de tenis».
— ¿Tienes que ir, o has elegido ir? —le pregunté.
—Realmente, tengo que hacerlo —exclamó.
— ¿Qué ocurrirá si no lo haces?
—Me sacarían del equipo.
— ¿Te gustaría eso?
—Claro que no.
—En otras palabras, tú eliges ir porque así te lo ordena la
consecuencia de seguir en el equipo. ¿Qué sucederá si te pierdes mi clase?
—No lo sé.
—Piensa. ¿Cuáles crees que serían las consecuencias naturales
de que faltaras a clase?
— ¿Usted no va a echarme, no es así?
—Ésa sería una consecuencia social. Sería artificial. Si tú no
acompañas al equipo de tenis, no juegas. Eso es natural. Pero si no asistes a
clase, ¿cuál sería la consecuencia natural?
—Supongo que no aprenderé.
—Exacto. De modo que tienes que sopesar esa consecuencia y la
otra consecuencia, y elegir. Sé que si yo estuviera en tu caso, optaría por ir
con el equipo. Pero no digas nunca que tienes que hacer algo.
—Entonces elijo irme con el equipo —respondió humildemente.
— ¿Y mi clase? —objeté a mi vez, con burlona incredulidad.
Un serio problema del lenguaje reactivo es que se convierte
en una profecía de autocumplimiento.
Refuerza el paradigma de que es tamos determinados y genera
pruebas en apoyo de esa creencia. La gente se siente cada vez más impotente y
privada de su autocontrol, alejada de su vida y de su destino. Culpa a fuerzas externas
—a otras personas, a las circunstancias, incluso a los astros— de su propia
situación.
En un seminario en el que yo hablaba sobre el concepto de
proactividad, un hombre dijo: «Stephen, me gusta lo que dice. Pero las
situaciones difieren entre sí. Por ejemplo, mi matrimonio. Estoy realmente preocupado.
A mi esposa y a mí ya no nos unen los antiguos sentimientos. Supongo que ya no
la amo, y que ella ya no me ama a mí. ¿Qué puedo hacer?».
— ¿Ya no sienten nada uno por el otro? —pregunté.
—Así es. Y tenemos tres hijos, que realmente nos preocupan.
¿Usted qué sugiere?
—Ámela —le contesté.
—Pero le digo que ese sentimiento ya no existe entre
nosotros.
—Ámela.
—No me entiende. El amor ha desaparecido.
—Entonces ámela. Si el sentimiento ha desaparecido, ésa es
una buena razón para amarla.
—Pero, ¿cómo amar cuando uno no ama?
—Amar, querido amigo, es un verbo. El amor —el sentimiento—
es el fruto de amar, el verbo. De modo que ámela. Sírvala. Sacrifíquese por
ella. Escúchela. Comparta sus sentimientos. Apréciela. Apóyela. ¿Está dispuesto
a hacerlo?
En la gran literatura de todas las sociedades progresistas,
se habla de amar, del verbo. Las personas reactivas hablan del sentimiento.
Ellas se mueven por sentimientos. Hollywood, por lo general, nos convence de que
no somos responsables, de que somos un producto de nuestros sentimientos. Pero
los guiones de Hollywood no des criben la realidad. Si nuestros sentimientos
controlan nuestras acciones, ello se debe a que hemos renunciado a nuestra responsabilidad
y que permitimos que los sentimientos nos gobiernen.
Las personas proactivas hacen hincapié en el verbo amar. Amar
es algo que se hace: los sacrificios que se hacen, la entrega de uno mismo,
como una madre que pone un recién nacido en el mundo. Para estudiar el amor,
hay que estudiar a quienes se sacrifican por los otros, incluso por personas
que los hieren. Los padres tienen el ejemplo del amor que en ellos mismos
despiertan los hijos por los que se sacrifican. El amor es un valor creado por
medio de acciones amatorias. Las personas proactivas subordinan los
sentimientos a los valores. El amor, el sentimiento, puede recuperarse.
Círculo de preocupación
/ círculo de influencia
Otro modo excelente de tomar más conciencia de nuestro propio
grado de proactividad consiste en examinar en qué invertimos nuestro tiempo y
nuestra energía. Cada uno de nosotros tiene una amplia gama de preocupaciones:
la salud, los hijos, los problemas del trabajo, la deuda pública, la guerra
nuclear... Podemos separarlas de las cosas con las que no tenemos ningún
compromiso mental o emocional, creando un «círculo de preocupación».
Cuando revisamos las cosas que están dentro de nuestro
círculo de preocupación resulta evidente que sobre algunas de ellas no tenemos
ningún control real, y, con respecto a otras, podemos hacer algo. Podemos identificar
las preocupaciones de este último grupo circunscribiéndolas dentro de un
«círculo de influencia» más pequeño.
Determinando cuál de estos dos círculos es el centro alrededor
del cual gira la mayor parte de nuestro tiempo y energía, podemos descubrir
mucho sobre el grado de nuestra proactividad.
Las personas proactivas centran sus esfuerzos en el círculo
de influencia. Se dedican a las cosas con respecto a las cuales pueden hacer
algo. Su energía es positiva: se amplía y aumenta, lo cual conduce a la ampliación
del círculo de influencia.
Por otra parte, las personas reactivas centran sus esfuerzos
en el círculo de preocupación. Su foco se sitúa en los defectos de otras personas,
en los problemas del medio y en circunstancias sobre las que no tienen ningún
control. De ello resultan sentimientos de culpa y acusaciones, un lenguaje
reactivo y sentimientos intensificados de aguda impotencia. La energía negativa
generada por ese foco, combinada con la desatención de las áreas en las que se
puede hacer algo, determina que su círculo de influencia se encoja.
Cuando trabajamos en nuestro círculo de
preocupación otorgados a cosas que están en su interior el poder de
controlarnos. No es tamos tomando la iniciativa proactiva necesaria para
efectuar el cambio positivo.
En páginas anteriores compartí con el lector la historia de
mi hijo, que debía afrontar serios problemas en la escuela. A Sandra y al mí
nos preocupaban profundamente su aparente debilidad y el modo en que otras personas
estaban tratándolo.
Foco proactivo
(La energía positiva
amplía el círculo de influencia)
Pero esas cosas estaban en nuestro círculo de preocupación.
Cuando centramos nuestros esfuerzos en ellas no conseguimos nada, salvo
intensificar nuestros sentimientos de inadecuación y desvalimiento, y reforzarla
dependencia de nuestro hijo.
Sólo cuando pasamos a trabajar en nuestro círculo de
influencia, cuando nos centramos en nuestros propios paradigmas, empezamos a
crear una energía positiva que nos cambió a nosotros y finalmente influyó también
en nuestro hijo. Trabajando sobre nosotros mismos en lugar de preocuparnos por
las condiciones, pudimos influir en las condiciones.
En virtud de su posición, su riqueza, su rol o sus
relaciones, en algunas circunstancias el círculo de influencia de una persona
es más grande que su círculo de preocupación.
Esta situación refleja una miopía emocional autoinfligida,
otro estilo de vida reactivo centrado en el círculo de preocupación.
Aunque hayan tenido que priorizar el empleo de su influencia,
las personas proactivas tienen un círculo de preocupación que es por lo menos
tan grande como su círculo de influencia, y aceptan la responsabilidad de usar
esa influencia con responsabilidad.
Foco proactivo
(La energía positiva
amplía el círculo de influencia)
Pero esas cosas estaban en nuestro círculo de preocupación.
Cuando centramos nuestros esfuerzos en ellas no conseguimos nada, salvo
intensificar nuestros sentimientos de inadecuación y desvalimiento, y reforzarla
dependencia de nuestro hijo.
Sólo cuando pasamos a trabajar en nuestro círculo de
influencia, cuando nos centramos en nuestros propios paradigmas, empezamos a
crear una energía positiva que nos cambió a nosotros y finalmente influyó también
en nuestro hijo. Trabajando sobre nosotros mismos en lugar de preocuparnos por
las condiciones, pudimos influir en las condiciones.
En virtud de su posición, su riqueza, su rol o sus
relaciones, en algunas circunstancias el círculo de influencia de una persona
es más grande que su círculo de preocupación.
Esta situación refleja una miopía emocional autoinfligida,
otro estilo de vida reactivo centrado en el círculo de preocupación.
Aunque hayan tenido que priorizar el empleo de su influencia,
las personas proactivas tienen un círculo de preocupación que es por lo menos
tan grande como su círculo de influencia, y aceptan la responsabilidad de usar
esa influencia con responsabilidad.
Foco reactivo
(La energía negativa
reduce el círculo de influencia)
Control directo,
indirecto e inexistente
Los problemas que afrontamos caen en una de tres áreas
posibles: la de control directo (que involucra nuestra propia conducta), la de
control indirec to (que involucra la conducta de otras personas), o la de inexistencia
de control (problemas acerca de los cuales no podemos hacer nada, como los de
nuestras realidades situacionales o pasadas). El enfoque proactivo da el primer
paso hacia la solución de los tres tipos de problemas dentro de nuestro círculo
de influencia presente.
Los problemas de control directo se resuelven trabajando
sobre nuestros hábitos. Están obviamente dentro de nuestro círculo de
influencia. Son las «victorias privadas» de los hábitos 1, 2 y 3.
Los problemas de control indirecto se resuelven cambiando
nuestros métodos de influencia. Son las «victorias públicas» de los hábitos 4,
5 y 6. Personalmente he identificado más de 30 métodos diferentes de influencia
humana, tan distintos como lo son la empatía de la confrontación o el ejemplo
de la persuasión. La mayoría de las personas tienen en su repertorio sólo tres
o cuatro de estos métodos; por lo general, empiezan por el razonamiento y (si
no les da resultado) pasan a la lucha o la fuga. Resulta sumamente liberador
aceptar la idea de que podemos aprender nuevos métodos de influencia humana, en
lugar de tratar de usar constantemente los antiguos métodos inefectivos para
«poner en orden» a los demás.
Los problemas de la inexistencia de control suponen asumir la
responsabilidad de modificar nuestras actitudes: sonreír, aceptar auténtica y
pacíficamente esos problemas y aprender a vivir con ellos, aunque no nos
gusten. De este modo no les otorgamos el poder de controlarnos. Compartimos el
espíritu de la oración de Alcohólicos Anónimos: «Señor, concédeme coraje para
cambiar las cosas que pueden y deben cambiarse, serenidad para aceptar las
cosas que no pueden cambiarse, y sabiduría para establecer la diferencia».
Sea que el problema que nos afecta implique control directo,
indirecto o inexistente, está en nuestras manos dar el primer paso hacia la
solución. Dentro de nuestro círculo de influencia están los cambios de nuestros
hábitos, de nuestros métodos de influencia, y del modo en que vemos las
dificultades que no controlamos.
Ampliando el círculo de
influencia
Resulta alentador comprender que al elegir nuestra respuesta
a las circunstancias influimos poderosamente en nuestras circunstancias. Cuando
cambiamos una parte de una fórmula química, cambiamos la naturaleza de los
resultados.
Durante varios años trabajé con una organización que estaba
encabezada por una persona muy dinámica.
Interpretaba las tendencias. Era creativa, inteligente, capaz
y brillante, y todos lo sabían. Pero tenía un estilo muy dictatorial. Tendía a
tratar a las personas como si fueran autómatas, como si carecieran de juicio
propio. Su manera de hablarles a quienes trabajaban en la organización era
«Busque esto... Busque aquello... Ahora haga esto... Ahora haga aquello: yo
tomaré las decisiones».
El efecto global fue que se ganó la antipatía de casi todo el
equi po ejecutivo que lo rodeaba. Los funcionarios se reunían en los pasillos y
se quejaban de él mutuamente. Discutían muy sutilmente, con claridad, como si
trataran de solucionar la situación. Pero lo hacían de modo incesante,
absolviéndose de toda responsabilidad por las debilidades del presidente.
«No puedes imaginar lo que ha pasado esta vez —decía
alguien—. El otro día vino a mi departamento. Yo ya lo tenía todo organizado.
Pero él entró y me dio indicaciones totalmente diferentes. Tiró por la ventana
todo lo que yo había estado haciendo durante meses. No sé cómo se supone que
voy a seguir trabajando para él.
¿Cuánto faltará para que se jubile?»
—Tiene sólo cincuenta y nueve años —respondió alguien—.
¿Crees que sobrevivirás seis años más?
—No lo sé. Además es el tipo de persona que probablemente
Quiera seguir trabajando.
Pero uno de los ejecutivos era proactivo. Lo impulsaban valores,
no sentimientos. Tomó la iniciativa: se anticipó, empatizó, interpretó la
situación. No dejaba de ver los defectos del presidente, pero, en lugar de criticarlo,
los compensó. En los puntos en que el estilo del presidente era débil, procuró
actuar como amortiguador para salvaguardar a su personal y convertir en
irrelevantes esas debilidades. Y trabajó con los puntos fuertes del presidente:
su visión, su talento, su creatividad.
Este hombre se centró en su círculo de influencia. También
era tratado como un autómata. Pero hizo más de lo que se esperaba de él. Se
anticipó a las necesidades del presidente; interpretó con empatía su preocupación
subyacente, de modo que al llevarle información también le entregó su análisis
y las recomendaciones basadas en ese análisis.
Un día, cuando yo me encontraba con el presidente en calidad
de asesor, me dijo: «Stephen, no puedo creer lo que ha hecho este hombre. No
sólo me entrega la información que le pedí sino también información adicional,
que es exactamente lo que necesitamos. Incluso la analiza en los términos de
mis preocupaciones más profundas, y agrega una lista de recomendaciones. Las
recomendaciones son coherentes con el análisis, y el análisis coherente con los
datos. ¡Una persona notable! ¡Qué alivio no tener que preocuparme por ese
sector de la empresa!».
Y en la reunión siguiente, siguió diciéndoles «Busque esto,
bus que aquello» a todos los ejecutivos, salvo a uno. A ese hombre le preguntó:
« ¿Cuál es su opinión?». El círculo de influencia de este último había crecido.
El hecho provocó una conmoción en la organización. Las mentes
reactivas de los corredores empezaron a disparar sus municiones vindicativas
sobre aquel hombre proactivo.
Está en la naturaleza de las personas reactivas el absolverse
de toda responsabilidad. Es mucho más seguro decir «No soy responsable». Si
digo «Soy responsable», corro el riesgo de tener que decir «Soy irresponsable».
Tal vez me resulte difícil admitir que tengo el poder de elegir mi respuesta, y
que la respuesta que he elegido me lleva a sumarme a un ambiente negativo,
conflictivo, en especial si durante años me he absuelto de toda responsabilidad
por los resultados apelando a las flaquezas de algún otro.
De modo que esos ejecutivos se centraron en la consecución de
más información, más municiones, más pruebas a favor de la idea de que no eran
responsables.
Pero este hombre del que hablo también fue proactivo respecto
je ellos. Poco a poco, también fue creciendo su círculo de influencia en esa
área. Siguió expandiéndose hasta que finalmente nadie (ni siquiera el presidente)
adoptó una medida significativa para la organización sin que este ejecutivo
participara y la aprobara de algún modo. Pero el presidente no se sentía
amenazado, porque la fuerza de aquel hombre complementaba su propia fuerza y
compensaba sus debilidades. De ese modo él contaba con la fuerza de dos
personas trabajando en equipo.
El éxito de aquel hombre no dependía de las circunstancias.
Muchos otros estaban en la misma situación.
La diferencia residía en la respuesta que eligió, en el hecho
de que se hubiera concentrado en su círculo de influencia.
Algunas personas creen que «proactivo» significa arrogante,
agresivo o insensible; no se trata de eso en absoluto. Las personas proactivas
no son arrogantes. Son listas, se mueven por valores, interpretan la realidad y
saben lo que se necesita.
Pensemos en Gandhi. Mientras que sus acusadores estaban en
las cámaras legislativas criticándolo porque no se unía a su círculo de
retórica condenatoria del imperio británico por el sometimiento del pueblo indio,
Gandhi expandía su círculo de influencia entre los campesinos, silenciosa,
lenta e imperceptiblemente.
Una ola de apoyo, confianza y fe le seguía en los campos.
Aunque no tenía ningún cargo ni posición política, por medio del ayuno y la
persuasión moral finalmente puso a Inglaterra de rodillas, quebrando la
dominación política impuesta a trescientos millones de personas con el poder de
su círculo de influencia enormemente ampliado.
Los «tener» y los «ser»
Un modo de determinar cuál es nuestro círculo de preocupación
consiste en distinguir los «tener» y los
«Ser». El círculo de preocupación está lleno de «tener»:
«Me sentiré contento cuando tenga casa propia».
«Si tuviera un jefe que no fuera tan dictador...»
«Si tuviera una esposa más paciente...»
«Si tuviera un hijo más obediente...»
«Si ya tuviera mi título...»
«Si tuviera más tiempo para mí...»
El círculo de influencia está lleno de «ser»: puedo ser más
paciente, ser sensato, ser cariñoso. El foco está en el carácter.
Siempre que pensemos que el problema está «allí afuera», este
pensamiento es el problema. Otorgamos a lo que está ahí fuera el poder de
controlarnos. El paradigma del cambio es entonces «de afuera hacia adentro»: lo
que está afuera tiene que cambiar antes que cambiemos nosotros.
El enfoque proactivo consiste en cambiar de adentro hacia
afuera: ser distinto, y de esta manera provocar un cambio positivo en lo que
está allí afuera: puedo ser más ingenioso, más diligente, más creativo, más cooperativo.
Uno de mis relatos favoritos aparece en el Antiguo
Testamento, y constituye una parte fundamental de la trama de la tradición
judeocristiana. Es la historia de José, vendido como esclavo en Egipto por sus
hermanos a la edad de diecisiete años. Podemos imaginar lo fácil que le hubiera
resultado consumirse en la autocompasión como siervo de Putifar, obsesionarse
con las maldades de sus hermanos y sus nuevos amos, y con todo lo que no tenía.
Pero José fue proactivo. Trabajó sobre el ser. Y al cabo de poco tiempo, estaba
a cargo de la casa de Putifar y de todo lo que Putifar tenía, por la confian za
que supo despertar en él.
Llegó el día en que José cayó en una situación difícil y se
negó a comprometer su integridad. Como consecuencia, fue encarcelado injustamente
durante trece años. Pero volvió a ser proactivo. Trabajó en el círculo
interior, en el ser y no en el tener, y pronto estuvo a cargo de la administración
de la cárcel y finalmente de toda la nación egipcia, solamente subordinado al
faraón.
Sé que esta idea constituye para muchas personas un cambio
dramático de paradigma. Es mucho más fácil culpar a los otros, al
condicionamiento o a las condiciones por nuestra propia situación de
estancamiento.
Pero somos responsables —tenemos «habilidad de respuesta»— de
controlar nuestras vidas y de influir poderosamente en nuestras circunstancias
trabajando sobre el ser, sobre lo que somos.
Si tengo un problema en mi matrimonio, ¿qué es lo que gano
mencionando continuamente los pecados de mi esposa? Al decir que no soy
responsable, hago de mí una víctima impotente; me inmovilizo en una situación negativa.
También reduzco mi capacidad para influir en ella: mi actitud de regañar,
acusar y criticar simplemente hace que ella se sienta ratificada en sus propias
flaquezas. Mi capacidad para influir positivamente en la situación se va
desvaneciendo y desaparece.
Si realmente quiero mejorar la situación, puedo trabajar en
lo único sobre lo que tengo control: yo mismo.
Puedo dejar de pretender poner en orden a mi esposa y tra
bajar sobre mis propios defectos. Puedo centrarme en ser un gran esposo, una
fuente de amor y apoyo incondicionales. Con suerte, mi esposa sentirá el poder
del ejemplo proactivo y responderá con la misma moneda. Pero, lo haga o no, el
modo más positivo en que yo puedo influir en mi situación consiste en trabajar
sobre mí mismo, sobre mi ser.
Hay muchos otros modos de trabajar en el círculo de
influencia: ser un mejor oyente, un esposo más afectuoso, un mejor estudiante,
un empleado más cooperativo y dedicado. A veces lo más proactivo a nuestro alcance
es ser feliz, sonreír auténticamente. La felicidad, como la desdicha, es una
elección proactiva. Hay cosas, como el clima, que nunca estarán dentro de
nuestro círculo de influencia. Pero una persona proactiva puede llevar dentro
de sí su propio clima psíquico o social. Podemos ser felices y aceptar lo que
está más allá de nuestro control, mientras centramos nuestros esfuerzos en las
cosas que podemos controlar.
La otra punta del palo
Antes de cambiar totalmente el rumbo de nuestra vida,
llevándolo al círculo de influencia, tenemos que considerar dos cosas de
nuestro círculo de preocupación que merecen una consideración más profunda: las
consecuencias y los errores.
Si bien somos libres para elegir nuestras acciones, no lo
somos para elegir las consecuencias de esas acciones. Las consecuencias son
gobernadas por leyes naturales.
Están fuera del círculo de influencia, en el círculo de
preocupación. Podemos elegir pararnos en medio de la vía cuando un tren avanza
velozmente hacia nosotros, Pero no podemos decidir qué sucederá cuando el tren
nos atropelle.
Podemos optar por ser deshonestos en nuestros tratos
comerciales. Si bien las consecuencias sociales de esa conducta dependerán
mucho de que nos descubran o no, las consecuencias naturales para nuestro carácter
básico serán un resultado determinado.
Nuestra conducta es gobernada por principios. Vivir en
armonía con los principios tiene consecuencias positivas; violarlos determina
consecuencias negativas. Somos libres para elegir nuestra respuesta en
cualquier situación, pero al elegir también optamos por la consecuencia
correspondiente. «Cuando uno recoge una punta del palo, también recoge la
otra.»
Sin duda, en la vida de todos hay momentos en los que recogemos
lo que más tarde nos parece un palo equivocado. Nuestras elecciones tienen
consecuencias que preferiríamos no padecer. Si pudiéramos elegir nuevamente, lo
haríamos de otro modo. A esas elecciones las llamamos errores, y son la segunda
cosa que merece una consideración más profunda.
Para quienes están llenos de arrepentimiento, tal vez el
ejercicio más necesario de proactividad consista en comprender que los errores
pasados también están ahí afuera, en el círculo de preocupación. No podemos revocarlos,
no podemos anularlos, no podemos controlar las consecuencias.
Cuando uno de mis hijos jugaba al fútbol americano en el
equipo de la universidad, aprendió a estirar su muñequera y soltarla
bruscamente cada vez que él o alguien cometía un error, como un ejercicio de bloqueo
mental, de modo que ese último error no afectara a la resolución y ejecución de
la jugada siguiente.
El enfoque proactivo de un error consiste en reconocerlo
instantáneamente, corregirlo y aprender de él.
Esto literalmente convierte el fracaso en éxito. «El éxito»,
dijo T. J. Watson, fundador de la IBM, «está en el lado opuesto del fracaso».
Pero no reconocer un error, no corregirlo ni aprender de él,
es un error de otro tipo. Por lo general sitúa a la persona en una senda de
autoconden a y autojustificación, que a menudo implica la racionalización
(mentiras racionales) destinadas a uno mismo y a los demás. Este segundo error,
este encubrimiento, potencia el primero, le otorga una importancia
desproporcionada, y causa en las personas un daño mucho más profundo.
No es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores lo
que más nos daña; es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que
nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se
extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tornar medidas inmediatas para
extraer el veneno.
Nuestra respuesta a cualquier error afecta a la calidad del
momento siguiente. Es importante admitir y corregir de inmediato nuestros
errores para que no tengan poder sobre el momento siguiente, y nara que volvamos
a tener el poder.
Comprometerse y
mantener los compromisos
En el corazón mismo del círculo de influencia se encuentra
nuestra aptitud para comprometernos y prometer, y para mantener compromisos y
promesas. Los compromisos con nosotros mismos y con los demás y la integridad
con que los mantenemos son la esencia de nuestra proactividad.
Allí también reside la esencia de nuestro crecimiento.
Gracias a las dotes humanas de la autoconciencia y la conciencia moral, advertimos
áreas de debilidad, áreas que hay que mejorar, áreas de talento que pueden desarrollarse,
áreas que hay que cambiar o eliminar de nuestras vidas. Cuando reconocemos y
utilizamos nuestra imaginación y nuestra voluntad independiente para actuar sobre
la base de esas percepciones (haciendo promesas, estableciendo metas y
siéndoles fíeles) adquirimos la fuerza de carácter, el ser, que hace posible
todas las otras cosas positivas de nuestras vidas.
En este punto encontramos dos modos de tomar de inmediato el
control de nuestras vidas. Podemos hacer una promesa... y mantenerla. O
establecer una meta... y trabajar para alcanzarla. Al comprometernos y mantener
nuestros compromisos empezamos a establecer una integridad que nos proporciona
la conciencia del autocontrol, y el coraje y la fuerza de aceptar más
responsabilidad por nuestras propias vidas. Al hacer y mantener promesas
(promesas a nosotros mismos y a otros) poco a poco nuestro honor para a ser más
importante que nuestros estados de ánimo.
El poder de comprometernos con nosotros mismos y de mantener
esos compromisos es la esencia del desarrollo de los hábitos básicos de la
efectividad. El conocimiento, la capacidad y el deseo están dentro de nuestro
control. Podemos trabajar sobre cualquiera de esos tres elementos para mejorar
el equilibrio entre los tres. Al ampliarse el área de intersección,
internalizamos más profundamente los principios en que se basan los hábitos, y
adquirimos fuerza de carácter para avanzar de modo equilibrado hacia una progresiva
efectividad en nuestras vidas.
Proactividad: el test
de los treinta días
No es necesario que pasemos por la experiencia de Frankl en
el campo de concentración para reconocer y desarrollar nuestra propia
proactividad. Es en los acontecimientos ordinarios de la vida cotidiana cuando desarrollamos
la capacidad proactiva para hacer frente a las extraordinarias presiones de la
vida. Así nos comprometemos y mantenemos los compromisos, así resolvemos un
atasco de tráfico, así respondemos a un cliente encolerizado o a un chico
desobediente. Así vemos nuestros problemas y es allí donde concentramos nuestras
energías. Es el lenguaje que usamos.
Desafío al lector a que ponga a prueba el principio de la
proactividad durante treinta días. Simplemente inténtelo y vea lo que sucede.
Durante treinta días trabaje sólo en un círculo de influencia. Plantéese
pequeños compromisos y manténgalos. Sea una luz, no un juez. Sea un modelo, no
un crítico. Sea una parte de la solución, no parte del problema.
Ensaye el principio en su matrimonio, en su familia, en su empleo.
No aduzca defectos de otras personas.
No aduzca sus propias debilidades. Cuando cometa un error,
admítalo, corríjalo y aprenda de él: inmediatamente. No culpe ni acuse. Trabaje
sobre las cosas que controla. Trabaje sobre usted. Sobre el ser.
Vea las debilidades de los otros con compasión, no
acusadora-mente. La cuestión no reside en lo que ellos hacen o deberían hacer,
sino en su propia respuesta a la situación y en lo que debe hacer usted. Si
empieza a pensar que el problema está «allí afuera», deténgase. Ese pensamiento
es el problema.
Las personas que ejercitan día tras día su libertad
embrionaria la van ampliando poco a poco. Las personas que no lo hacen la ven
debilitarse hasta que dejan de vivir y literalmente «son vividas». Actúan según
los guiones escritos por los padres, los compañeros, la sociedad.
Somos responsables de nuestra propia efectividad, de nuestra
felicidad, y, en última instancia, diría que de la mayor parte de nuestras
circunstancias.
Samuel Johnson observó: «La fuente de la alegría debe brotar
en la mente, y quien conozca tan poco la naturaleza humana como para buscar la
felicidad en cualquier cosa que no sea su propia disposición, malgastará su
vida en esfuerzos infructuosos y multiplicará las aflicciones que se propone
suprimir».
Saber que somos responsables —con «habilidad de respuesta»—
es fundamental para la efectividad y para todos los demás hábitos de
efectividad que vamos a considerar.
Sugerencias prácticas
1. Durante un día, preste atención a su lenguaje y al
lenguaje de las personas que lo rodean. ¿Con cuánta frecuencia usa y escucha
frases reactivas como «Si...», «No puedo...», «Debo...» o «Tengo que...»?
2. Identifique una experiencia que tal vez deba afrontar en
un futuro inmediato y en la que, sobre la base de su experiencia pasada, es
probable que se comporte reactivamente. Pase revista a la situación en el contexto
de su círculo de influencia. ¿Cómo puede responder proactivamente? Tómese
algunos minutos y cree vívidamente la experiencia en su mente; véase
respondiendo de manera proactiva. Recuerde la brecha que existe entre estímulo
y respuesta. Comprométase consigo mismo a ejercer su libertad de elegir.
3. Escoja un problema de su vida laboral o personal que le
resulte frustrante. Determine si se trata de un problema de control directo, de
control indirecto o de control inexistente. Identifique el primer paso que
puede dar en su círculo de influencia para resolverlo, y dé ese paso.
4. Ensaye el test de proactividad de los treinta días. Tome
conciencia del cambio en su círculo de influencia.
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