sábado, 23 de noviembre de 2019

LOS MÉDICOS LOS SEMIDIOSES EN LA TIERRA HOSPITALARIA


Médicos sin control: Los dueños de la salud pública en Chile

En Chile hay un médico por cada 559 habitantes y sólo el 44% trabaja en el sector público. La deuda hospitalaria en julio de 2010 superaba los $106 mil millones. Pero la falta de doctores y de recursos no son las únicas causas de la crítica situación del sistema de salud. Durante un año, CIPER (Centro de Investigación Periodística) investigó lo que ocurre al interior de cinco de los principales hospitales de Santiago. Se revisaron los libros de asistencia, se cruzaron los datos con los horarios que los profesionales cumplen tanto en los establecimientos estatales como en sus consultas o clínicas privadas y se comprobó en terreno las múltiples irregularidades que diariamente cometen la mayoría de los médicos y que los mecanismos de control no existen para el estamento más alto en escala jerárquica de un sistema clave para la salud de la población más vulnerable del país.

A fines de julio de 2009, CIPER solicitó a los distintos servicios de salud de la capital los registros de asistencia de los médicos correspondientes a seis hospitales de la región Metropolitana. Para obtenerlos hubo muchas trabas. Algunos hospitales no entregaban la información solicitada o la entregaban incompleta. Dos casos, los del Hospital Barros Luco y del Hospital San José fueron llevados ante el Consejo para la Transparencia debido a la negativa de proporcionar datos de carácter público. En ambos, el Consejo determinó que la información es pública.

Faltando 25 minutos para las 10:00 del 29 de diciembre (2009) el doctor Rubén Fontalva se acercó a la pequeña mesa apostada afuera de la secretaría del servicio de medicina del Hospital San Borja Arriarán. Abrió la carpeta que estaba sobre ella, sacó un lápiz, miró la hora en su muñeca y firmó. Luego hojeó las páginas de registro de entrada y salida de días anteriores. Rellenó una, después otra y las dos siguientes. Cerró la carpeta, guardó el lápiz y entró a conversar unos minutos con el jefe de servicio. Además de firmar asistencia de cuatro días en menos de un minuto, la hora que anotó en la página -8:30- y que presenció CIPER aquel día, no corresponde a lo que marcaba el reloj: 9:35.

Ese martes, como todos los de 2009, el doctor Fontalva tenía que estar desde las 8:30 en el policlínico de nefrología. Su agenda indica que los lunes, martes y jueves debe atender pacientes con consultas programadas hasta las 10:30. Pero ese martes empezó su trabajo con una hora y media de retraso. La sala de espera, como siempre, estaba llena desde antes de las 8:00, con alrededor de 30 personas que esperaban su turno incluso de pie.

No sólo Fontalva empezó a atender con atraso a los pacientes con hora solicitada desde hacía meses. Antes que él, ya habían pasado por el registro de ingreso otros 15 médicos. Cuatro lo hicieron antes de las 8:00. Los demás fueron firmando a medida que llegaban. Sólo uno de ellos marcó la hora que marcaba el reloj: el doctor Carlos Peña.

CIPER pudo constatar en terreno que esa misma conducta se repite cada día. Y se sigue repitiendo tanto ahí como en cualquier otro hospital del país.

A través de la Ley de Transparencia, CIPER obtuvo copia de los libros de asistencia de 2009 de cinco de los principales hospitales de Santiago. Uno de ellos es el San Borja. Los otros son el Barros Luco, Félix Bulnes, Salvador y Sótero del Río (ver mapa). Entre los cinco suman 3.141 camas, una dotación aproximada de 2.000 médicos y casi 67.000 pacientes en lista de espera para consultas de especialidad o cirugías electivas. Su población beneficiaria supera los cuatro millones de personas -más del 23% de la población nacional- que corresponden al sector más vulnerable del país.

El resultado de casi un año de investigación da cuenta de que, a diferencia de todos los demás funcionarios de la salud pública, los médicos son los únicos que carecen de todo control y fiscalización. Nadie garantiza que efectivamente atiendan a la población más pobre de la capital.

Muchos médicos omiten sus horas de salida. Imposible saber si los días que firman cumplen o no con su jornada. Otros desaparecen durante semanas o meses de los registros sin que quede justificación. Algunos aprovechan de firmar semanas completas en un solo día. O marcan las horas que les exige el contrato, pero no las que marca el reloj. Y no son pocos los que se escapan a atender pacientes en sus consultas particulares o clínicas privadas. En muchos casos, frente a la mirada indiferente del jefe de servicio, el encargado de fiscalizar que eso no suceda. De todo ello fuimos testigos.

La cultura del sistema

La mañana del jueves 4 de febrero, Jorge Núñez no fue a trabajar. Este conductor de buses del Transantiago tenía control a las 10:00 con el doctor Sergio Loyola en el Hospital Félix Bulnes, y pidió cambio de turno. Pensó que a las 12:30 ya debería estar de vuelta. Pero al mediodía tuvo que llamar a la empresa para decir que no alcanzaría a llegar, que el doctor no había llegado aún y que no sabía hasta qué hora tendría que esperarlo.

Era su segundo control con el doctor Loyola después de que llegara en enero de 2009 aquejado de un infarto. El primero tuvo lugar una semana después del alta. No logró que le dieran una hora para su segundo control hasta un año después. Pero el 25 de enero de este año, el doctor Loyola no llegó y Jorge tuvo que volver al trabajo después de haber perdido toda la mañana en la sala de espera. No le dieron explicación a él ni a ninguno de los demás pacientes que aguardaban. Así que pidió una nueva hora. Se la dieron para ese jueves 4 de febrero. A pesar de que el horario que el doctor Loyola debía cumplir ese día en el policlínico era desde las 10:30 a las 13:00, no apareció por ahí hasta las 12:55. Jorge Núñez llevaba tres horas esperando. El plantón hizo que tuviera que hacer el turno de noche en su trabajo, el mismo que desde que tuvo el infarto evitaba. Al doctor no le pasaría nada.

-Esa es la cultura dentro del sistema: los médicos mandan en todo. Ellos tienen el sartén por el mango y hay que tener mucho cuidado cuando uno intenta enfrentárseles. Contra eso no se puede hacer nada. Son los “diostores” y la administración hace todo para su comodidad –dice un alto funcionario de la Subsecretaría de Salud que prefiere mantener su nombre en reserva.

El mundo especial de los doctores

Hace un tiempo, al doctor Marco Antonio Chahuán, el único especialista broncopulmonar del Hospital San Borja Arriarán, le reclamaron por el no cumplimiento de sus horarios. En sus registros de asistencia, durante todo 2009 Chahuán aparece con una jornada de lunes a viernes de 8:00 a 14:00 horas. Todo bien, si se considera que tiene un contrato por 22 horas semanales, más 11 dedicadas a la docencia en la Universidad de Chile. Lo extraño aparece cuando se hace el cruce con los horarios que cumple por las tardes en la Clínica Tabancura. El lunes empieza a las 13:00, una hora antes de su salida del hospital, mientras que los miércoles y jueves, lo hace a las 14:00. Es decir, al mismo tiempo que el doctor anota su salida del hospital en Santa Rosa con Avenida Matta, está comenzando su jornada en una clínica privada distante a más de 8,5 kilómetros, en La Florida.

-Ha sido muy complicado. El trabajo de Chahuán es excelente. Conversé una vez con él la distorsión de su horario, pero son cosas que se dejan pasar. No nos podemos dar el lujo de perder a un especialista como él. No tendríamos cómo conseguir otros así –dice el doctor Félix Muñoz, ex jefe del servicio de medicina del San Borja.

Situaciones como esa ocurren en todos los hospitales: muchos doctores dejan de cumplir sus jornadas para irse a atender pacientes particulares.

Los privilegiados

El ministro de Salud de este gobierno, Jaime Mañalich, intentó hacer lo mismo en julio de este año. Afirmó que el sistema actual “no tiene la rigurosidad de un sistema de marcado de tarjeta o huella digital” y se reunió con los directores de los Servicios de Salud para concordar un mecanismo que regule el control de los horarios que cumplen los doctores. Pero el rechazo ha venido desde el mismo Colegio Médico.
-Cuando un funcionario llega tarde o no aparece en el hospital, hay sanciones. Se les suman las horas no trabajadas y se les descuentan del sueldo. También se les hacen anotaciones en sus hojas de vida, disminuyendo las calificaciones que evalúa un comité calificador. Pero en el caso de los médicos no pasa nada. Nadie fiscaliza que lleguen a la hora, que cumplan su horario ni que firmen el libro cuando corresponde –cuenta un ex jefe de personal de uno de los hospitales investigados por CIPER.

En el Ministerio de Salud reconocen que eso ocurre porque los doctores “están considerados como un segmento aparte”: los jefes de servicio prefieren darle todas las comodidades antes de que el especialista se enoje y se vaya. Y esa flexibilidad se traduce incluso en contratos que, por “derecho”, se siguen pagando a pesar de no cumplirse.

La Ley 15.076 en su artículo 44 dice que todos los profesionales que cumplan 20 años en cargos de servicios de guardia nocturna y días festivos quedan “exentos de la obligación de prestar dichos servicios y conservarán los derechos que esas funciones les conferían, cualquiera que fuere el cargo que actualmente desempeñan o pasen a desempeñar en el futuro estos profesionales funcionarios”. Eso significa que al cumplirse ese plazo, los doctores seguirán recibiendo el sueldo y los beneficios que tenían como encargados de turnos de urgencia, pero quedan libres de realizar los turnos de 12 horas en las noches y los fines de semana o festivos.

Cuando ya no queda nadie

Poco antes de las 17:00, Rubén sube la escalera del Centro de Diagnóstico y Tratamiento del Hospital San Borja. En los pasillos se ve muy poca gente. En los hospitales de Santiago a partir de las 13:00 la aglomeración de gente de las mañanas empieza a desaparecer. Para las 15:00, ya casi no hay nadie. Son muy pocos los doctores que atienden pacientes después de las 14:00, aunque formalmente los policlínicos funcionan hasta las 17:00. Ese jueves 26 de agosto 2019 no era la excepción. Un guardia se le acerca. Le dice que ya no se atiende público.

-Voy a cardiología. Me dijeron que me harían un examen en la tarde –dice Rubén.

El guardia lo deja pasar. En el mesón de cardiología hay dos mujeres sentadas.

Rubén acaba de ir al médico por problemas respiratorios. El médico le ha dado una orden para realizarse un test de esfuerzo, un examen cardiológico que permite analizar la respuesta cardiovascular ante un esfuerzo físico progresivo y estandarizado. Rubén no tiene dinero para realizárselo de forma particular y en el hospital, por la alta demanda, le han dicho que recién en tres meses más se lo podrían practicar. Pero lo necesita. Debido a las listas de espera, es común que un paciente llegue a la consulta con el médico sin los exámenes solicitados porque no le han dado hora.

Durante las esperas, Rubén escuchó que el doctor Mario Alfaro, con contratos de 22 y 28 horas en el San Borja, realizaba el examen cardiológico que necesitaba en el mismo hospital durante las tardes. Rubén se aproxima al mesón y les cuenta su problema a las dos mujeres. Una de ellas le pregunta si tiene la orden médica para el examen. Rubén asiente. Ella le dice que sí puede ayudarlo. Le dice que es la secretaria del doctor Mario Alfaro y que él podría realizárselo. Pero no ese día. Antes tiene que comprar un bono Fonasa dando el RUT del médico y el número 17-01-003. Una vez hecho eso, tiene que llamarla y allí ella le avisará qué días por las tardes estará el doctor. Que no se preocupe, porque en no más de dos o tres días el examen estará listo.

CIPER siguió paso a paso la escena. Y constató que el doctor Alfaro utiliza las instalaciones del hospital para atender consultas privadas. Para ello, sus secretarias piden un bono Fonasa a nombre de Alfaro, que al paciente le cuesta alrededor de $20.000 y él se queda con ambas copias. Según los funcionarios del hospital, hace por lo menos dos años que el médico utiliza ese procedimiento.

Hace dos décadas, un estudio realizado por el Colegio Médico y la Organización Mundial de la Salud (OMS) evaluó la situación asistencial en el país. Para ese entonces, el 58,7% de los médicos que había en Chile trabajaba en el sector público y alrededor de la mitad obtenía al menos dos tercios de su ingreso del sector privado. El 81,4% tenía dos o más empleos, ya que nueve de cada diez pensaban que sus sueldos en el sector público eran inadecuados. De hecho, el 60,4% de los que trabajaban en el SNSS lo hacía por menos de 30 horas semanales. El informe de 1990 concluye que el sector público ha perdido relevancia frente al privado, el que concentra el mayor tiempo del trabajo médico. Habla también de un “sector de médicos empresarios que son propietarios o accionistas de clínicas, Isapres y laboratorios” y de una “progresiva significación del libre mercado en la atención médica”.

Veinte años después, todo sigue vigente.

La fiscalización de los 13.308 médicos con contrato en el sistema público –un 44% del total de médicos en Chile– depende de los directores de cada servicio y de cada establecimiento. Actualmente, de los 29 servicios de salud regionales, 25 son dirigidos por un médico y al menos el 60% de los encargados de los 192 hospitales son parte de ese estamento. Ellos ponen las reglas. No sólo son los que los que deciden qué se hace y qué no en los establecimientos de salud, sino que además cuentan con una serie de beneficios que les permite actuar con total libertad, lo que influye directamente en las listas y tiempos de espera y la calidad de la atención a los pacientes.

-El médico antes tenía que tener una vocación que ahora se ha perdido. Con las altas responsabilidades ya no alcanza para hacer negocio del trabajo –reconoce un jefe de servicio de uno de los hospitales investigados por CIPER.



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