Un preludio estridente y áspero en sus acordes, da comienzo al segundo acto, las notas sobresaltadas, síncopas, de la ira del Nibelungo indican claramente que la tenebrosa labor del mal no descansa. Estamos nuevamente en el palacio de los guibichungos.
A la izquierda corre el Rin entre grandes rocas, sobre tres
de ellas hay altares consagrados, uno a Freia, otro a Fricka y el más elevado a
Wotan. El cuadro respira la grandeza ruda y primitiva de los antiguos germanos.
Es de noche. En el pórtico del palacio, con su lanza y su escudo, Hagen
descansa como si estuviese dormido, pero con los ojos abiertos como un
sonámbulo. Como si fuera la personificación de la conciencia de Hagen aparece
la figura de Alberich inspirando en sueños a su hijo. Ante la insistencia de
Alberich, Hagen jura hacerse con el anillo.
Sigfrido llega con el amanecer, habiendo recuperado en
secreto su verdadera fisonomía e intercambiado su lugar con Gunther. Gutrune,
quien sale para saludar al héroe, se regocija al saber que pronto llegará su
hermano con la hermosa novia, casándose ella al mismo tiempo con Sigfrido.
Dejan solo a Hagen, quien convoca a los guibichungos para dar
la bienvenida a Gunther y su prometida. Hagen llama a los guerreros y vasallos
para que se apresten a recibir al rey. Se abren las puertas y acuden
tumultuosamente, creyendo que son llamados a la explanada del palacio para
combatir, pero en seguida prorrumpen en exclamaciones de alegría al saber que
van a festejarse las bodas del soberano y las de Gutrune. Trompas internas con
reiterados llamados y la grandiosa presencia de los guerreros conforman un
episodio de imponente solemnidad.
Gunther llega con una desolada Brunilda. Los vasallos los
aclaman mientras el rey avanza llevando de la mano a la novia, con aspecto
triste y sin levantar la vista del suelo. Sigfrido y Gutrune salen a su
encuentro. En ese instante Brunilda alza los ojos y se queda estupefacta al
divisar a Sigfrido entre los presentes. Queda horrorizada y llena de estupor al
ver a su Sigfrido. A punto de desfallecer de angustia, Sigfrido la sostiene y
entonces Brunilda ve que el héroe lleva el anillo en su dedo. Al ver el anillo
en la mano de Sigfrido, concluye que ha sido traicionada.
Brunilda, despechada, declara ante todos que Sigfrido ha sido
su amante. La conmoción es tremenda. Sigfrido, que la había respetado durante
el tiempo transcurrido desde el despojo del anillo hasta la sustitución de él
por el verdadero Gunther, jura su inocencia.
Entonces Hagen presenta su lanza para que el héroe jure sobre el arma que fue leal, Sigfrido jura que si no es verdad lo que dice, si lo que dice Brunilda es cierto y él ha deshonrado a su hermano la espada por la que está jurando debe atravesarlo. Sigfrido no lo sabe, porque no recuerda nada gracias al berbaje mágico que le dio Gutrune, pero en ese momento está firmando su sentencia de muerte. Este juramento, y esta lanza, serán fatales para él. En este momento se escucha el leitmotiv del juramento, que es una transformación del leitmotiv de la espada, pero esta vez aparece como un conflicto entre el intervalo de quinta ascendente y el intervalo de quinta descendente.
Sigfrido, abrazando a Gutrune, penetra en el palacio seguido de las mujeres y de los guerreros, entre los brillantes sones de las bodas. Brunilda, Gunther y Hagen se quedan solos.
Hagen les sugiere a los otros dos traicionar a Sigfrido.
Abochornado y avergonzado, Gunther aún vacila: Sigfrido es su hermano de armas,
han hecho un juramento juntos, no puede creerlo. Brunilda, ahora mujer
engañada, exige una venganza expiatoria para el deshonor que ha sufrido.
Profundamente avergonzado por la acusación de Brunilda, Gunther decide, por
sugerencia de Hagen, que Sigfrido tiene que morir para que él recupere el
honor.
Los tres deciden confabularse para asesinar a Sigfrido.
Brunilda, viendo la oportunidad de vengarse de la traición de Sigfrido confiesa
a Hagen cuál es el único punto débil de Sigfrido. Ella usó sus poderes mágicos
para hacerlo inmune a las armas. Solamente podría ser herido por la espalda,
pero como no es un cobarde y jamás huye del enemigo, nunca le vuelve la espalda
a este. Ella, convencida de que un héroe tan grande nunca daría la espalda al
enemigo, dejó los hombros libres del sortilegio.
Al conocer este dato, Hagen forma un plan, y propone a
Gunther, abismado en su dolor y vergüenza, que Sigfrido sucumba en una cacería.
El rey duda todavía en ser desleal a su hermano de armas. Al final él también
se decide, y los tres personajes se conjuran para que perezca Sigfrido. Hagen
jura en nombre de Alberich, padre de los genios de la noche, y queda así unido
a las profundidades de la tierra. En cambio Gunther y Brunilda juran en nombre
de Wotan, el soberano de los dioses, dios de la guerra.
Hagen y Gunther deciden llevar a Sigfrido de caza y asesinarlo. En la imponente escena final se escucha el leitmotiv del Walhalla, como sombría advertencia y el leitmotiv dominante de Hagen, vengativo y aterrador.
El ocaso de los dioses - Acto II
EDICIÓN: Erika Rojas Portilla
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